sábado, 31 de marzo de 2018


Domingo de Pascua                Año B                                                          Jn 20,1-9

El evangelio de Pascua comienza diciendo que “era el primer día” (Jn 20,1).  De hecho es el primer día de la nueva creación, el Octavo Día donde todo se hace uno, todo es contemporáneo, todo está abierto a todo, todo de compenetra con todo
Es un poco extraño que se diga que era de mañana y que todavía estaba oscuro.
Es evidente la concordancia con el Cantar de los Cantares, la esposa que toda la noche busca al amado (Cf Ct 3,1-2).  Aquí María Magdalena va al sepulcro, en un clima de amor que corresponde ciertamente a la nueva creación, pero a pesar de su generosidad y de su amor todavía no ha llegado a la madurez pascual, todavía quisiera retener al Amado (Cf Ct 3,4).  La piedra quitada del sepulcro no la lleva enseguida a la vida, a una liberación sino a la muerte, piensa que alguien se lo haya llevado.  María no entiende todavía que la piedra ha sido removida para nosotros, a fin de que veamos que el Señor ya ha pasado.  Su Pascua-Éxodo está cumplida.  Aquel que vive su vida en el Amor del Padre, o sea como don de sí, pasa a través del velo que se rasga y entra en el Santuario del Padre (Cfr. Heb 10,20).  De hecho durante 40 días aparecerá para enseñar y para manifestar a los discípulos como es la humanidad glorificada por el Padre en el Hijo.
Al anuncio de la Magdalena Pedro y Juan comienzan a correr, prácticamente entre el mercado y el pretorio, por lo tanto en una zona peligrosa.  Continúa esta comparación que encontramos cinco veces en el evangelio de Juan, entre Pedro y “el otro discípulo” (Jn 18,16; 20, 2-8) “el que Jesús amaba” (Jn 13,23; 20,2; 21,7; 21,20) o “el amigo del Señor” (Jn 3,29; 11,3.11) No se dice el nombre, lo que quiere decir que es un discípulo representativo, en quien todos podemos reconocernos, es el discípulo por excelencia después de la Pascua, el que tiene un amor semejante al de Cristo, o sea que no tiene temor por sí mismo.  Juan de hecho lo ha seguido hasta dentro del Pretorio (Cfr. Jn 18,15) sin temor. Él es verdaderamente el hombre que razona según el ágape y por lo tanto la tradición lo representa sobre el corazón de Cristo, porque razona con el corazón.  Razona con el mismo amor con el cual es amado (Cfr. Jn 15,12).  Es por esto que siempre vence a Pedro, porque Pedro todavía después de la última cena no se ha fiado del Señor, siempre tiene entre manos una solución propia (Cfr. Jn 18,10)
Pero es el amor que llega siempre primero.  Juan mira dentro y ve las vendas bien dispuestas allí, como flojas, caídas como si el cuerpo se hubiese “evaporado”.  Estaban dobladas de la misma manera como se preparaba el tálamo. Y esto es importante porque cuando Cristo fue sepultado José de Arimatea toma una cantidad enorme de mirra y de áloe -100 libras- que son 30 o 40 Kg ·esencias que no se usan para el muerto, sino para perfumar el vestido del esposo (Cfr. Pr 7,17; Ct 3,6; 5,1; Sl 45,9)
José de Arimatea con esta cantidad exagerada muestra el cumplimiento del amor, de las bodas para el Esposo.
Las vendas eran más bien telas, “keriasis” eran las vendas usadas para Lázaro, (Jn 11,44) mientras aquí se habla de “otonia” que es propiamente una sábana matrimonial, larga cuatro metros.  En esta sábana fue envuelto Cristo, ajustado tras veces con un lazo a los pies, al costado y al cuello.  Como el cuerpo se ha ido sin mover la sábana, este cayó, se “desinfló” y queda como si fuese preparado el lecho.
Por lo tanto esto llama la atención, nos acercamos al Cantar, María Magdalena, Juan que es el amigo, todo crea un clima de amor absoluto. Y justamente porque ama, Juan llega primero, mira, ve el tálamo y espera a Pedro.
Pedro llega, entra y observa: todavía no entiende. Observa pero no entiende.  Entra Juan, vio y creyó. Se adhiere. A qué cosa? Es obvio, no lo han robado. No era posible.  Era imposible deshacer el envoltorio y después dejar todo en su lugar, ordenado, ahí dentro, arreglar todo y a la vez dejar todo atado.  El amor le hace intuir que Cristo ha pasado a otra existencia.  Como había dicho. Su humanidad vive ahora plenamente en la Gloria de Dios, ha pasado a otro modo de existencia.  La muerte no ha tenido la última palabra.  Esto es ciertamente lo que Juan creyó. Porque lo dice en su carta muy bien: “Lo que era al principio…nosotros hemos tocado… eso os lo anunciamos” (Cfr. 1 Jn 1,1-2).  Cristo es la vida, quien tiene al Hijo tiene la vida eterna (Cfr. 1 Jn 5,12).
Justamente porque el Señor ha resucitado ha llegado a ser un Cuerpo con muchas moradas (Jn 14,2), un Cuerpo al cual somos incorporados.  La Pascua de Cristo es por lo tanto para nosotros, a través de los gestos de amor, a través de una vida vivida como don de sí, el ingreso en el Santuario del Padre.
Este paso nosotros lo celebramos y vivimos en cada Eucaristía donde nuestro pan –que encierra nuestra vida- se convierte en ofrenda, por medio del Espíritu Santo manifiesta el Cuerpo de Cristo convirtiéndose en un don total que el Padre recoge en su Gloria.
P. Marko Ivan Rupnik



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