miércoles, 26 de diciembre de 2018

NAVIDAD



NAVIDAD                         Jn 1,1-18


Dios es el Dios vivo., es la vida que nunca acaba. Cristo nacido y adorado hoy como el Niño de Belén, es la manifestación de esa vida; el esplendor de esta vida es la luz de los hombres.  La verdadera vida, que es Cristo, es la luz, y no al revés. No existe ninguna luz para el hombre que pueda convertirse en la vida verdadera para él.  En el Antiguo Testamento, la Ley de Moisés es la luz, pero, como dice san Pablo, en un momento determinado esta Ley puede convertirse en muerte.
Siempre nos acecha la tentación de ideologizar y absolutizar alguna idea que debería llevarnos a la vida. Pero para nosotros los cristianos ocurre exactamente lo contrario: es la vida la que se revela, la vida nueva que se nos da para participar en Cristo que brilla y llena, inspira y mueve todo lo que es el hombre. La vida consiste sobre todo en las relaciones, porque Dios es la comunión santísima. Las ideas por sí solas, los conceptos por sí solos no logran crear relaciones, no consiguen crear comunidad y, por eso, no pueden dar vida.
La cuestión fundamental, que emerge precisamente en Navidad, es la cuestión de la vida sin ocaso que se debe manifestar en el pensamiento, la mentalidad y la cultura.


viernes, 21 de diciembre de 2018

IV Domingo de Adviento AÑO C


IV Domingo de Adviento               Año C                                                             Lc 1,39-48


La Navidad ya es inminente. Incluso este Adviento de alguna manera se ha “volado". Rápidamente, tan rápido, quizás demasiado rápido es el sucederse de nuestros días. Y así quizás lo hemos "quemado", al igual que nos arriesgamos a "quemar" nuestros días. Siempre corremos el riesgo de vivirlos privados de sentido. A veces nos sucede, cuanto más pasan los años, antes de que nos levantemos, surge la pregunta de manera espontánea: pero ¿cuál es el significado de mi vida, con todos los sacrificios que me pide?
Hay casi un estribillo en la segunda lectura, tomado de la Carta a los Hebreos, un tiempo atribuida a San Pablo: "No has querido ni sacrificios ni ofrendas ... No te agradan ni los holocaustos ni los sacrificios ... ". Y nosotros, como buenos cristianos, a menudo pensamos, en cambio, que el Señor no quiere otra cosa de nosotros sino sacrificios. En cambio, el autor de la Carta concluye poniendo en labios de Cristo estas palabras dirigidas al Padre: "Pero tú me diste un cuerpo ... y dije: He aquí que vengo para hacer tu voluntad".
Me preparaste un cuerpo para que fuese entregado. No debemos buscar sacrificios para ofrecer. Es cierto que, en general, no pensamos en ofrecer sacrificios a Dios, pero ¿a quién le ofrecemos nuestros cuerpos? "Para hacer tu voluntad" dice Jesús. En el Evangelio de Juan él dirá; "Mi comida es hacer la voluntad del Padre". Él se nutre de esto. De aquí toma Él la vida. ¿Cómo se hace para tomar la vida de la voluntad de otro? Simplemente porque él es el Padre, el que da vida. En cierto sentido, no lleva mucho tiempo traer alguien al mundo (¡incluso si parece que en nuestros días se vuelve cada vez más difícil!).
Sin embargo, es otra cosa, hacer que el que hemos traído al mundo realmente se convierta en un hijo que salga a la luz. Hijo y luz tomados aquí en el sentido más fuerte. Esta es la voluntad del Padre: que nos convirtamos, año tras año, en hijos que salen a la luz. Nada extraño o lejano, nada temible en esta voluntad. Por el contrario, precisamente en la voluntad del Padre encontramos la verdad de nosotros mismos. Esto quiere un verdadero padre y esto quiere el Padre –Dios de cada uno de nosotros. Pero la verdad de nosotros mismos radica en una vida vivida en el amor Esto es lo que nos ofrece el Padre y esto es lo que nos pide. Para que nuestra vida sea plena.  "Vine para que tengan vida y la tengan en abundancia", dice Jesús en el Evangelio de Juan. "Hemos sido santificados a través de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo". O sea en su amor. Un cuerpo precisamente preparado para ser entregado, por amor.
Hágase en mí según tu palabra", dice María en las palabras del versículo al aleluya que precedió al Evangelio. María ofrece su cuerpo para ser habitado por el Hijo de Dios (sin saber lo que significa, como toda madre y padre con respecto a su hijo). Y entrega su voluntad a Dios, que ella hace totalmente suya, la hace su propia existencia.  Comprenderá a lo largo de su vida cuál es su significado, confirmando día tras día su Sí, hecho de una vez para siempre, ya que "de una vez para siempre" también fue hecha la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, según la Carta a los Hebreos que hemos escuchado.
En el Evangelio de hoy, su “Sí” es implícitamente también como un llamado para acercarse el parto de su prima Isabel. María está embarazada, pero se va. "a toda prisa" dice el evangelista Lucas, por casi cien kilómetros de montaña. No piensa a sí misma, ni a la tarea que le ha sido encomendada. Sabe que Isabel necesita una mano y entonces parte. Esta es la voluntad del Padre que vivamos y manifestemos su amor entre nosotros.
María no dice que Dios ha mirado la humildad de su sierva, sería como jactarse de su propia humildad. Decía un escritor francés del siglo pasado, G. Bernanos: “Nadie ha vivido, sufrido y muerto tan sencillamente y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad. Una dignidad que la eleva por encima de los ángeles “. María en cambio habla de su pequeñez, de su ser casi nada, pequeña. Casi una nada como se define en la primera lectura a Belén, elegida por Dios para que naciera su Hijo. Dios mira con amor nuestra pequeñez. No busquemos ni llegar a ser grandes, ni aparecer como tales en un ámbito u otro como a menudo hacemos. Pero vivamos cada día en lo pequeño de cada día toda la grandeza del amor del que somos capaces.
Esto es ofrecer nuestro cuerpo.  Esto es hacer la voluntad de Dios. Aquí está la plenitud.
Sacerdotes de la Compañía de Jesús


jueves, 13 de diciembre de 2018



III Domingo de Adviento             Lc  3,10-18)

La predicación de Juan el Bautista fue muy eficaz.   Esto se ve en el hecho de que suscitó en la gente una disposición adecuada para la espera.
Cuando el hombre se pregunta qué debe hacer, ya se ha creado en él esa apertura necesaria para la acogida de la salvación.  Según los Padres de la Iglesia, el camino espiritual es prácticamente imposible cuando el hombre se aconseja a sí mismo y se sugiere qué es lo bueno para él.  Aunque esté haciendo propósitos santos y buenos, el hombre puede permanecer encerrado en sí mismo, y la espera, por el contrario, significa tener en cuenta a Quién se espera.
La espera se ha hecho ahora tan fuerte que él mismo Bautista podía haber pasado por ser el Mesías, pero precisa que él bautiza lavando los pecados.  Aquel a quien prepara el camino, en cambio, no sólo lavará, sino que impregnará a la humanidad con el Espíritu Santo, Juan nos llama hoy también a esta acogida de vida nueva que se nos da.




domingo, 9 de diciembre de 2018

II Domingo de Adviento - Ciclo C


II Domingo de Adviento            Ciclo C                   Lc 3,1-6

En un marco lleno de referencias históricas, se sitúa la bajada de la Palabra sobre el más grande de los profetas, Juan el Bautista.  Este hombre, enjuto y asceta, hombre del desierto predica un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.  La conversión tiene una meta precisa: no se trata simplemente de ajustar y corregir algo de nuestra propia vida; tampoco se trata de un concienzudo y esforzado trabajo sobre uno mismo.
La conversión es un movimiento que va de la soledad y el aislamiento al encuentro y a la entrega.  El signo que distingue una conversión espiritual es la última palabra del evangelio de hoy: “Todos verán la salvación de Dios” La conversión es una experiencia de redención.  La redención es la salvación del hombre en su totalidad y no sólo en parte.
La salvación supera la satisfacción de las expectativas más inmediatas y se puede realizar en el drama más incomprensible, porque la salvación es el amor.
Marko Ivan Rupnik   (Tomado del libro Un minuto con el Evangelio)



viernes, 30 de noviembre de 2018

I Domingo de Adviento - Año C

I Domingo de Adviento - Año C                 Lc 21, 25-38.34-36


Con este domingo la Iglesia nos ofrece poder recomenzar una vez más el camino del año litúrgico invitándonos a vivir el tiempo del Adviento.
La palabra “adviento” habla de la venida hacia nosotros del Señor Jesús. Ante todo, de su venida hace más de 2000 años, que celebraremos de modo particular el día de Navidad. Pero también la venida futura, la definitiva, al final de los tiempos, a la cual hace referencia el Evangelio de hoy.  Recordar y celebrar estas dos venidas nos ayuda en particular a vivir la otra venida de Jesús, la venida cotidiana, en los acontecimientos que llenan cualquiera de nuestros días.  El Señor viene y viene siempre, el cristiano no es el hombre o la mujer que trepa hasta el cielo para encontrar a Dios al final de sus propios esfuerzos para vivir de manera moralmente correcta y piadosa, sino aquel que acoge el amor de Dios que es quien toma la iniciativa de venir, que nos viene al encuentro en la carne de un hombre, Jesús de Nazaret.
El adviento del Señor es la respuesta a nuestro esperar, a nuestro desear.
Desear. Parece que la palabra desiderantes  (término latino en el que aparece la palabra sidera) fueron los soldados que al final de un día de batalla, estaban debajo de las estrellas (sidera) y esperaban la vuelta de los que todavía no habían regresado al campamento. Desear en el sentido más profundo, puede ser entendido, así como la espera de un reencuentro, la realización de una relación.
La venida de Dios en Jesús de Nazaret nos ofrece exactamente una relación interpersonal con alguien que ha nacido de mujer y crecido, ha caminado por nuestras calles, ha buscado hacer la voluntad del Padre en su existencia, ha amado hasta el extremo de dar su vida… El Dios que deseamos. El cristianismo no es sólo una serie de afirmaciones teológicas (sobre quién es Dios) unida a una serie de mandamientos morales y a un complejo de celebraciones litúrgicas, sino un encuentro con este Dios hombre y un sí a su amor que mueve el nuestro.  “El Señor os haga crecer y sobreabundar en el amor entre ustedes y hacia todos” nos dice Pablo en la lectura.  No sólo “entre nosotros” (familiares, amigos, los cristianos) sino que, para distinguirnos, como dice también Pablo, “hacia todos”, de cualquier raza o religión, nadie queda excluido, tal como ha sido el amor universal de Jesús.
Amor que, si por una parte es riqueza profundísima de los sentimientos del corazón de Jesús, por otra, es una intervención concretísima en nuestra historia, o sea es justicia. Este término aparece tres veces en dos versículos en la primera lectura tomada del profeta Jeremías, en la cual se afirma también que en ella consiste la realización de las promesas hechas por el Señor.  La justicia bíblica habla de la realización plena del hombre y la humanización plena de las relaciones sociales. Cuánta necesidad tenemos de esto en un tiempo difícil en que parece que siempre más sea la injusticia la que reina en el mundo.  En cambio, el “Señor, nuestra justicia” nos dice el profeta Jeremías, será el nombre de Jerusalén, el nombre de la ciudad de los hombres. Es una llamada a ser, cada uno de nosotros, un operador de justicia.
Entonces tenemos que aceptar la urgente invitación del Evangelio: "Cuídense, que sus corazones no se vuelvan pesados por la disipación, la embriaguez y los problemas de la vida y que ese día no caiga de repente sobre ustedes". ¡Cómo se embotan nuestros corazones! Quizás no debido a la embriaguez del vino, sino porque son incapaces de una vida sobria y mesurada, abrumados por cosas que hay que hacer, por afectos desordenados, por temores enfatizados por los medios de comunicación, por preocupaciones de trabajo que no hay o que rara vez es humanizaste ... "Velen y recen en todo momento", concluye el Evangelio de hoy. Traducido podría significar: cuídense de mantener viva en el corazón la presencia amorosa de Jesús de Nazaret. Y sus sentimientos, su forma de relacionarse con el Padre, de tomar decisiones en la vida, de vivir relaciones entre ustedes, sea el amor ... este es “vuestro estilo de vida”. Entonces ese día no vendrá de repente sobre nosotros.
Equipo de Padres Jesuitas

viernes, 23 de noviembre de 2018

Solemnidad de Cristo Rey del Universo - Año B


Solemnidad de Cristo Rey del Universo - Año B        Gv 18,33-37

"¿Eres tú el rey de los judíos?" Es la pregunta de Pilato que abre el pasaje del Evangelio de hoy (Jn 18, 33). Es fácil imaginar la expresión que el gobernador romano pudo haber asumido al hacerla, de hecho, se podría pensar de todo al ver a Jesús, menos que pretendiese un título real. Sin embargo, se lo entregaron porque él "decía ser el rey Mesías" (Lc 23: 2). Pilato, acostumbrado a las cosas claras y extremadamente prácticas, no entenderá mucho del discurso de Cristo. La cuestión del rey y del reino ya había abierto camino al malentendido, porque Israel, en algún momento de su historia, pidió que le dieran un rey para ser como todos los demás pueblos (cf. Dt 17,14). Ahora, Jesús, el rey a quien el Señor ha escogido (Deut 17,15) ha venido, pero "los suyos no lo han recibido" (Jn 1,11).
De hecho, su reino "no es de este mundo" (Jn 18:36). Es decir, no solo "no está aquí", sino que no está de acuerdo con el ordenamiento de este mundo, es decir, no está de acuerdo con el poder, la fuerza, el ataque y la defensa que inevitablemente terminan en la guerra. La misma fiesta de Cristo Rey fue instituida en un momento no de entre los más felices de nuestra Iglesia, sofocada por la política y los reinos de este mundo. Un momento en el que el significado de los reyes y los reinados fue mal interpretado, y sobre todo el significado de la verdad, que había sido entendido exclusivamente al nivel de la filosofía y de la ley y, gradualmente, solo en la ciencia experimental.
"Por esto nací y por esto vine al mundo para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37). El reino de Jesús, en cambio, tiene que ver con la historia, pero también coincide con la verdad. El Hijo de Dios no vino a "enseñar" la verdad, sino a dar testimonio de ella, es decir, hacer surgir el reino. Esta es su misión: en la historia sacar a la luz la verdad, que es el cumplimiento de la historia, que es el reino, que es Cristo.
Para los judíos, la verdad - emet - es prácticamente la fidelidad de Dios, la adhesión a la palabra que él ha dado, el juramento de Dios. Para los griegos y los romanos, la verdad es una cuestión más bien filosófica, en un arden entre el fenómeno y su idea por lo tanto en un sistema, ideal para los griegos, legal para los romanos, pero siempre un sistema.
En Juan, la verdad es la existencia de Dios como Padre que genera y da vida. Es una revelación de Dios como el amor que genera, que incluye al otro, una existencia que incluye la vida que se dona. Es la vida como koinonia, como comunión del Padre, vinculada a la manifestación del Espíritu Santo que "nos guiará a toda la verdad" (Jn 16, 13). Él nos guiará, no será el "profesor" de la verdad. Nos guiará a toda la verdad, a la comunión plena donde la historia encontrará su plenitud. Cristo vino para hacer emerger de la historia, que es un trabajo doloroso, como de parto, una división continua, una vida que es de comunión y que llegará a su plenitud al fin de los tiempos, cuando todo será una gran armonía. Dios será todo en todos porque todo habrá sido sometido al Hijo, quien a su vez será sometido a Aquel que lo ha sometido todo a Él “Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos”. (cf. 1 Co 15:28). Este es el reino de Cristo.
Berdjaev profetizó un oscurecimiento del mundo cuando la ciencia se convierte en autoridad para el bien y para la verdad. Muchas veces, el padre Špidlík recordó que Europa nació de estas tres realidades: el principio religioso judío cristiano de la fe, el principio griego del conocimiento de la idea y el concepto de ley, que surgió en la antigua Roma. Pero en el segundo milenio, la idea y la ley eliminaron totalmente el principio de la fe: prevalece el sistema sobre la comunión y cuando existe el sistema siempre hay un conflicto. Los sistemas religiosos generan conflicto religioso. Y así dejamos un espacio vacío para el paganismo en la vida.
Hay un padre de la mentira y un padre de la verdad. El enemigo divide, y la historia siempre está cortada por la división, pero Cristo ha venido a traer la comunión, el reino de la comunión del Padre. Y nosotros somos su cuerpo. No estamos aquí para hacer separaciones en la historia, en el trabajo. El trabajo de parto de la historia causa nerviosismo, urgencia. Someterse a los sistemas de la historia abre el espacio a lo perverso, al padre de la mentira que ciertamente también ha marcado nuestra historia.
Pero a la hora de la pasión, cuando realmente quisieron hacerlo rey (de burla), Cristo revela su paz, su paz absoluta porque vive de otra vida, arraigada en el Padre (cf. Jn 16, 15).
P. Marko Ivan Rupnik


viernes, 16 de noviembre de 2018

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - AÑO B



XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario - Año B       Mc 13,24-32
El capítulo 13 del Evangelio de Marcos contiene una dinámica compleja en la que la historia, por su aspecto dramático y frágil, es presentada como un parto. "Este será el comienzo de los dolores" (Mc 13,8). La palabra griega odinon significa el trabajo de parto. Es el nacimiento de un mundo nuevo, el cumplimiento de la creación del mundo y de la historia a través de la aparición de Cristo resucitado, que atrae la historia hacia el cumplimiento que está en Él, más bien que es Él.
Los signos de la fragilidad de la creación y de la historia nos permiten vislumbrar el eschaton la ´plaza de oro desde la cual la liturgia atrae hacia sí, de alguna manera, a los hijos de la historia, rompiendo esa corteza que, como muestra San Juan en el Apocalipsis. Impide ver más allá y se vuelve dura, pesada precisamente por los grandes y poderosos, porque están basados en cosas que obstruyen y desvían, ocultando lo que está detrás. El Apocalipsis, por otro lado, revela desde dónde está realmente guiada la historia y libra del engaño de pensar que la historia es conducida exclusivamente por aquellos que se basan en fundamentos erróneos. Se hace evidente que las decisiones de los poderosos de este mundo y su mentalidad oscurecen y hacen impenetrable la verdad que está detrás del devenir del tiempo.
Cuando estas cosas terrenales comienzan a colapsar y la corteza se vuelve más delgada, podemos vislumbrar el sentido de la historia, esta es el apokalypsis.(en griego revelación) Ya la palabra muestra que se está revelando lo que está escondido, es decir, comenzamos a acercarnos a lo que es verdad. Este es el significado de apocalipsis, no tanto una serie de eventos dramáticos en sí mismos, sino más bien la revelación del significado de los acontecimientos y la percepción de su significado.
Habrá un oscurecimiento del sol y la luna (cf Mc 13,24). El sol y la luna son las coordenadas estáticas. El Apocalipsis será el cierre del factor estático que se extingue porque se apagará y, finalmente, un último movimiento en la historia, o sea el fin.  El Deuteronomio distingue muy bien entre Israel y los pueblos que adoran las estrellas, el sol, la luna y el ejército celestial. (Ver Dt 4: 19-20: Y cuando levantes los ojos hacia el cielo y veas el sol, la luna, las estrellas y todo el Ejército de los cielos, no te dejes seducir ni te postres para rendirles culto. Porque ellos son la parte que el Señor, tu Dios, ha dado a todos los pueblos que están bajo el cielo, A ustedes, en cambio, los tomó y los hizo salir de Egipto para que fueran el pueblo de su herencia, como lo son en el día de hoy).  Israel está llamado a una historia de relación, de alianza, mientras que otros se apoyan en otros elementos. El mismo Isaías describe el fin de un imperio: "Se diluye todo el ejército del cielo, los cielos son enrollados como un pliego, y todo su ejército se marchita como se marchita el follaje de la vid, como cae marchita la hoja de la higuera." (Is 34: 4). Cuando la historia se enrolla, caen, es decir, los que se consideran hijos de estas estrellas, hijos del sol. "¡Cómo has caído del cielo, Lucero hijo de la aurora! ¡Cómo has sido precipitado por tierra, tú que subyugabas a las naciones, tú que decías en tu corazón: «iré a los cielos; por encima de las estrellas de Dios erigiré mi trono “(Is, 14, ¡12-13)!
Teológicamente podemos decir que después del pecado el hombre pierde el aliento vital recibido del creador, la dimensión espiritual que Dios ha dado a la creación, el hombre se somete a su naturaleza mortal y extrae de la naturaleza de la creación el poder de la vida, lo que en la creación parece poderoso. Todos estos hijos del sol, de la luna, de las estrellas, son hijos de algo de lo que uno puede extraer su poder, su propia fuerza.
En sus reflexiones, Berdjaev dice que Pablo muestra que el cristianismo ha liberado al hombre de estas potencias, porque nos hemos convertido en hijos de Dios y ya no somos hijos de las estrellas ni de estas potencias del aire, a las cuales nos habíamos sometido. La historia muestra que en cierto momento es la inteligencia la que se convierte en el punto fuerte del hombre, pero esto no cambia de sustancia, el hombre permanece sujeto a aquello de lo que toma la fuerza, ya sea del cosmos o de la ideología.
La fuerza de la vida, en cambio, el hombre solo la puede recibir de Dios, no puede dársela a sí mismo, tiene que ser engendrado. Podemos conocer a Dios solo como hijos, porque Él es Padre. La historia es una generación, un nacimiento del hombre nuevo, del hombre según Dios.
Dios nos está dando vida a través de esta fragilidad de la historia, este comienzo de los dolores, esta corteza que se vuelve más sutil para que podamos ver que lo único que realmente resiste todo y que puede ser la base de todo es la comunión y la comunión que es Nuestro Dios. En la hora de la crucifixión, cuando todo cruje y tiembla, el único punto fijo es la relación fiel Padre-Hijo. Las relaciones de Dios permanecen como la única cosa sólida, todo lo demás colapsa. Ni el cosmos ni las ideas, solo queda el amor.
Desde este amor emerge el Hijo del hombre, es decir, el hombre según Dios, el hombre pleno, perfectyo. Debido a que esta comunión con Dios incluye al hombre y lo hace divino, de otro modo, cualquier intento de volverse divino nace de una nueva ideología y hace que la corteza entre el “ya y todavía no” sea más gruesa y haga más difícil ver el significado de la historia, los acontecimientos, los encuentros, de la vida, allá donde la fidelidad de Dios emerge como el fundamento de todo.
P. Marko Ivan Rupnik



sábado, 10 de noviembre de 2018

XXXII Domingo del tiempo ordinario - AÑO B


XXXII Domingo del tiempo ordinario - AÑO B         Mc 12,38-44

El pasaje de hoy contiene las palabras de Jesús que preceden a su discurso apocalíptico. Encontramos aquí una crítica de los escribas que se convierte en una advertencia a sus discípulos para que aprendan a cuidarse de ellos y de sus actitudes.
Ya en la perícopa anterior, el Maestro había comenzado a insinuar una duda sobre la enseñanza de los escribas porque tendían a vincular al Mesías con el Rey David por una pura cuestión de poder. Hoy exhorta a tener cuidado con ellos, es decir, a mantenerse alejado de ellos (cf. Mc 12:38).
¿Qué es tan peligroso acerca de estos escribas? Sus largas túnicas han estimulado enormemente la imaginación de los exegetas modernos para comprender qué era lo que llamaba la atención de Cristo. Probablemente se vestían con túnicas especiales, parecidas a las de los sacerdotes de la época y las usaban para sobresalir y llamar la atención de quienes los vieran.
De hecho, se trataba de una especie de uniforme usado simplemente para subrayar la separación de la gente común. En realidad, ellos se consideraron los que hablaban en nombre de Dios y los que podían juzgar porque conocían la doctrina. En verdad, este tipo de ropa mostraba que el que la usaba no era más que una especie de maniquí. Un vestido tan llamativo podría atraer la atención como en un desfile, pero, en verdad, revestía la “nada” y manifestaba un ego magnificado, un ego hinchado y agrandado, una naturaleza totalmente dominada por una voluntad de autoafirmación. Estos presuntos sabios de la época estaban tan llenos de ellos mismos que utilizaban la fe, Dios y toda la tradición solo para ellos, con una gran cantidad de saludos especiales en las plazas, reverencias, besamanos. El apogeo de este egocentrismo y egoísmo lo señala Jesús que revela cómo llegaron a devorar las casas de las viudas (Mc 12, 40), aprovechándose de las mujeres indefensas que, a la muerte de su esposo, necesitaban de la oficina legal de ellos para resolver sus testamentos. y la herencia.
La viuda de Sarepta fue bendecida porque conoció a un verdadero profeta, Elías, quien le pidió, pero también le devolvió en abundancia. De hecho, el jarro del aceite y el tarro de la harina, gracias al hombre de Dios, nunca se vaciaron de nuevo. Por el contrario, el encuentro con los escribas nos enfrenta con falsos profetas, lejos de lo que el Deuteronomio prescribe de cómo debía ser la atención para las viudas (ver Deut. 10.18; 24.17).
En el templo, en el patio de las mujeres, había trece sharafats, o trece hoyos en forma de trompeta donde se echaban las ofrendas, estaban hechas en bronce para que pudieran resonar. Si echaban más monedas resonaban fuertemente, incluso si las monedas no tenían ningún valor.
Sin embargo, uno de estos sharafats, a diferencia de los otros, era mucho más simple y sin ninguna escritura, sin que nadie recogiese estos dones y sin que nadie controlase las ofrendas. Es delante de este que probablemente se acerca la viuda, sin testigos, sin que el bronce resuene: ella tiene muy poco, pero lo entrega todo. Por lo tanto, está claro que la única verdadera condena que Cristo pronuncia en el Evangelio es en contra de estos escribas y quienes los siguen, contra aquellos que usan su astucia para imponer cargas pesadas a las personas. No condena a los "pecadores clásicos y convencionales", sino a los falsos religiosos.
El Hijo de Dios es muy claro: esta viuda es tan pobre que no podía entregar mucho, porque no tenía, pero ella es la que ha echado al tesoro más que todos los demás. En griego, el versículo es muy hermoso porque cuando dice "en su miseria" usa el término hysterēseōs que expresa estar en necesidad, experimentar la necesidad. Ella, que estaba necesitada, echó lo que tenía que vivir o, mejor aún, dio todo lo que tenía para su vida (Mc 12, 44).
Ella ha ofrecido todo, como el ciego de Jericó que había echado fuera su manto. Por lo tanto, ella es la imagen del verdadero discípulo, porque para ella la fe era la vida. Para los escribas, en cambio, la aparente religiosidad era solo una puesta en escena para obtener poder, prestigio social, económico, cultural y político, para parecer algo diferente de lo que eran en realidad. De hecho, bajo la apariencia religiosa, se manifiestan lo que eran, lun ave rapaz que toma para sí misma.
La pregunta es siempre la misma: ¿dónde nos ha llevado un cristianismo sediento de poder, el lujo de las túnicas largas, los uniformes, todo lo que se creó para sobresalir, destacarse, ganar dinero y poder, incluso bajo muchas pretensiones. buenas? Hoy, también, la resistencia continúa contra quienes quisieran desmantelar este edificio vacío, compuesto de pretensiones y dominio, que no da beneficios y tampoco beneficia a nadie.
No hay una sola palabra en los Evangelios acerca de cómo Cristo estaba vestido, sólo el recuerdo del manto que usó durante la pasión que se convertirá en su manto de gloria y el recuerdo de la túnica sin costuras que los soldados echaron a suerte. La invitación del apóstol es clara: "Revístanse del Señor Jesús" (Rom 13:14), quien se "anonadó a sí mismo" (Fil. 2: 7).
P. Marko Ivan Rupnik




jueves, 1 de noviembre de 2018

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario - Año B


XXXI Domingo del Tiempo Ordinario - Año B         Mc 12,28-34


Ahora ya nos encontramos en Jerusalén y Cristo ya ha realizado el gesto fuerte de echar a los vendedores del templo. Después de ser interrogado por sumos sacerdotes, escribas y ancianos sobre su autoridad y sobre la resurrección de los muertos, ahora sufre por tercera vez una especie de interrogatorio. Esta vez, es uno de los escribas, sin duda consciente de que Cristo realizó gestos significativos en el día sábado, para preguntarle cuál es el gran mandamiento, que también observó Dios y por esto se consideraba el mayor de todos los mandamientos, es decir, el primero. O sea, el descanso del sábado.
Pero Cristo responde a un nivel más profundo de lo que el escriba esperaba. Cristo responde a la pregunta más bien en el sentido de cuál es ese primer mandamiento del cual, de alguna manera, todos los demás dependen, de lo que los otros derivan, del que es el primero. Por esta razón, la respuesta de Cristo es, de hecho, sorprendente y es curioso que el escriba hasta cierto punto sea capaz de captar la profundidad de la respuesta de Cristo que, de hecho, se basa en la confesión de fe de Israel.
Los textos del Deuteronomio y del Levítico que Cristo une en su respuesta constituyen dos niveles de acción.
El primero comienza con “escucha, Israel” y apela a la aceptación absoluta de lo que dice el Señor. No olvidemos que la fe comienza a verse en la Biblia con el llamado de Abraham (cf. Gn 12,1-4), Abraham siente el llamado de Dios y parte de inmediato. Escuchar significa acoger a aquel que habla como el epicentro de la propia vida, mirar a sí mismo desde la perspectiva de quien llama, entenderse a sí mismo a partir de quien llama. Toda la parábola de Abraham se describe como el crecimiento y la maduración de una vida vivida absolutamente en relación con la persona que llama. La acogida del Señor será el gesto indispensable para que Abraham comprenda que su vida, sus acciones y su pensamiento encuentran su fundamento y significado en el Señor. En el padre de la fe y de los creyentes es precisamente la parábola de ofrecer el oído. De esto se sigue la acogida. El mismo San Pablo hace explícito que "la fe viene de la escucha y la escucha se refiere a la palabra de Cristo" (Rom 10:17).
La segunda acción, en cambio, amar al Señor, es consecuencia porque la acogida no puede hacerse sino a través de toda la persona. Como dice Vladimir Solov’ev, el amor es la única realidad que involucra e integra a toda la persona. La persona se realiza en el amor, como amor. Esto es lo que el Evangelio de hoy hace explícito, el amor a Dios requiere la participación de toda la persona. Este amor no puede ser separado del amor por el hombre. No hay alternativa entre el amor a Dios o el amor al hombre. El mismo Solov’ev afirma que la división del amor (entre el amor a Dios y amor al hombre) es la fatal consecuencia del pecado. Esto es lo que Cristo ha respondido al hombre rico que preguntaba qué hacer para tener la vida eterna, Jesús contesta: amar al hombre. Cristo ahora enfatiza que delante del escriba está Dios que lo llama, el Verbo de Dios que es el Hijo y que es verdadero hombre. De ahora en adelante ya no será posible crear un tipo de religión hacia Dios y tener una actitud hacia los demás que no comience desde la misma actitud.
La realidad de la cual todo depende es la fe y, por lo tanto, es la acogida que convierte al hombre en expresión del amor. En Gálatas Cap.3, Pablo muestra que la fe antecede a la ley. Hoy se denuncia la incapacidad de los escribas para ver la enseñanza religiosa y la experiencia del amor de una manera orgánica y unida, porque la acogida de Cristo permite al hombre amar según Dios. De hecho, después de este episodio, Cristo se asombra de cómo los escribas se las arreglan para hablar del Mesías como hijo de David y no pueden comprender que este Mesías es su Señor. Pone en evidencia que el título con el cual se dirigen a él, Hijo de David, abre una interpretación sobre él y el tiempo mesiánico reductiva y condicionada por la mentalidad de este mundo. Por lo tanto, no logran comprender que Cristo como Mesías es la manifestación de Dios, quien a través del amor por el hombre da a su Hijo y que, a este Dios, incluso el mismo David se ha sometido, llamándolo Señor.
P. Marko Ivan Rupnik


jueves, 25 de octubre de 2018

XXX Domingo del Tiempo Ordinario - Año B



XXX Domingo del Tiempo Ordinario - Año B              Mc 10,46-52

Todavía estamos en camino a Jerusalén junto con Jesús y hoy nos encontramos en el punto más bajo, incluso a nivel geográfico y topográfico: estamos en Jericó. Desde aquí comienza realmente el ascenso a Jerusalén. La subida de Cristo de la ciudad se enmarca en el mismo término que encontramos en el Ex 13, en Deut 11 y muchas otras veces para decir que Israel ha salido de Egipto. Por lo tanto, esta "partida de Jericó" (Mc 10,46) se refiere a un verdadero éxodo, es decir, la necesidad de liberación.
De hecho, el ciego que yace en el suelo pidiendo limosna, denuncia que en la tierra de la justicia hay necesidad de liberarse de una falsa tierra prometida. Indudablemente, nos referimos a la mentalidad que nos impide ver al Mesías, que nos impide comprender en qué consiste el tiempo mesiánico, la acción mesiánica y la figura misma del Mesías.
Bartimeo, hijo de Timeo, está prácticamente identificado por el apellido que la raíz “time”, significa honor en griego. Por lo tanto, "hijo del honor, del honorable". Decir "hijo de" significa indicar que él es similar a su padre, en este caso el hombre que busca honor. En todo el Evangelio de Marcos "hijo de", solo se usa dos veces: en el capítulo 10, para los "hijos de Zebedeo" (Mc 10, 35) y ahora para el "hijo de Timeo" (Mc 10, 46). Es interesante notar que, en el camino hacia el cumplimiento pascual de Cristo, los discípulos discuten sobre quién es el más grande y reclaman los asientos más importantes para ellos mismos. El ciego Bartimeo simboliza esta ceguera. Por lo tanto, se vuelve más claro que los discípulos están representados en él, tanto que, en el Evangelio de Mateo, los ciegos son dos (Mt 20, 29-34), especialmente los hermanos Juan y Santiago, que no comprenden el estilo del Mesías que no vino para ser servido sino para servir y dar la vida
Al ciego, Jesús le hace la misma pregunta que dirigió a los dos hermanos: "¿Qué quieres que te haga?" (Cf Mc 10:36). Es la pregunta dirigida a los discípulos, a quienes caminan detrás de él pero no lo siguen. Tanto es así que el versículo 46 dice que "llegaron a Jericó", en plural, luego se vuelve al singular, es Cristo quien se aleja de Jericó en medio de esta multitud y los discípulos que no lo siguen. El único que comenzará a seguirlo es el ciego. Concluye el pasaje, "lo siguió por el camino" (Mc 10,52). Otros, sin embargo, continúan siguiendo sus propias ideas.
De esto se deduce que la cuestión fundamental de quién es llamado por Jesús y estar con él es "abrir los ojos", pero para ver debemos nacer de lo alto, tener una vida nueva (cf Jn 3,2-5). En la imagen del hombre ciego de Jericó, Marcos abre un paso que todo el Antiguo Testamento debía dar, pasar de la audición a la visión (cf. 1 Jn 1: 3).
Esto es lo que sucede en la historia de hoy: Bartimeo oye el paso del Nazareno. Fue precisamente en Nazaret donde la expectativa era de un Mesías triunfante y nacionalista, que restauraría el reino de David ante todos los demás pueblos. El oído funciona, oye y, de hecho, lo llama "Hijo de David" (Mc 10, 47-48). La persona ciega sigue absolutamente la tradición correcta, pero da un paso que otros no han logrado. El motivo se refiere a cuestiones espiritualmente muy serias. Él tiene una necesidad real de salvación, porque está allí en el suelo. Otros han reducido su horizonte a una liberación puramente terrestre, a un mesías cultural e histórico. No es una cuestión ontológica de la salvación.
Ierah en hebreo significa luna y la luna no tiene luz por sí misma, sino que la recibe del sol. El hombre no tiene luz por sí mismo, no tiene vida, tiene que recibirla del Sol: ahora pasa el Sol de justicia y Bartimeo lo llama porque sabe que no puede hacer nada por sí mismo. Llamándolo "Hijo de David", Mesías, se refiere a Isaías y a las señales que acompañarán el tiempo mesiánico: los ciegos verán, los cojos caminarán ... (cf. Is 29: 18, 35,5).
Cuando Cristo lo llama, él echa fuera su capa, una palabra que frecuentemente aparece en el Antiguo Testamento. Es la manifestación de la persona, es la gloria en el verdadero sentido teológico. La capa revela quién eres, de qué nivel social eres. El ciego que tira la capa arroja su historia, es decir, lo que era y tenía hasta ese momento. Precisamente lo que los discípulos no podían hacer y lo que Israel no podía hacer. Ni los escribas, ni los sacerdotes, ni los poderosos lograban deshacerse de su historia, de lo que eran o creían que eran para aceptar una novedad plena. Pero el ciego hizo precisamente eso, se liberó de sí mismo. Esto es lo que Cristo vino a hacer, liberarnos de nosotros mismos.
El Salvador prácticamente no hizo nada. Este es uno de los pocos ejemplos en los que ocurre algo muy grande y total en una persona y Cristo está completamente inmóvil, no hace nada, ni una palabra ni un gesto, ni lo llamó directamente, pero lo ha hecho llamar y le preguntó: "¿Qué? ¿Qué quieres que yo haga por ti? "(Mc 10,51). Quería que él mismo hiciera su diagnóstico y lo expresara.
“Que vuelva a ver”, Es decir, he visto y me gustaría volver a ver. Solo su verdad, sin añadidos. "Tu fe te ha salvado" (Mc 10,52) le responde Cristo, como diciendo: "La fe con la que me recibiste te ha salvado". "A los que lo recibieron, les dio poder para convertirse en hijos de Dios" (cf. Jn 1, 12). Aquí está la transición del oído al ojo. El ciego se ha encaminado detrás de él, desde ese momento es un verdadero discípulo. Sólo de él se dice, en el décimo capítulo, que lo sigue.
Este es precisamente un cambio radical: el ciego se ha confiado, se ha liberado, ha echado fuera cosas, no estaba atado a lo que era, sino que estaba abierto a lo nuevo y se obró exactamente ese "Ten piedad de mí”. Llévame contigo, no me dejes aquí. Llévame contigo Y él camina detrás del Señor.
P. Marko Ivan Rupnik

viernes, 19 de octubre de 2018


XXIX DOMINGO del TIempo Ordinario - Año B               Mc 10,35-45

 También hoy el Evangelio nos pone en camino con Cristo. Junto con él vamos a Jerusalén: queda poco tiempo, solo queda el episodio del ciego de Jericó (Mc 10, 46-52) y luego Jesús hará la entrada solemne en Jerusalén.


A estas alturas, el Maestro ha concluido la predicación a las multitudes y, de alguna manera, se dedica solo a los discípulos. Desafortunadamente, todavía debe notar, con amargura, que continúan sin entender, que malinterpretan, que incluso en su estrecho círculo hay una forma de pensar que les impide ver realmente quién es Él, por qué vino y por qué el Padre lo ha mandado. Ahora estamos después del tercer anuncio de la pasión: Cristo, por tercera vez, hace explícita su identidad como don del Padre y declara que el Padre lo ha entregado. Él es dado a los hombres porque es entregado por el Padre. Esta no es la elección arbitraria de ser un héroe y ofrecerse a sí mismo como una especie de víctima sacrificial. No, Jesús es el don del Padre para la humanidad, porque cuando la humanidad tocará su carne, entonces será revelado quién es realmente el Padre. El Padre nos considera dignos de "confiarnos" a su único Hijo.
Jesús es quien primero contempla esta gran verdad: el Padre "amó tanto al mundo que dio a su Hijo" (Jn 3:16). En cambio, los que están con él, los discípulos, parecen seguir pensando según el mundo.
Dios, en sí mismo, tiene una vida que es comunión de amor. Vive "el modo de la comunión", en la ofrenda continua de sí mismo, en la forma de don. Jesús está diciendo, a través de todo el testimonio evangélico de Marcos, que el hombre según Dios es como Él: “quien me recibe, recibe al que me envió” (cf. Mc 9, 37). Este es el estilo de vida de Jesús, esta es la verdad que Él manifiesta: Él es el don del Padre. Quien lo recibe, vive la vida que no solo proviene de Dios, como la vida de toda la creación, sino que vive la vida que es según Dios, la vida como don.
Los apóstoles, aunque cercanos, viven solo la vida psicosomática, que carece de "pneuma" (cf. 1Cor 2, 12-14), como Cristo le explica a Nicodemo al comienzo del Evangelio de Juan (cf. 6). Para entender, para ver verdaderamente, uno debe tener la vida de Dios. Para conocer el reino de los cielos y entrar en él, para tener un pensamiento de acuerdo con el reino, uno debe tener la vida del reino, es decir, la vida del Hijo.
Teológicamente aquí está la encrucijada: quien piensa de acuerdo con la naturaleza, es decir, según la naturaleza humana herida, quien trata de salvarse a sí mismo y, por lo tanto, quiere proveer para sí mismo, y quien piensa de acuerdo con Dios, porque vive una vida según Dios, una vida a la manera de Dios y por lo tanto vive como don.
Es una encrucijada que tantas veces encontramos en el Evangelio. Una mentalidad basada en la necesidad de proveerse uno a sí mismo es la verdadera consecuencia cultural y antropológica del pecado. Este es el profundo desequilibrio por el cual el hombre ya no logra recuperar la verdadera inteligencia, el verdadero saber, tanto que para recomponer esa inteligencia debemos esperar el don del Espíritu Santo, el don de la sabiduría, para saber. . De lo contrario, incluso en la fe se inserta el razonamiento de este mundo: según este mundo, es decir, según la naturaleza humana, según el individuo que trata de extender su individualidad a los demás. Por lo tanto, la pregunta, dirigida a Jesús por Santiago y Juan, de estar uno a su derecha y otro a la izquierda no es sorprendente: de hecho, ni siquiera saben lo que están preguntando (cf. Mc 10:38).
Es evidente que si supieran que su trono es la cruz y que habrá un crucificado a la derecha y otro a la izquierda, los hijos de Zebedeo nunca pedirán sentarse a su lado. Pero la tentación insinuada por la serpiente, ese “seréis, llegaréis a ser” algo diferente de lo que ya sois, algo más de lo que ya habéis recibido como don, permanece siempre actual.
Cristo alude al Salmo 75.9, a Isaías 51.22, a Jeremías 25: 15-18, a Ezequiel 23: 32-34, donde la copa representa un sufrimiento tremendo y fuerte. Un mal poderoso, una ira que se desatará. Esta es la copa para beber, esta es la inmersión, - en este sentido leemos la referencia al bautismo del versículo 39-, que le espera al discípulo.
Una inmersión en la historia, como muestra plásticamente el Salmo 69, 15-16 cuando el agua llega a la garganta, el fango de una gran tormenta, en una tormenta, donde se desatan todas las fuerzas cósmicas del mal. Se trata de estar ahí, no prestar atención a uno mismo sino vivir como don incluso en una historia tan cruel. La respuesta de los dos discípulos está, pero aún de acuerdo con un razonamiento de la naturaleza que cuenta consigo misma para tener éxito.
Cristo toma una posición muy clara con respecto del poder y, por lo tanto, explícitamente dice: "Entre ustedes, sin embargo, no sea así" (cf Mc 10,43). En ningún otro lugar está escrito tan claramente. Esta es la mentalidad del mundo, allí se razona de acuerdo con el dominio y el ejercicio del poder. Él vino "para servir y dar su propia vida" (Mc 10,45).
No hace falta repetir cuántos malentendidos denuncia la historia, cuántos "palacios" muestran exactamente lo contrario. Por otro lado, es importante concentrarse en ese pequeño círculo de poder que cada uno ejerce, sobre una pequeña cosa, en una pequeña decisión. Allí esta palabra cuestiona e ilumina acerca de qué vida uno vive y según qué vida uno piensa. Si vivimos del ego individual, que quiere extender su individualismo a otros, haciéndolo sufrir, o de acuerdo con una vida nueva, la que no teme ser un don. Es la vida que sigue el camino silencioso que es la vida del Hijo en nosotros, la que nos invita a dejarnos llevar como un don, a entregarnos porque el Padre es fiel.
P. Marko Ivan Rupnik