viernes, 30 de noviembre de 2018

I Domingo de Adviento - Año C

I Domingo de Adviento - Año C                 Lc 21, 25-38.34-36


Con este domingo la Iglesia nos ofrece poder recomenzar una vez más el camino del año litúrgico invitándonos a vivir el tiempo del Adviento.
La palabra “adviento” habla de la venida hacia nosotros del Señor Jesús. Ante todo, de su venida hace más de 2000 años, que celebraremos de modo particular el día de Navidad. Pero también la venida futura, la definitiva, al final de los tiempos, a la cual hace referencia el Evangelio de hoy.  Recordar y celebrar estas dos venidas nos ayuda en particular a vivir la otra venida de Jesús, la venida cotidiana, en los acontecimientos que llenan cualquiera de nuestros días.  El Señor viene y viene siempre, el cristiano no es el hombre o la mujer que trepa hasta el cielo para encontrar a Dios al final de sus propios esfuerzos para vivir de manera moralmente correcta y piadosa, sino aquel que acoge el amor de Dios que es quien toma la iniciativa de venir, que nos viene al encuentro en la carne de un hombre, Jesús de Nazaret.
El adviento del Señor es la respuesta a nuestro esperar, a nuestro desear.
Desear. Parece que la palabra desiderantes  (término latino en el que aparece la palabra sidera) fueron los soldados que al final de un día de batalla, estaban debajo de las estrellas (sidera) y esperaban la vuelta de los que todavía no habían regresado al campamento. Desear en el sentido más profundo, puede ser entendido, así como la espera de un reencuentro, la realización de una relación.
La venida de Dios en Jesús de Nazaret nos ofrece exactamente una relación interpersonal con alguien que ha nacido de mujer y crecido, ha caminado por nuestras calles, ha buscado hacer la voluntad del Padre en su existencia, ha amado hasta el extremo de dar su vida… El Dios que deseamos. El cristianismo no es sólo una serie de afirmaciones teológicas (sobre quién es Dios) unida a una serie de mandamientos morales y a un complejo de celebraciones litúrgicas, sino un encuentro con este Dios hombre y un sí a su amor que mueve el nuestro.  “El Señor os haga crecer y sobreabundar en el amor entre ustedes y hacia todos” nos dice Pablo en la lectura.  No sólo “entre nosotros” (familiares, amigos, los cristianos) sino que, para distinguirnos, como dice también Pablo, “hacia todos”, de cualquier raza o religión, nadie queda excluido, tal como ha sido el amor universal de Jesús.
Amor que, si por una parte es riqueza profundísima de los sentimientos del corazón de Jesús, por otra, es una intervención concretísima en nuestra historia, o sea es justicia. Este término aparece tres veces en dos versículos en la primera lectura tomada del profeta Jeremías, en la cual se afirma también que en ella consiste la realización de las promesas hechas por el Señor.  La justicia bíblica habla de la realización plena del hombre y la humanización plena de las relaciones sociales. Cuánta necesidad tenemos de esto en un tiempo difícil en que parece que siempre más sea la injusticia la que reina en el mundo.  En cambio, el “Señor, nuestra justicia” nos dice el profeta Jeremías, será el nombre de Jerusalén, el nombre de la ciudad de los hombres. Es una llamada a ser, cada uno de nosotros, un operador de justicia.
Entonces tenemos que aceptar la urgente invitación del Evangelio: "Cuídense, que sus corazones no se vuelvan pesados por la disipación, la embriaguez y los problemas de la vida y que ese día no caiga de repente sobre ustedes". ¡Cómo se embotan nuestros corazones! Quizás no debido a la embriaguez del vino, sino porque son incapaces de una vida sobria y mesurada, abrumados por cosas que hay que hacer, por afectos desordenados, por temores enfatizados por los medios de comunicación, por preocupaciones de trabajo que no hay o que rara vez es humanizaste ... "Velen y recen en todo momento", concluye el Evangelio de hoy. Traducido podría significar: cuídense de mantener viva en el corazón la presencia amorosa de Jesús de Nazaret. Y sus sentimientos, su forma de relacionarse con el Padre, de tomar decisiones en la vida, de vivir relaciones entre ustedes, sea el amor ... este es “vuestro estilo de vida”. Entonces ese día no vendrá de repente sobre nosotros.
Equipo de Padres Jesuitas

viernes, 23 de noviembre de 2018

Solemnidad de Cristo Rey del Universo - Año B


Solemnidad de Cristo Rey del Universo - Año B        Gv 18,33-37

"¿Eres tú el rey de los judíos?" Es la pregunta de Pilato que abre el pasaje del Evangelio de hoy (Jn 18, 33). Es fácil imaginar la expresión que el gobernador romano pudo haber asumido al hacerla, de hecho, se podría pensar de todo al ver a Jesús, menos que pretendiese un título real. Sin embargo, se lo entregaron porque él "decía ser el rey Mesías" (Lc 23: 2). Pilato, acostumbrado a las cosas claras y extremadamente prácticas, no entenderá mucho del discurso de Cristo. La cuestión del rey y del reino ya había abierto camino al malentendido, porque Israel, en algún momento de su historia, pidió que le dieran un rey para ser como todos los demás pueblos (cf. Dt 17,14). Ahora, Jesús, el rey a quien el Señor ha escogido (Deut 17,15) ha venido, pero "los suyos no lo han recibido" (Jn 1,11).
De hecho, su reino "no es de este mundo" (Jn 18:36). Es decir, no solo "no está aquí", sino que no está de acuerdo con el ordenamiento de este mundo, es decir, no está de acuerdo con el poder, la fuerza, el ataque y la defensa que inevitablemente terminan en la guerra. La misma fiesta de Cristo Rey fue instituida en un momento no de entre los más felices de nuestra Iglesia, sofocada por la política y los reinos de este mundo. Un momento en el que el significado de los reyes y los reinados fue mal interpretado, y sobre todo el significado de la verdad, que había sido entendido exclusivamente al nivel de la filosofía y de la ley y, gradualmente, solo en la ciencia experimental.
"Por esto nací y por esto vine al mundo para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37). El reino de Jesús, en cambio, tiene que ver con la historia, pero también coincide con la verdad. El Hijo de Dios no vino a "enseñar" la verdad, sino a dar testimonio de ella, es decir, hacer surgir el reino. Esta es su misión: en la historia sacar a la luz la verdad, que es el cumplimiento de la historia, que es el reino, que es Cristo.
Para los judíos, la verdad - emet - es prácticamente la fidelidad de Dios, la adhesión a la palabra que él ha dado, el juramento de Dios. Para los griegos y los romanos, la verdad es una cuestión más bien filosófica, en un arden entre el fenómeno y su idea por lo tanto en un sistema, ideal para los griegos, legal para los romanos, pero siempre un sistema.
En Juan, la verdad es la existencia de Dios como Padre que genera y da vida. Es una revelación de Dios como el amor que genera, que incluye al otro, una existencia que incluye la vida que se dona. Es la vida como koinonia, como comunión del Padre, vinculada a la manifestación del Espíritu Santo que "nos guiará a toda la verdad" (Jn 16, 13). Él nos guiará, no será el "profesor" de la verdad. Nos guiará a toda la verdad, a la comunión plena donde la historia encontrará su plenitud. Cristo vino para hacer emerger de la historia, que es un trabajo doloroso, como de parto, una división continua, una vida que es de comunión y que llegará a su plenitud al fin de los tiempos, cuando todo será una gran armonía. Dios será todo en todos porque todo habrá sido sometido al Hijo, quien a su vez será sometido a Aquel que lo ha sometido todo a Él “Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos”. (cf. 1 Co 15:28). Este es el reino de Cristo.
Berdjaev profetizó un oscurecimiento del mundo cuando la ciencia se convierte en autoridad para el bien y para la verdad. Muchas veces, el padre Špidlík recordó que Europa nació de estas tres realidades: el principio religioso judío cristiano de la fe, el principio griego del conocimiento de la idea y el concepto de ley, que surgió en la antigua Roma. Pero en el segundo milenio, la idea y la ley eliminaron totalmente el principio de la fe: prevalece el sistema sobre la comunión y cuando existe el sistema siempre hay un conflicto. Los sistemas religiosos generan conflicto religioso. Y así dejamos un espacio vacío para el paganismo en la vida.
Hay un padre de la mentira y un padre de la verdad. El enemigo divide, y la historia siempre está cortada por la división, pero Cristo ha venido a traer la comunión, el reino de la comunión del Padre. Y nosotros somos su cuerpo. No estamos aquí para hacer separaciones en la historia, en el trabajo. El trabajo de parto de la historia causa nerviosismo, urgencia. Someterse a los sistemas de la historia abre el espacio a lo perverso, al padre de la mentira que ciertamente también ha marcado nuestra historia.
Pero a la hora de la pasión, cuando realmente quisieron hacerlo rey (de burla), Cristo revela su paz, su paz absoluta porque vive de otra vida, arraigada en el Padre (cf. Jn 16, 15).
P. Marko Ivan Rupnik


viernes, 16 de noviembre de 2018

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - AÑO B



XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario - Año B       Mc 13,24-32
El capítulo 13 del Evangelio de Marcos contiene una dinámica compleja en la que la historia, por su aspecto dramático y frágil, es presentada como un parto. "Este será el comienzo de los dolores" (Mc 13,8). La palabra griega odinon significa el trabajo de parto. Es el nacimiento de un mundo nuevo, el cumplimiento de la creación del mundo y de la historia a través de la aparición de Cristo resucitado, que atrae la historia hacia el cumplimiento que está en Él, más bien que es Él.
Los signos de la fragilidad de la creación y de la historia nos permiten vislumbrar el eschaton la ´plaza de oro desde la cual la liturgia atrae hacia sí, de alguna manera, a los hijos de la historia, rompiendo esa corteza que, como muestra San Juan en el Apocalipsis. Impide ver más allá y se vuelve dura, pesada precisamente por los grandes y poderosos, porque están basados en cosas que obstruyen y desvían, ocultando lo que está detrás. El Apocalipsis, por otro lado, revela desde dónde está realmente guiada la historia y libra del engaño de pensar que la historia es conducida exclusivamente por aquellos que se basan en fundamentos erróneos. Se hace evidente que las decisiones de los poderosos de este mundo y su mentalidad oscurecen y hacen impenetrable la verdad que está detrás del devenir del tiempo.
Cuando estas cosas terrenales comienzan a colapsar y la corteza se vuelve más delgada, podemos vislumbrar el sentido de la historia, esta es el apokalypsis.(en griego revelación) Ya la palabra muestra que se está revelando lo que está escondido, es decir, comenzamos a acercarnos a lo que es verdad. Este es el significado de apocalipsis, no tanto una serie de eventos dramáticos en sí mismos, sino más bien la revelación del significado de los acontecimientos y la percepción de su significado.
Habrá un oscurecimiento del sol y la luna (cf Mc 13,24). El sol y la luna son las coordenadas estáticas. El Apocalipsis será el cierre del factor estático que se extingue porque se apagará y, finalmente, un último movimiento en la historia, o sea el fin.  El Deuteronomio distingue muy bien entre Israel y los pueblos que adoran las estrellas, el sol, la luna y el ejército celestial. (Ver Dt 4: 19-20: Y cuando levantes los ojos hacia el cielo y veas el sol, la luna, las estrellas y todo el Ejército de los cielos, no te dejes seducir ni te postres para rendirles culto. Porque ellos son la parte que el Señor, tu Dios, ha dado a todos los pueblos que están bajo el cielo, A ustedes, en cambio, los tomó y los hizo salir de Egipto para que fueran el pueblo de su herencia, como lo son en el día de hoy).  Israel está llamado a una historia de relación, de alianza, mientras que otros se apoyan en otros elementos. El mismo Isaías describe el fin de un imperio: "Se diluye todo el ejército del cielo, los cielos son enrollados como un pliego, y todo su ejército se marchita como se marchita el follaje de la vid, como cae marchita la hoja de la higuera." (Is 34: 4). Cuando la historia se enrolla, caen, es decir, los que se consideran hijos de estas estrellas, hijos del sol. "¡Cómo has caído del cielo, Lucero hijo de la aurora! ¡Cómo has sido precipitado por tierra, tú que subyugabas a las naciones, tú que decías en tu corazón: «iré a los cielos; por encima de las estrellas de Dios erigiré mi trono “(Is, 14, ¡12-13)!
Teológicamente podemos decir que después del pecado el hombre pierde el aliento vital recibido del creador, la dimensión espiritual que Dios ha dado a la creación, el hombre se somete a su naturaleza mortal y extrae de la naturaleza de la creación el poder de la vida, lo que en la creación parece poderoso. Todos estos hijos del sol, de la luna, de las estrellas, son hijos de algo de lo que uno puede extraer su poder, su propia fuerza.
En sus reflexiones, Berdjaev dice que Pablo muestra que el cristianismo ha liberado al hombre de estas potencias, porque nos hemos convertido en hijos de Dios y ya no somos hijos de las estrellas ni de estas potencias del aire, a las cuales nos habíamos sometido. La historia muestra que en cierto momento es la inteligencia la que se convierte en el punto fuerte del hombre, pero esto no cambia de sustancia, el hombre permanece sujeto a aquello de lo que toma la fuerza, ya sea del cosmos o de la ideología.
La fuerza de la vida, en cambio, el hombre solo la puede recibir de Dios, no puede dársela a sí mismo, tiene que ser engendrado. Podemos conocer a Dios solo como hijos, porque Él es Padre. La historia es una generación, un nacimiento del hombre nuevo, del hombre según Dios.
Dios nos está dando vida a través de esta fragilidad de la historia, este comienzo de los dolores, esta corteza que se vuelve más sutil para que podamos ver que lo único que realmente resiste todo y que puede ser la base de todo es la comunión y la comunión que es Nuestro Dios. En la hora de la crucifixión, cuando todo cruje y tiembla, el único punto fijo es la relación fiel Padre-Hijo. Las relaciones de Dios permanecen como la única cosa sólida, todo lo demás colapsa. Ni el cosmos ni las ideas, solo queda el amor.
Desde este amor emerge el Hijo del hombre, es decir, el hombre según Dios, el hombre pleno, perfectyo. Debido a que esta comunión con Dios incluye al hombre y lo hace divino, de otro modo, cualquier intento de volverse divino nace de una nueva ideología y hace que la corteza entre el “ya y todavía no” sea más gruesa y haga más difícil ver el significado de la historia, los acontecimientos, los encuentros, de la vida, allá donde la fidelidad de Dios emerge como el fundamento de todo.
P. Marko Ivan Rupnik



sábado, 10 de noviembre de 2018

XXXII Domingo del tiempo ordinario - AÑO B


XXXII Domingo del tiempo ordinario - AÑO B         Mc 12,38-44

El pasaje de hoy contiene las palabras de Jesús que preceden a su discurso apocalíptico. Encontramos aquí una crítica de los escribas que se convierte en una advertencia a sus discípulos para que aprendan a cuidarse de ellos y de sus actitudes.
Ya en la perícopa anterior, el Maestro había comenzado a insinuar una duda sobre la enseñanza de los escribas porque tendían a vincular al Mesías con el Rey David por una pura cuestión de poder. Hoy exhorta a tener cuidado con ellos, es decir, a mantenerse alejado de ellos (cf. Mc 12:38).
¿Qué es tan peligroso acerca de estos escribas? Sus largas túnicas han estimulado enormemente la imaginación de los exegetas modernos para comprender qué era lo que llamaba la atención de Cristo. Probablemente se vestían con túnicas especiales, parecidas a las de los sacerdotes de la época y las usaban para sobresalir y llamar la atención de quienes los vieran.
De hecho, se trataba de una especie de uniforme usado simplemente para subrayar la separación de la gente común. En realidad, ellos se consideraron los que hablaban en nombre de Dios y los que podían juzgar porque conocían la doctrina. En verdad, este tipo de ropa mostraba que el que la usaba no era más que una especie de maniquí. Un vestido tan llamativo podría atraer la atención como en un desfile, pero, en verdad, revestía la “nada” y manifestaba un ego magnificado, un ego hinchado y agrandado, una naturaleza totalmente dominada por una voluntad de autoafirmación. Estos presuntos sabios de la época estaban tan llenos de ellos mismos que utilizaban la fe, Dios y toda la tradición solo para ellos, con una gran cantidad de saludos especiales en las plazas, reverencias, besamanos. El apogeo de este egocentrismo y egoísmo lo señala Jesús que revela cómo llegaron a devorar las casas de las viudas (Mc 12, 40), aprovechándose de las mujeres indefensas que, a la muerte de su esposo, necesitaban de la oficina legal de ellos para resolver sus testamentos. y la herencia.
La viuda de Sarepta fue bendecida porque conoció a un verdadero profeta, Elías, quien le pidió, pero también le devolvió en abundancia. De hecho, el jarro del aceite y el tarro de la harina, gracias al hombre de Dios, nunca se vaciaron de nuevo. Por el contrario, el encuentro con los escribas nos enfrenta con falsos profetas, lejos de lo que el Deuteronomio prescribe de cómo debía ser la atención para las viudas (ver Deut. 10.18; 24.17).
En el templo, en el patio de las mujeres, había trece sharafats, o trece hoyos en forma de trompeta donde se echaban las ofrendas, estaban hechas en bronce para que pudieran resonar. Si echaban más monedas resonaban fuertemente, incluso si las monedas no tenían ningún valor.
Sin embargo, uno de estos sharafats, a diferencia de los otros, era mucho más simple y sin ninguna escritura, sin que nadie recogiese estos dones y sin que nadie controlase las ofrendas. Es delante de este que probablemente se acerca la viuda, sin testigos, sin que el bronce resuene: ella tiene muy poco, pero lo entrega todo. Por lo tanto, está claro que la única verdadera condena que Cristo pronuncia en el Evangelio es en contra de estos escribas y quienes los siguen, contra aquellos que usan su astucia para imponer cargas pesadas a las personas. No condena a los "pecadores clásicos y convencionales", sino a los falsos religiosos.
El Hijo de Dios es muy claro: esta viuda es tan pobre que no podía entregar mucho, porque no tenía, pero ella es la que ha echado al tesoro más que todos los demás. En griego, el versículo es muy hermoso porque cuando dice "en su miseria" usa el término hysterēseōs que expresa estar en necesidad, experimentar la necesidad. Ella, que estaba necesitada, echó lo que tenía que vivir o, mejor aún, dio todo lo que tenía para su vida (Mc 12, 44).
Ella ha ofrecido todo, como el ciego de Jericó que había echado fuera su manto. Por lo tanto, ella es la imagen del verdadero discípulo, porque para ella la fe era la vida. Para los escribas, en cambio, la aparente religiosidad era solo una puesta en escena para obtener poder, prestigio social, económico, cultural y político, para parecer algo diferente de lo que eran en realidad. De hecho, bajo la apariencia religiosa, se manifiestan lo que eran, lun ave rapaz que toma para sí misma.
La pregunta es siempre la misma: ¿dónde nos ha llevado un cristianismo sediento de poder, el lujo de las túnicas largas, los uniformes, todo lo que se creó para sobresalir, destacarse, ganar dinero y poder, incluso bajo muchas pretensiones. buenas? Hoy, también, la resistencia continúa contra quienes quisieran desmantelar este edificio vacío, compuesto de pretensiones y dominio, que no da beneficios y tampoco beneficia a nadie.
No hay una sola palabra en los Evangelios acerca de cómo Cristo estaba vestido, sólo el recuerdo del manto que usó durante la pasión que se convertirá en su manto de gloria y el recuerdo de la túnica sin costuras que los soldados echaron a suerte. La invitación del apóstol es clara: "Revístanse del Señor Jesús" (Rom 13:14), quien se "anonadó a sí mismo" (Fil. 2: 7).
P. Marko Ivan Rupnik




jueves, 1 de noviembre de 2018

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario - Año B


XXXI Domingo del Tiempo Ordinario - Año B         Mc 12,28-34


Ahora ya nos encontramos en Jerusalén y Cristo ya ha realizado el gesto fuerte de echar a los vendedores del templo. Después de ser interrogado por sumos sacerdotes, escribas y ancianos sobre su autoridad y sobre la resurrección de los muertos, ahora sufre por tercera vez una especie de interrogatorio. Esta vez, es uno de los escribas, sin duda consciente de que Cristo realizó gestos significativos en el día sábado, para preguntarle cuál es el gran mandamiento, que también observó Dios y por esto se consideraba el mayor de todos los mandamientos, es decir, el primero. O sea, el descanso del sábado.
Pero Cristo responde a un nivel más profundo de lo que el escriba esperaba. Cristo responde a la pregunta más bien en el sentido de cuál es ese primer mandamiento del cual, de alguna manera, todos los demás dependen, de lo que los otros derivan, del que es el primero. Por esta razón, la respuesta de Cristo es, de hecho, sorprendente y es curioso que el escriba hasta cierto punto sea capaz de captar la profundidad de la respuesta de Cristo que, de hecho, se basa en la confesión de fe de Israel.
Los textos del Deuteronomio y del Levítico que Cristo une en su respuesta constituyen dos niveles de acción.
El primero comienza con “escucha, Israel” y apela a la aceptación absoluta de lo que dice el Señor. No olvidemos que la fe comienza a verse en la Biblia con el llamado de Abraham (cf. Gn 12,1-4), Abraham siente el llamado de Dios y parte de inmediato. Escuchar significa acoger a aquel que habla como el epicentro de la propia vida, mirar a sí mismo desde la perspectiva de quien llama, entenderse a sí mismo a partir de quien llama. Toda la parábola de Abraham se describe como el crecimiento y la maduración de una vida vivida absolutamente en relación con la persona que llama. La acogida del Señor será el gesto indispensable para que Abraham comprenda que su vida, sus acciones y su pensamiento encuentran su fundamento y significado en el Señor. En el padre de la fe y de los creyentes es precisamente la parábola de ofrecer el oído. De esto se sigue la acogida. El mismo San Pablo hace explícito que "la fe viene de la escucha y la escucha se refiere a la palabra de Cristo" (Rom 10:17).
La segunda acción, en cambio, amar al Señor, es consecuencia porque la acogida no puede hacerse sino a través de toda la persona. Como dice Vladimir Solov’ev, el amor es la única realidad que involucra e integra a toda la persona. La persona se realiza en el amor, como amor. Esto es lo que el Evangelio de hoy hace explícito, el amor a Dios requiere la participación de toda la persona. Este amor no puede ser separado del amor por el hombre. No hay alternativa entre el amor a Dios o el amor al hombre. El mismo Solov’ev afirma que la división del amor (entre el amor a Dios y amor al hombre) es la fatal consecuencia del pecado. Esto es lo que Cristo ha respondido al hombre rico que preguntaba qué hacer para tener la vida eterna, Jesús contesta: amar al hombre. Cristo ahora enfatiza que delante del escriba está Dios que lo llama, el Verbo de Dios que es el Hijo y que es verdadero hombre. De ahora en adelante ya no será posible crear un tipo de religión hacia Dios y tener una actitud hacia los demás que no comience desde la misma actitud.
La realidad de la cual todo depende es la fe y, por lo tanto, es la acogida que convierte al hombre en expresión del amor. En Gálatas Cap.3, Pablo muestra que la fe antecede a la ley. Hoy se denuncia la incapacidad de los escribas para ver la enseñanza religiosa y la experiencia del amor de una manera orgánica y unida, porque la acogida de Cristo permite al hombre amar según Dios. De hecho, después de este episodio, Cristo se asombra de cómo los escribas se las arreglan para hablar del Mesías como hijo de David y no pueden comprender que este Mesías es su Señor. Pone en evidencia que el título con el cual se dirigen a él, Hijo de David, abre una interpretación sobre él y el tiempo mesiánico reductiva y condicionada por la mentalidad de este mundo. Por lo tanto, no logran comprender que Cristo como Mesías es la manifestación de Dios, quien a través del amor por el hombre da a su Hijo y que, a este Dios, incluso el mismo David se ha sometido, llamándolo Señor.
P. Marko Ivan Rupnik