jueves, 10 de mayo de 2018


Ascensión          Año B                                                                                      Mc 16,15-20

La Ascensión, Jesús que sube al cielo y lleva al Padre la humanidad que ha unido a Él con la encarnación y en el Evangelio de hoy se pone en estrecha relación con la misión que entrega a los once: “Cuando sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32) y la promesa se cumple con el don del Espíritu cuando Cristo muere en la cruz.  Cristo Resucitado es el Cristo crucificado, el Hijo del hombre que después de la Resurrección vuelve a Galilea porque ese es el lugar de la vida concreta, de la vida cotidiana para releerla a la luz de la resurrección.  Las apariciones han mostrado este nuevo modo de vivir que es propio sólo de la vida de Dios
La existencia de Dios es trinitaria, en comunión. Su gloria es la manifestación de este ágape, de este amor en la historia que se convierte así en la fuerza que trasfigura la historia herida por el mal y por el pecado.  En el Evangelio de Marcos la Ascensión de Cristo está ligada estrechamente a la misión de la Iglesia.  Esta se constituye alrededor del creer, y se da justamente después que los apóstoles son reprendidos por su incredulidad.  En la primera lectura de hoy la misión de la Iglesia se explicita como testimonio y este se realiza con la venida del Espíritu Santo.
Vemos que el camino de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo muerto y resucitado, vive en la historia, por la venida del Espíritu Santo, dando igual importancia al Hijo y al Espíritu Santo.  De hecho, no es posible dar testimonio del Hijo sin que nuestra humanidad manifieste un modo de existir que es el modo según el Hijo de Dios, o sea de relación, hacia el Padre y hacia los hermanos. Pero esto es obra del Espíritu Santo porque es el Señor del modo de la existencia divina que es amor y que es comunión. Es el Espíritu Santo que nos capacita para una vida como comunión porque derrama en nuestros corazones el amor de Dios Padre (Rom 5,5)
Si se rompe esta dinámica del Hijo y del Espíritu Santo –como de hecho nuestra historia atestigua- habiendo dado en un cierto tiempo la prevalencia a Cristo, olvidando lentamente el Espíritu Santo –entonces la misión de la Iglesia se puede encontrar en una dificultad siempre mayor porque puede transformarse en una gran quehacer, un continuo hablar, organizar y sin embargo a través de todo esto no se da la manifestación del amor del Padre (Cfr. Mt 5,16)
Lo que no logra aparecer en esta visión no equilibrada es exactamente la verdadera novedad de la Iglesia, que es manera de existir en comunión. Se necesitará de verdad mucho tiempo para que nuestra mentalidad vuelva a tener familiaridad con el Espíritu Santo así como parece tenerla con Cristo.  Pero sin el Espíritu Santo no se entiende la señoría de Cristo ni su filiación con el Padre ni el asumir la humanidad. La misión de la Iglesia tiene sus raíces en la experiencia de la comunión filial con el Padre
En la lectura de los Hechos de los Apóstoles se da testimonio, como pone en evidencia algún exégeta contemporáneo, que la comida de la cual se habla se refiere a la eucaristía.  Es en la comida eucarística que Cristo se manifiesta y habla a su Iglesia. Y este hablar no es simplemente una enseñanza abstracta sino una manifestación de un modo de ver desde el haber llegado a la meta hacia la historia y no viceversa.
Nosotros tenemos de este modo algo que decir al mundo justamente porque por medio del Espíritu Santo, en Cristo vivimos nuestro cumplimiento (Haber llegado a la meta) y el cumplimiento del mundo en el amor del Padre. De este modo se pueden comprender los cinco signos que Marcos enumera: “Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán». (Mc 16,17-18).  Fue el Espíritu Santo que llevó Cristo al desierto, donde resistió al tentador y es sólo con la fuerza del Espíritu Santo que los discípulos podrán permanecer en Cristo y arrojarán los pensamientos y las tentaciones que el demonio insinuará a la Iglesia para no tener este mentalidad nueva sino que quisiera afirmarse como algo nuevo que sin embargo usa los modos antiguos. No se trata aquí simplemente de pensar en los exorcismos o de inventar las lenguas sino de tener una novedad que es tan poderosa como para ser creadora y alejar la mentalidad del mundo antiguo, del mundo que no conoce al Padre.  La Iglesia será creadora si ya no tendrá miedo al mundo porque está embebida de la sangre que es el fármaco de la vida eterna.  No nos contagiamos del mundo ni lo condenamos, justamente porque no se tiene miedo se puede hacer el anuncio e inundar de vida nueva el mundo.
Como ya estamos en Cristo ante el Padre, nos comportamos en este mundo de acuerdo con esto, sabiendo que lo que importa, lo que tiene peso es lo que somos en Cristo.
Esto es lo que sucede en cada Eucaristía, nosotros estamos en el pan y en el cáliz de nuestra ofrenda, con la venida del Espíritu Santo nos transformamos en el Cuerpo de Cristo o sea la Iglesia y llegamos, por Cristo, con Cristo y en Cristo, a dar gloria al Padre.
P. Marko Ivan Rupnik



No hay comentarios:

Publicar un comentario