Estamos en el
contexto del coloquio de Jesús con Nicodemo, que dice que sabe: “Nosotros
sabemos que has venido de Dios” (Jn 3,2), a lo que Cristo contesta que, para
saber, hay que ver. Pero para ver el
acontecimiento del reino de Dios, hay que tener la vida de Dios, o sea que hay
que tener un modo de existir según Dios.
Sólo así se pueden ver las cosas y los acontecimientos según Dios (Cfr.
Jn 3,3) y esto quiere decir tener un conocimiento que nace de la participación
en la vida, o sea de la experiencia. Participar en la vida de Dios quiere decir
tener la experiencia de la salvación, o sea la experiencia de que nuestra vida
no puede permanecer, sobrevivir a las debilidades, las enfermedades, las
injusticias, al mal, al pecado y traspasar la tumba. Por esto Cristo trae la imagen de Moisés que
levanta la serpiente de bronce para salvar al pueblo que tenía el aguijón de la
muerte dentro, para decirnos que nosotros de la misma manera tenemos el veneno
dentro y por lo tanto estamos caminando ya hacia la muerte. Es por esto que no
podemos ni ver, ni conocer, porque todo lo que vemos y conocemos está
envenenado por esta herida y por la muerte y así todo se lee en clave de
salvación que nos es necesaria, que de alguna manera la tenemos que obtener. El
miedo por nosotros mismos y la necesidad absoluta de salvarnos falsean nuestra
lectura de las cosas, de los acontecimientos, de los otros y, sobre todo, de Dios
mismo.
Es curioso el
término “levantado” porque de alguna manera se refiere de modo directo al texto
de Números (Num 21,4-9), pero por otro lado se entiende también en el contexto
de Juan, donde aparece un par de veces. “Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis
levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada
por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que
hablo” (Jn 8,28). Este ser levantado no
será por lo tanto una auto afirmación del Hijo, sino una glorificación del
Padre. El Hijo manifestará la verdad del
Padre, será un triunfo de la comunión del Padre y del Hijo. Por lo tanto será la redención del hombre, porque
este es nuestro Dios. Su manifestación es el nuevo nacimiento del hombre. Juan
de hecho enfatizará que el Hijo nos entrega su Aliento: -.el Espíritu- (Cfr. Jn
19,30), que es el Señor de la misma vida de Dios, o sea el Señor de la vida
como comunión, como amor. Hace
referencia a esto el mismo Hijo hablando de su muerte: “Y yo cuando sea
levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). El Hijo glorifica al Padre porque haciendo
pasar su Aliento a los hombres y atrayéndolos a la comunión, los presenta al Padre
como hijos. El Padre es glorificado en
la filiación. Por lo tanto este subir a lo alto no es para tomar el puesto para
juzgar, el Hijo no ha sido mandado para condenar al mundo, sino para salvarlo
por medio de la entrega de sí mismo (Cfr. Jn 3,17), por medio de su entrega en
nuestras manos (Cfr. Mc 9,31). No se
entrega en las manos de los justos como premio por su compromiso ejemplar, sino
que se entrega en las manos de los pecadores, cuando todavía éramos sus
enemigos, cuando no nos fiábamos de Él, sino que creíamos más bien en nosotros
mismos (Cfr. Rm 5,7-11).
El aguijón de
la muerte ha sido eliminado porque hemos recibido una vida que es inmune al
pecado y a la muerte. “Todo el que
ha nacido de Dios no comete pecado porque un germen divino permanece en él; y
no puede pecar porque ha nacido de Dios” (1 Jn 3,9). Y “el que tiene al Hijo
tiene la vida” (1 Jn 5,12). Por esto afirma que “tanto amó Dios al mundo que
dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna” (Jn 3,16), Juan usa el verbo en tiempo presente.
Por
consiguiente en la acogida de este don, de este Dios que se entrega en el Hijo,
se realiza lo que se dijo ya en el Prólogo del evangelio de Juan: “a ustedes se
les ha dado el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Cfr. Jn 1,12). Es ahí que
la vida de Dios pasa a nosotros. Y la
vida de Dios para Juan es la vida que es verdad, porque es la vida de una única
relación inquebrantable, o sea la vida como “zoé” entre el Padre y el Hijo. Aun
cuando se oscurecerá toda la tierra (se refiere a la muerte de Cristo), el
único eje firme en esa hora de la tarde, será la relación entre el Padre y el
Hijo. Es así que Juan nos transmite el
término “vida eterna”. Este término que
usa Juan conserva el eco de su raíz sánscrita, donde significa la fuerza vital,
y en griego significaba además, vida sin edad, o sea de siempre, que no tiene
edad. No se trata de una vida que ahora
es joven, después madura, envejece y muere, sino que no tiene edad, es siempre
vida.
Esta vida –el amor
del Padre y del Hijo- es la verdad que ilumina a todo hombre haciéndolo
partícipe de esta comunión, de esta misma vida, del mismo Aliento, o sea del
mismo Espíritu Santo que de “al lado
de ustedes” pasa a “en ustedes”
(Cfr. Jn 14,17). Nosotros acogemos al
Hijo en el bautismo. Y es esta vida que
estamos llamados a hacer crecer hasta la estatura de Cristo (Cfr. Ef 4,13),
haciéndola pasar por todo lo que nosotros somos a fin de que todo se llene de
Él en todos los aspectos (Cfr. Ef 1,23).
Es fácil
resbalar de la fe a la religión. El
aguijón del pecado siempre sugiere que solamente nos salvamos sólo si merecemos
la salvación. Entonces, en vez de acoger el don, comenzamos a elaborar
ideologías y moralismos de conquista: hay que ser “buenos” para recibir lo que
cada uno merece. Pero Ya Berdjaev decía que esta “bondad” del individuo (se
refiere al hombre centrado en sí mismo) es el gran obstáculo al amor y por lo
tanto a la fe que es la transfiguración causada por la acogida del don.
El camino de la
religión es aquel que nos lleva a sentirnos justificados y por lo tanto a
juzgar y a condenar al prójimo. Se
elaboran doctrinas que justifican religiosamente nuestro juicio sobre los
demás. Se piensa incluso de creer y ser
de Cristo, en cambio se está solos, en la oscuridad del corazón que no tiene la
luz de la vida. Incluso el Padre no juzga, sino que ha confiado el juicio al
Hijo “el Padre no
juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo” (Jn 5,22). Él quiere atraer a
todos hacia sí a fin de que nadie se pierda (Cfr. Jn 18,9). Una cierta
decadencia religiosa nos vuelve duros, inmaduros y alejados de la vida de Dios,
porque no nos abandonamos a la vida que nos lleva a entregarnos a nosotros
mismos.
Hay que ejecutar la verdad y no
sólo pensarla, o más aun estas convencidos de poseerla. La verdad se manifiesta en nuestra humanidad
que se entrega por los demás.
Por lo tanto,
precisamente porque la práctica hace ver la vida, la que no está sujeta a la
muerte, cuando Cristo es plenamente consciente de que ha llegado la hora de
pasar al Padre, lava los pies a sus discípulos, o sea hace un gesto (Cfr. Jn
13,1-5). Realizó la verdad. Esta es la vida que nos hace pasar al Padre,
la vida vivida como don. Y esta es la verdad.
La cuaresma es el tiempo para purificar nuestra mente a fin de que pueda
pensar así y para que nuestros sentidos no se rebelen contra el amor.
P. Marko Ivan Rupnik
NOTA IMPORTANTE
¿Cuál es el significado de la
palabra “vida” según el Nuevo
Testamento? Por ejemplo, cuando el Señor Jesús dijo en Juan 10:10: “Yo he
venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” ¿Qué quiso
decir? ¿Acaso nos quiso decir que Él nos ayudaría a llevar una vida humana
mejor o que enriquecería o mejoraría nuestra vida?
Si deseamos saber lo que
significa la palabra “vida” en el Nuevo Testamento, es necesario acudir a esta
palabra tal y como aparece en el idioma original griego. En el idioma original
griego hay tres palabras distintas para la traducción de “vida” en
español: bíos, psichè, y zoé, y cada una de ellas
tiene un significado distinto. He aquí algunos ejemplos donde se utiliza cada
una de ellas:
1. Bíos, en
Lucas 8:14: “…los afanes y las riquezas y los placeres de la vida”. Esta
palabra griega se refiere a la vida física de uno y es de dónde la
palabra biología
proviene.
2. Psichè, en
Mateo 16:25: “Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá”. La
palabra griega aquí se refiere a la vida psicológica del alma, es decir, la
mente, emoción y voluntad, y es de dónde obtenemos la palabra psicología.
3. Zoé, en
Juan 1:4: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. La
palabra griega aquí se refiere a la vida increada, eterna, la vida divina
poseída exclusivamente por Dios.
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