sábado, 19 de enero de 2019

II Domingo del Tiempo Ordinario Año C


II Domingo del Tiempo Ordinario     Año C     Is 62, 1-5; Sal 95; 1 Cor 12, 4-11; Gv 2, 1-12.
 “Donde encuentra un sendero, ahí el Señor camina” San Jerónimo, homilías sobre los Salmos

Dios se presenta como esposo de la humanidad
Desde hace diferentes años, como sacerdote, he tenido la posibilidad de acompañar parejas de novios al matrimonio o grupos de espiritualidad conyugal. Siempre me he quedado admirado de la valentía de su elección y me han ayudado a releer de manera nueva esas numerosas páginas de la Biblia en donde Dios se presenta como el esposo de la humanidad.
Encuentro que es valiente jugarse la vida en la palabra de otro, otro que puede cambiar, que puede traicionar, que puede morir o decide de irse. Encuentro que es valiente esta renuncia a la integridad del propio espacio, dejando que otro te expropie continuamente de tus razones. He aprendido que la vida conyugal es un continuo ser sacados de la tentación de pensar sólo a sí mismos. Hay siempre otro que te recuerda continuamente que no estás solo. Y he entendido finalmente que Dios me ama así, como un esposo.
La imagen del matrimonio es ciertamente la metáfora más utilizada en la Escritura para describir la alianza entre Dios y su pueblo. También el texto de Juan 2,1-11 parece referirse a esta relación, sea  por la referencia temporal al “tercer día” que en los ambientes rabínicos había llegado a ser sinónimo del “día de la Alianza”, en virtud de lo que dice también Oseas 6,2 (“después de dos días nos volverá a dar la vida y al tercero nos levantará y nosotros viviremos en su presencia”), ya sea por las palabras dichas por María a los sirvientes que nos recuerdan la respuesta del pueblo a Moisés en Ex 19,8 2 (cuando el Señor dirá, nosotros lo haremos”)
El texto de las Bodas de Caná abre una serie de imágenes matrimoniales que recorren los primeros capítulos del Evangelio de Juan, en Jn 3,29 el Bautista se definirá como “el amigo del esposo” y en Jn 4 la Samaritana confesará El texto de Jn 2, 1-11 nos introduce por lo tanto en un “tercer día”, pero siguiendo la sucesión de las jornadas propuesta por Juan, nos damos cuenta que hemos llegado al séptimo día o sea al final de la semana tipo de Jesús que Juan nos está contando (Jn 1,29 “el día después…,”, Jn 1,35 “el día después…”, Jn 1,43 “el día después…”, Jn 2,1 “tres días después…”).  Probablemente Juan quiere invitarnos así a llegar a ser familiares de Jesús, a conocerlo mejor. Y he aquí porqué, justo al final de esa semana, durante la cual hemos caminado con Él día tras días, él se revela, se hace conocer como el esposo.
Llegar a darnos cuenta de lo que nos falta
El texto de las bodas de Caná narra el primero de los signos del Evangelio de Juan. Se trata de signos o sea de indicios reveladores que suscitan en nosotros la pregunta sobre quién es Jesús. Juan, en su Evangelio, hace emerger la identidad de Jesús a partir de las situaciones de las personas que lo encuentran. Muy a menudo, como en este caso, son situaciones de falta de alguna cosa, un deseo dormido, una búsqueda vacilante.
En el primer capítulo de Juan, Jesús responde a un deseo ingenuo e incipiente de los primeros discípulos “qué buscan” Mas adelante la samaritana confiesa su deseo de ser amada: le falta un amor verdadero.  En este segundo capítulo, en cambio, esta pareja, como a tantas parejas, les falta lo que es necesario para hacer fiesta. No tienen más vino, no es que esté terminando, realmente no hay más. Parece ver aquellos esposos que viven momentos de aridez, que ya no saben qué decirse y no logran siquiera pedir ayuda.
 Algunos exégetas han interpretado esta falta de vino como una alusión a la pobreza de la pareja. A mí me gusta pensar que los esposos de hoy puedan encontrarse sin vino porque han invitado demasiados huéspedes a la fiesta de su vida. Sería bueno si el vino termina porque la casa, que es imagen de la relación ha sido demasiado acogedora. Sólo así Jesús vendrá. Sólo así Jesús vendrá y repetirá para nosotros el milagro de colmar nuestra pobreza con su presencia.
La mirada de María es la de una mujer que sebe reconocer aquello de los cual hay necesidad.  En el Evangelio de Juan María está presente sólo al comienzo y al final del Evangelio, como para decir que ella está en todas partes, siempre atenta a las necesidades de sus hijos, siempre disponible a pedir a su Hijo de entrar y cambiar nuestra vida.
Recipientes vacíos como nuestros corazones
Sin embargo, no siempre estamos dispuestos a acoger la obra de Dios en nuestra historia. Muchas veces estamos vacío y duros como las tinajas de piedra de las que habla en Evangelio.  Estas tinajas estaban ahí para las abluciones rituales, pero ahora están vacías, esa manera muy legal de vivir la religiosidad no lleva fruto, el corazón se seca.  Se trata de seis tinajas como también seis serán los hombres de los cuales hablará la Samaritana, seis como lo que está incompleto y que el Señor viene a llenar.  Algunos Padres de hecho ven en estas seis tinajas una referencia a una séptima tinaja: el costado de Cristo Crucificado de donde mana sangre y agua, así como el séptimo y verdadero esposo para la Samaritana es Jesús que le habla.
Jesús entra en los diversos tiempos de nuestra vida
 La experiencia de la falta de ese vino necesario para hacer fiesta es uno de los momentos que una pareja puede atravesar.  La vida está hecha de tiempos diferentes, está hecha de momentos de entusiasmo y momentos de fatiga, momentos de compartir y momentos de incomprensión, pero es siempre un tiempo en el que el Señor puede entrar en nuestra historia y llenar nuestro vacío. También el momento en que los esposos están viviendo es un tiempo de la historia: si bien no es la hora suprema en la cual el Señor manifestará su gloria (la hora que en el Evangelio de Juan es la hora de la cruz) es de todas formas un tiempo de revelación.
En la respuesta de Jesús a su madre está expresada esta relación entre los momentos en los que Él se revela en la historia y su comprensión. En todas esas horas de la vida en las que experimentamos la pobreza, el vacío, la angustia, Cristo está siempre pronto a revelarse como Aquel que nos saca de nuestros abismos. Así como la hora de Caná precede a la hora de la Pascua, así las horas en las que el Señor se hace presente en la historia nos permiten gustar el fruto de la cruz.

Para leer en nuestro interior
¿Qué me falta en este tiempo de mi vida? ¿Qué deseo quiero poner delante del Señor?
¿Qué quiere decir para mí sentirme amada por Dios con amor esponsal?

 P. Gaetano Piccolo SJ
Compañía di Gesù (Societas Iesu)



miércoles, 26 de diciembre de 2018

NAVIDAD



NAVIDAD                         Jn 1,1-18


Dios es el Dios vivo., es la vida que nunca acaba. Cristo nacido y adorado hoy como el Niño de Belén, es la manifestación de esa vida; el esplendor de esta vida es la luz de los hombres.  La verdadera vida, que es Cristo, es la luz, y no al revés. No existe ninguna luz para el hombre que pueda convertirse en la vida verdadera para él.  En el Antiguo Testamento, la Ley de Moisés es la luz, pero, como dice san Pablo, en un momento determinado esta Ley puede convertirse en muerte.
Siempre nos acecha la tentación de ideologizar y absolutizar alguna idea que debería llevarnos a la vida. Pero para nosotros los cristianos ocurre exactamente lo contrario: es la vida la que se revela, la vida nueva que se nos da para participar en Cristo que brilla y llena, inspira y mueve todo lo que es el hombre. La vida consiste sobre todo en las relaciones, porque Dios es la comunión santísima. Las ideas por sí solas, los conceptos por sí solos no logran crear relaciones, no consiguen crear comunidad y, por eso, no pueden dar vida.
La cuestión fundamental, que emerge precisamente en Navidad, es la cuestión de la vida sin ocaso que se debe manifestar en el pensamiento, la mentalidad y la cultura.


viernes, 21 de diciembre de 2018

IV Domingo de Adviento AÑO C


IV Domingo de Adviento               Año C                                                             Lc 1,39-48


La Navidad ya es inminente. Incluso este Adviento de alguna manera se ha “volado". Rápidamente, tan rápido, quizás demasiado rápido es el sucederse de nuestros días. Y así quizás lo hemos "quemado", al igual que nos arriesgamos a "quemar" nuestros días. Siempre corremos el riesgo de vivirlos privados de sentido. A veces nos sucede, cuanto más pasan los años, antes de que nos levantemos, surge la pregunta de manera espontánea: pero ¿cuál es el significado de mi vida, con todos los sacrificios que me pide?
Hay casi un estribillo en la segunda lectura, tomado de la Carta a los Hebreos, un tiempo atribuida a San Pablo: "No has querido ni sacrificios ni ofrendas ... No te agradan ni los holocaustos ni los sacrificios ... ". Y nosotros, como buenos cristianos, a menudo pensamos, en cambio, que el Señor no quiere otra cosa de nosotros sino sacrificios. En cambio, el autor de la Carta concluye poniendo en labios de Cristo estas palabras dirigidas al Padre: "Pero tú me diste un cuerpo ... y dije: He aquí que vengo para hacer tu voluntad".
Me preparaste un cuerpo para que fuese entregado. No debemos buscar sacrificios para ofrecer. Es cierto que, en general, no pensamos en ofrecer sacrificios a Dios, pero ¿a quién le ofrecemos nuestros cuerpos? "Para hacer tu voluntad" dice Jesús. En el Evangelio de Juan él dirá; "Mi comida es hacer la voluntad del Padre". Él se nutre de esto. De aquí toma Él la vida. ¿Cómo se hace para tomar la vida de la voluntad de otro? Simplemente porque él es el Padre, el que da vida. En cierto sentido, no lleva mucho tiempo traer alguien al mundo (¡incluso si parece que en nuestros días se vuelve cada vez más difícil!).
Sin embargo, es otra cosa, hacer que el que hemos traído al mundo realmente se convierta en un hijo que salga a la luz. Hijo y luz tomados aquí en el sentido más fuerte. Esta es la voluntad del Padre: que nos convirtamos, año tras año, en hijos que salen a la luz. Nada extraño o lejano, nada temible en esta voluntad. Por el contrario, precisamente en la voluntad del Padre encontramos la verdad de nosotros mismos. Esto quiere un verdadero padre y esto quiere el Padre –Dios de cada uno de nosotros. Pero la verdad de nosotros mismos radica en una vida vivida en el amor Esto es lo que nos ofrece el Padre y esto es lo que nos pide. Para que nuestra vida sea plena.  "Vine para que tengan vida y la tengan en abundancia", dice Jesús en el Evangelio de Juan. "Hemos sido santificados a través de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo". O sea en su amor. Un cuerpo precisamente preparado para ser entregado, por amor.
Hágase en mí según tu palabra", dice María en las palabras del versículo al aleluya que precedió al Evangelio. María ofrece su cuerpo para ser habitado por el Hijo de Dios (sin saber lo que significa, como toda madre y padre con respecto a su hijo). Y entrega su voluntad a Dios, que ella hace totalmente suya, la hace su propia existencia.  Comprenderá a lo largo de su vida cuál es su significado, confirmando día tras día su Sí, hecho de una vez para siempre, ya que "de una vez para siempre" también fue hecha la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, según la Carta a los Hebreos que hemos escuchado.
En el Evangelio de hoy, su “Sí” es implícitamente también como un llamado para acercarse el parto de su prima Isabel. María está embarazada, pero se va. "a toda prisa" dice el evangelista Lucas, por casi cien kilómetros de montaña. No piensa a sí misma, ni a la tarea que le ha sido encomendada. Sabe que Isabel necesita una mano y entonces parte. Esta es la voluntad del Padre que vivamos y manifestemos su amor entre nosotros.
María no dice que Dios ha mirado la humildad de su sierva, sería como jactarse de su propia humildad. Decía un escritor francés del siglo pasado, G. Bernanos: “Nadie ha vivido, sufrido y muerto tan sencillamente y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad. Una dignidad que la eleva por encima de los ángeles “. María en cambio habla de su pequeñez, de su ser casi nada, pequeña. Casi una nada como se define en la primera lectura a Belén, elegida por Dios para que naciera su Hijo. Dios mira con amor nuestra pequeñez. No busquemos ni llegar a ser grandes, ni aparecer como tales en un ámbito u otro como a menudo hacemos. Pero vivamos cada día en lo pequeño de cada día toda la grandeza del amor del que somos capaces.
Esto es ofrecer nuestro cuerpo.  Esto es hacer la voluntad de Dios. Aquí está la plenitud.
Sacerdotes de la Compañía de Jesús


jueves, 13 de diciembre de 2018



III Domingo de Adviento             Lc  3,10-18)

La predicación de Juan el Bautista fue muy eficaz.   Esto se ve en el hecho de que suscitó en la gente una disposición adecuada para la espera.
Cuando el hombre se pregunta qué debe hacer, ya se ha creado en él esa apertura necesaria para la acogida de la salvación.  Según los Padres de la Iglesia, el camino espiritual es prácticamente imposible cuando el hombre se aconseja a sí mismo y se sugiere qué es lo bueno para él.  Aunque esté haciendo propósitos santos y buenos, el hombre puede permanecer encerrado en sí mismo, y la espera, por el contrario, significa tener en cuenta a Quién se espera.
La espera se ha hecho ahora tan fuerte que él mismo Bautista podía haber pasado por ser el Mesías, pero precisa que él bautiza lavando los pecados.  Aquel a quien prepara el camino, en cambio, no sólo lavará, sino que impregnará a la humanidad con el Espíritu Santo, Juan nos llama hoy también a esta acogida de vida nueva que se nos da.




domingo, 9 de diciembre de 2018

II Domingo de Adviento - Ciclo C


II Domingo de Adviento            Ciclo C                   Lc 3,1-6

En un marco lleno de referencias históricas, se sitúa la bajada de la Palabra sobre el más grande de los profetas, Juan el Bautista.  Este hombre, enjuto y asceta, hombre del desierto predica un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.  La conversión tiene una meta precisa: no se trata simplemente de ajustar y corregir algo de nuestra propia vida; tampoco se trata de un concienzudo y esforzado trabajo sobre uno mismo.
La conversión es un movimiento que va de la soledad y el aislamiento al encuentro y a la entrega.  El signo que distingue una conversión espiritual es la última palabra del evangelio de hoy: “Todos verán la salvación de Dios” La conversión es una experiencia de redención.  La redención es la salvación del hombre en su totalidad y no sólo en parte.
La salvación supera la satisfacción de las expectativas más inmediatas y se puede realizar en el drama más incomprensible, porque la salvación es el amor.
Marko Ivan Rupnik   (Tomado del libro Un minuto con el Evangelio)



viernes, 30 de noviembre de 2018

I Domingo de Adviento - Año C

I Domingo de Adviento - Año C                 Lc 21, 25-38.34-36


Con este domingo la Iglesia nos ofrece poder recomenzar una vez más el camino del año litúrgico invitándonos a vivir el tiempo del Adviento.
La palabra “adviento” habla de la venida hacia nosotros del Señor Jesús. Ante todo, de su venida hace más de 2000 años, que celebraremos de modo particular el día de Navidad. Pero también la venida futura, la definitiva, al final de los tiempos, a la cual hace referencia el Evangelio de hoy.  Recordar y celebrar estas dos venidas nos ayuda en particular a vivir la otra venida de Jesús, la venida cotidiana, en los acontecimientos que llenan cualquiera de nuestros días.  El Señor viene y viene siempre, el cristiano no es el hombre o la mujer que trepa hasta el cielo para encontrar a Dios al final de sus propios esfuerzos para vivir de manera moralmente correcta y piadosa, sino aquel que acoge el amor de Dios que es quien toma la iniciativa de venir, que nos viene al encuentro en la carne de un hombre, Jesús de Nazaret.
El adviento del Señor es la respuesta a nuestro esperar, a nuestro desear.
Desear. Parece que la palabra desiderantes  (término latino en el que aparece la palabra sidera) fueron los soldados que al final de un día de batalla, estaban debajo de las estrellas (sidera) y esperaban la vuelta de los que todavía no habían regresado al campamento. Desear en el sentido más profundo, puede ser entendido, así como la espera de un reencuentro, la realización de una relación.
La venida de Dios en Jesús de Nazaret nos ofrece exactamente una relación interpersonal con alguien que ha nacido de mujer y crecido, ha caminado por nuestras calles, ha buscado hacer la voluntad del Padre en su existencia, ha amado hasta el extremo de dar su vida… El Dios que deseamos. El cristianismo no es sólo una serie de afirmaciones teológicas (sobre quién es Dios) unida a una serie de mandamientos morales y a un complejo de celebraciones litúrgicas, sino un encuentro con este Dios hombre y un sí a su amor que mueve el nuestro.  “El Señor os haga crecer y sobreabundar en el amor entre ustedes y hacia todos” nos dice Pablo en la lectura.  No sólo “entre nosotros” (familiares, amigos, los cristianos) sino que, para distinguirnos, como dice también Pablo, “hacia todos”, de cualquier raza o religión, nadie queda excluido, tal como ha sido el amor universal de Jesús.
Amor que, si por una parte es riqueza profundísima de los sentimientos del corazón de Jesús, por otra, es una intervención concretísima en nuestra historia, o sea es justicia. Este término aparece tres veces en dos versículos en la primera lectura tomada del profeta Jeremías, en la cual se afirma también que en ella consiste la realización de las promesas hechas por el Señor.  La justicia bíblica habla de la realización plena del hombre y la humanización plena de las relaciones sociales. Cuánta necesidad tenemos de esto en un tiempo difícil en que parece que siempre más sea la injusticia la que reina en el mundo.  En cambio, el “Señor, nuestra justicia” nos dice el profeta Jeremías, será el nombre de Jerusalén, el nombre de la ciudad de los hombres. Es una llamada a ser, cada uno de nosotros, un operador de justicia.
Entonces tenemos que aceptar la urgente invitación del Evangelio: "Cuídense, que sus corazones no se vuelvan pesados por la disipación, la embriaguez y los problemas de la vida y que ese día no caiga de repente sobre ustedes". ¡Cómo se embotan nuestros corazones! Quizás no debido a la embriaguez del vino, sino porque son incapaces de una vida sobria y mesurada, abrumados por cosas que hay que hacer, por afectos desordenados, por temores enfatizados por los medios de comunicación, por preocupaciones de trabajo que no hay o que rara vez es humanizaste ... "Velen y recen en todo momento", concluye el Evangelio de hoy. Traducido podría significar: cuídense de mantener viva en el corazón la presencia amorosa de Jesús de Nazaret. Y sus sentimientos, su forma de relacionarse con el Padre, de tomar decisiones en la vida, de vivir relaciones entre ustedes, sea el amor ... este es “vuestro estilo de vida”. Entonces ese día no vendrá de repente sobre nosotros.
Equipo de Padres Jesuitas

viernes, 23 de noviembre de 2018

Solemnidad de Cristo Rey del Universo - Año B


Solemnidad de Cristo Rey del Universo - Año B        Gv 18,33-37

"¿Eres tú el rey de los judíos?" Es la pregunta de Pilato que abre el pasaje del Evangelio de hoy (Jn 18, 33). Es fácil imaginar la expresión que el gobernador romano pudo haber asumido al hacerla, de hecho, se podría pensar de todo al ver a Jesús, menos que pretendiese un título real. Sin embargo, se lo entregaron porque él "decía ser el rey Mesías" (Lc 23: 2). Pilato, acostumbrado a las cosas claras y extremadamente prácticas, no entenderá mucho del discurso de Cristo. La cuestión del rey y del reino ya había abierto camino al malentendido, porque Israel, en algún momento de su historia, pidió que le dieran un rey para ser como todos los demás pueblos (cf. Dt 17,14). Ahora, Jesús, el rey a quien el Señor ha escogido (Deut 17,15) ha venido, pero "los suyos no lo han recibido" (Jn 1,11).
De hecho, su reino "no es de este mundo" (Jn 18:36). Es decir, no solo "no está aquí", sino que no está de acuerdo con el ordenamiento de este mundo, es decir, no está de acuerdo con el poder, la fuerza, el ataque y la defensa que inevitablemente terminan en la guerra. La misma fiesta de Cristo Rey fue instituida en un momento no de entre los más felices de nuestra Iglesia, sofocada por la política y los reinos de este mundo. Un momento en el que el significado de los reyes y los reinados fue mal interpretado, y sobre todo el significado de la verdad, que había sido entendido exclusivamente al nivel de la filosofía y de la ley y, gradualmente, solo en la ciencia experimental.
"Por esto nací y por esto vine al mundo para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37). El reino de Jesús, en cambio, tiene que ver con la historia, pero también coincide con la verdad. El Hijo de Dios no vino a "enseñar" la verdad, sino a dar testimonio de ella, es decir, hacer surgir el reino. Esta es su misión: en la historia sacar a la luz la verdad, que es el cumplimiento de la historia, que es el reino, que es Cristo.
Para los judíos, la verdad - emet - es prácticamente la fidelidad de Dios, la adhesión a la palabra que él ha dado, el juramento de Dios. Para los griegos y los romanos, la verdad es una cuestión más bien filosófica, en un arden entre el fenómeno y su idea por lo tanto en un sistema, ideal para los griegos, legal para los romanos, pero siempre un sistema.
En Juan, la verdad es la existencia de Dios como Padre que genera y da vida. Es una revelación de Dios como el amor que genera, que incluye al otro, una existencia que incluye la vida que se dona. Es la vida como koinonia, como comunión del Padre, vinculada a la manifestación del Espíritu Santo que "nos guiará a toda la verdad" (Jn 16, 13). Él nos guiará, no será el "profesor" de la verdad. Nos guiará a toda la verdad, a la comunión plena donde la historia encontrará su plenitud. Cristo vino para hacer emerger de la historia, que es un trabajo doloroso, como de parto, una división continua, una vida que es de comunión y que llegará a su plenitud al fin de los tiempos, cuando todo será una gran armonía. Dios será todo en todos porque todo habrá sido sometido al Hijo, quien a su vez será sometido a Aquel que lo ha sometido todo a Él “Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos”. (cf. 1 Co 15:28). Este es el reino de Cristo.
Berdjaev profetizó un oscurecimiento del mundo cuando la ciencia se convierte en autoridad para el bien y para la verdad. Muchas veces, el padre Špidlík recordó que Europa nació de estas tres realidades: el principio religioso judío cristiano de la fe, el principio griego del conocimiento de la idea y el concepto de ley, que surgió en la antigua Roma. Pero en el segundo milenio, la idea y la ley eliminaron totalmente el principio de la fe: prevalece el sistema sobre la comunión y cuando existe el sistema siempre hay un conflicto. Los sistemas religiosos generan conflicto religioso. Y así dejamos un espacio vacío para el paganismo en la vida.
Hay un padre de la mentira y un padre de la verdad. El enemigo divide, y la historia siempre está cortada por la división, pero Cristo ha venido a traer la comunión, el reino de la comunión del Padre. Y nosotros somos su cuerpo. No estamos aquí para hacer separaciones en la historia, en el trabajo. El trabajo de parto de la historia causa nerviosismo, urgencia. Someterse a los sistemas de la historia abre el espacio a lo perverso, al padre de la mentira que ciertamente también ha marcado nuestra historia.
Pero a la hora de la pasión, cuando realmente quisieron hacerlo rey (de burla), Cristo revela su paz, su paz absoluta porque vive de otra vida, arraigada en el Padre (cf. Jn 16, 15).
P. Marko Ivan Rupnik