La Ascensión,
Jesús que sube al cielo y lleva al Padre la humanidad que ha unido a Él con la encarnación
y en el Evangelio de hoy se pone en estrecha relación con la misión que entrega
a los once: “Cuando sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí” (Jn
12,32) y la promesa se cumple con el don del Espíritu cuando Cristo muere en la
cruz. Cristo Resucitado es el Cristo
crucificado, el Hijo del hombre que después de la Resurrección vuelve a Galilea
porque ese es el lugar de la vida concreta, de la vida cotidiana para releerla
a la luz de la resurrección. Las
apariciones han mostrado este nuevo modo de vivir que es propio sólo de la vida
de Dios
La
existencia de Dios es trinitaria, en comunión. Su gloria es la manifestación de
este ágape, de este amor en la historia que se convierte así en la fuerza que
trasfigura la historia herida por el mal y por el pecado. En el Evangelio de Marcos la Ascensión de Cristo
está ligada estrechamente a la misión de la Iglesia. Esta se constituye alrededor del creer, y se
da justamente después que los apóstoles son reprendidos por su
incredulidad. En la primera lectura de
hoy la misión de la Iglesia se explicita como testimonio y este se realiza con
la venida del Espíritu Santo.
Vemos
que el camino de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo muerto y resucitado, vive en
la historia, por la venida del Espíritu Santo, dando igual importancia al Hijo
y al Espíritu Santo. De hecho, no es
posible dar testimonio del Hijo sin que nuestra humanidad manifieste un modo de
existir que es el modo según el Hijo de Dios, o sea de relación, hacia el Padre
y hacia los hermanos. Pero esto es obra del Espíritu Santo porque es el Señor
del modo de la existencia divina que es amor y que es comunión. Es el Espíritu
Santo que nos capacita para una vida como comunión porque derrama en nuestros
corazones el amor de Dios Padre (Rom 5,5)
Si se
rompe esta dinámica del Hijo y del Espíritu Santo –como de hecho nuestra
historia atestigua- habiendo dado en un cierto tiempo la prevalencia a Cristo,
olvidando lentamente el Espíritu Santo –entonces la misión de la Iglesia se
puede encontrar en una dificultad siempre mayor porque puede transformarse en
una gran quehacer, un continuo hablar, organizar y sin embargo a través de todo
esto no se da la manifestación del amor del Padre (Cfr. Mt 5,16)
Lo que
no logra aparecer en esta visión no equilibrada es exactamente la verdadera
novedad de la Iglesia, que es manera de existir en comunión. Se necesitará de verdad
mucho tiempo para que nuestra mentalidad vuelva a tener familiaridad con el
Espíritu Santo así como parece tenerla con Cristo. Pero sin el Espíritu Santo no se entiende la
señoría de Cristo ni su filiación con el Padre ni el asumir la humanidad. La misión
de la Iglesia tiene sus raíces en la experiencia de la comunión filial con el
Padre
En la
lectura de los Hechos de los Apóstoles se da testimonio, como pone en evidencia
algún exégeta contemporáneo, que la comida de la cual se habla se refiere a la eucaristía. Es en la comida eucarística que Cristo se
manifiesta y habla a su Iglesia. Y este hablar no es simplemente una enseñanza
abstracta sino una manifestación de un modo de ver desde el haber llegado a la
meta hacia la historia y no viceversa.
Nosotros
tenemos de este modo algo que decir al mundo justamente porque por medio del
Espíritu Santo, en Cristo vivimos nuestro cumplimiento (Haber llegado a la
meta) y el cumplimiento del mundo en el amor del Padre. De este modo se pueden
comprender los cinco signos que Marcos enumera: “Y estos prodigios acompañarán
a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas
lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno
mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los
curarán». (Mc 16,17-18). Fue el Espíritu
Santo que llevó Cristo al desierto, donde resistió al tentador y es sólo con la
fuerza del Espíritu Santo que los discípulos podrán permanecer en Cristo y
arrojarán los pensamientos y las tentaciones que el demonio insinuará a la
Iglesia para no tener este mentalidad nueva sino que quisiera afirmarse como
algo nuevo que sin embargo usa los modos antiguos. No se trata aquí simplemente
de pensar en los exorcismos o de inventar las lenguas sino de tener una novedad
que es tan poderosa como para ser creadora y alejar la mentalidad del mundo
antiguo, del mundo que no conoce al Padre.
La Iglesia será creadora si ya no tendrá miedo al mundo porque está
embebida de la sangre que es el fármaco de la vida eterna. No nos contagiamos del mundo ni lo condenamos,
justamente porque no se tiene miedo se puede hacer el anuncio e inundar de vida
nueva el mundo.
Como ya
estamos en Cristo ante el Padre, nos comportamos en este mundo de acuerdo con
esto, sabiendo que lo que importa, lo que tiene peso es lo que somos en Cristo.
Esto es
lo que sucede en cada Eucaristía, nosotros estamos en el pan y en el cáliz de
nuestra ofrenda, con la venida del Espíritu Santo nos transformamos en el
Cuerpo de Cristo o sea la Iglesia y llegamos, por Cristo, con Cristo y en
Cristo, a dar gloria al Padre.
P. Marko Ivan Rupnik

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