sábado, 10 de marzo de 2018

IV Domingo de Cuaresma


IV Domingo de Cuaresma          Año B                                                             Jn 3,14-21

Estamos en el contexto del coloquio de Jesús con Nicodemo, que dice que sabe: “Nosotros sabemos que has venido de Dios” (Jn 3,2), a lo que Cristo contesta que, para saber, hay que ver.  Pero para ver el acontecimiento del reino de Dios, hay que tener la vida de Dios, o sea que hay que tener un modo de existir según Dios.  Sólo así se pueden ver las cosas y los acontecimientos según Dios (Cfr. Jn 3,3) y esto quiere decir tener un conocimiento que nace de la participación en la vida, o sea de la experiencia.  Participar en la vida de Dios quiere decir tener la experiencia de la salvación, o sea la experiencia de que nuestra vida no puede permanecer, sobrevivir a las debilidades, las enfermedades, las injusticias, al mal, al pecado y traspasar la tumba.  Por esto Cristo trae la imagen de Moisés que levanta la serpiente de bronce para salvar al pueblo que tenía el aguijón de la muerte dentro, para decirnos que nosotros de la misma manera tenemos el veneno dentro y por lo tanto estamos caminando ya hacia la muerte. Es por esto que no podemos ni ver, ni conocer, porque todo lo que vemos y conocemos está envenenado por esta herida y por la muerte y así todo se lee en clave de salvación que nos es necesaria, que de alguna manera la tenemos que obtener. El miedo por nosotros mismos y la necesidad absoluta de salvarnos falsean nuestra lectura de las cosas, de los acontecimientos, de los otros y, sobre todo, de Dios mismo.
Es curioso el término “levantado” porque de alguna manera se refiere de modo directo al texto de Números (Num 21,4-9), pero por otro lado se entiende también en el contexto de Juan, donde aparece un par de veces. “Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo” (Jn 8,28).  Este ser levantado no será por lo tanto una auto afirmación del Hijo, sino una glorificación del Padre.  El Hijo manifestará la verdad del Padre, será un triunfo de la comunión del Padre y del Hijo.  Por lo tanto será la redención del hombre, porque este es nuestro Dios. Su manifestación es el nuevo nacimiento del hombre. Juan de hecho enfatizará que el Hijo nos entrega su Aliento: -.el Espíritu- (Cfr. Jn 19,30), que es el Señor de la misma vida de Dios, o sea el Señor de la vida como comunión, como amor.  Hace referencia a esto el mismo Hijo hablando de su muerte: “Y yo cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32).  El Hijo glorifica al Padre porque haciendo pasar su Aliento a los hombres y atrayéndolos a la comunión, los presenta al Padre como hijos.  El Padre es glorificado en la filiación. Por lo tanto este subir a lo alto no es para tomar el puesto para juzgar, el Hijo no ha sido mandado para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de la entrega de sí mismo (Cfr. Jn 3,17), por medio de su entrega en nuestras manos (Cfr. Mc 9,31).  No se entrega en las manos de los justos como premio por su compromiso ejemplar, sino que se entrega en las manos de los pecadores, cuando todavía éramos sus enemigos, cuando no nos fiábamos de Él, sino que creíamos más bien en nosotros mismos (Cfr. Rm 5,7-11).
El aguijón de la muerte ha sido eliminado porque hemos recibido una vida que es inmune al pecado y a la muerte. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque un germen divino permanece en él; y no puede pecar porque ha nacido de Dios” (1 Jn 3,9). Y “el que tiene al Hijo tiene la vida” (1 Jn 5,12). Por esto afirma que “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16), Juan usa el verbo en tiempo presente.
Por consiguiente en la acogida de este don, de este Dios que se entrega en el Hijo, se realiza lo que se dijo ya en el Prólogo del evangelio de Juan: “a ustedes se les ha dado el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Cfr. Jn 1,12). Es ahí que la vida de Dios pasa a nosotros.  Y la vida de Dios para Juan es la vida que es verdad, porque es la vida de una única relación inquebrantable, o sea la vida como “zoé” entre el Padre y el Hijo. Aun cuando se oscurecerá toda la tierra (se refiere a la muerte de Cristo), el único eje firme en esa hora de la tarde, será la relación entre el Padre y el Hijo.  Es así que Juan nos transmite el término “vida eterna”.  Este término que usa Juan conserva el eco de su raíz sánscrita, donde significa la fuerza vital, y en griego significaba además, vida sin edad, o sea de siempre, que no tiene edad.  No se trata de una vida que ahora es joven, después madura, envejece y muere, sino que no tiene edad, es siempre vida.
Esta vida –el amor del Padre y del Hijo- es la verdad que ilumina a todo hombre haciéndolo partícipe de esta comunión, de esta misma vida, del mismo Aliento, o sea del mismo Espíritu Santo que de “al lado de ustedes” pasa a “en ustedes” (Cfr. Jn 14,17).  Nosotros acogemos al Hijo en el bautismo.  Y es esta vida que estamos llamados a hacer crecer hasta la estatura de Cristo (Cfr. Ef 4,13), haciéndola pasar por todo lo que nosotros somos a fin de que todo se llene de Él en todos los aspectos (Cfr. Ef 1,23).
Es fácil resbalar de la fe a la religión.  El aguijón del pecado siempre sugiere que solamente nos salvamos sólo si merecemos la salvación. Entonces, en vez de acoger el don, comenzamos a elaborar ideologías y moralismos de conquista: hay que ser “buenos” para recibir lo que cada uno merece. Pero Ya Berdjaev decía que esta “bondad” del individuo (se refiere al hombre centrado en sí mismo) es el gran obstáculo al amor y por lo tanto a la fe que es la transfiguración causada por la acogida del don.
El camino de la religión es aquel que nos lleva a sentirnos justificados y por lo tanto a juzgar y a condenar al prójimo.  Se elaboran doctrinas que justifican religiosamente nuestro juicio sobre los demás.  Se piensa incluso de creer y ser de Cristo, en cambio se está solos, en la oscuridad del corazón que no tiene la luz de la vida. Incluso el Padre no juzga, sino que ha confiado el juicio al Hijo “el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo” (Jn 5,22). Él quiere atraer a todos hacia sí a fin de que nadie se pierda (Cfr. Jn 18,9). Una cierta decadencia religiosa nos vuelve duros, inmaduros y alejados de la vida de Dios, porque no nos abandonamos a la vida que nos lleva a entregarnos a nosotros mismos.
Hay que ejecutar la verdad y no sólo pensarla, o más aun estas convencidos de poseerla.  La verdad se manifiesta en nuestra humanidad que se entrega por los demás.
Por lo tanto, precisamente porque la práctica hace ver la vida, la que no está sujeta a la muerte, cuando Cristo es plenamente consciente de que ha llegado la hora de pasar al Padre, lava los pies a sus discípulos, o sea hace un gesto (Cfr. Jn 13,1-5).  Realizó la verdad.  Esta es la vida que nos hace pasar al Padre, la vida vivida como don. Y esta es la verdad.  La cuaresma es el tiempo para purificar nuestra mente a fin de que pueda pensar así y para que nuestros sentidos no se rebelen contra el amor.                                                            P. Marko Ivan Rupnik



NOTA IMPORTANTE
¿Cuál es el significado de la palabra “vida” según el Nuevo Testamento? Por ejemplo, cuando el Señor Jesús dijo en Juan 10:10: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” ¿Qué quiso decir? ¿Acaso nos quiso decir que Él nos ayudaría a llevar una vida humana mejor o que enriquecería o mejoraría nuestra vida?
Si deseamos saber lo que significa la palabra “vida” en el Nuevo Testamento, es necesario acudir a esta palabra tal y como aparece en el idioma original griego. En el idioma original griego hay tres palabras distintas para la traducción de “vida” en español: bíospsichè, y zoé, y cada una de ellas tiene un significado distinto. He aquí algunos ejemplos donde se utiliza cada una de ellas:
1. Bíos, en Lucas 8:14: “…los afanes y las riquezas y los placeres de la vida”. Esta palabra griega se refiere a la vida física de uno y es de dónde la palabra biología proviene.
2. Psichè, en Mateo 16:25: “Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá”. La palabra griega aquí se refiere a la vida psicológica del alma, es decir, la mente, emoción y voluntad, y es de dónde obtenemos la palabra psicología.
3. Zoé, en Juan 1:4: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. La palabra griega aquí se refiere a la vida increada, eterna, la vida divina poseída exclusivamente por Dios.




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