"¿Eres tú el rey de los judíos?" Es
la pregunta de Pilato que abre el pasaje del Evangelio de hoy (Jn 18, 33). Es
fácil imaginar la expresión que el gobernador romano pudo haber asumido al
hacerla, de hecho, se podría pensar de todo al ver a Jesús, menos que pretendiese
un título real. Sin embargo, se lo entregaron porque él "decía ser el rey
Mesías" (Lc 23: 2). Pilato, acostumbrado a las cosas claras y
extremadamente prácticas, no entenderá mucho del discurso de Cristo. La
cuestión del rey y del reino ya había abierto camino al malentendido, porque
Israel, en algún momento de su historia, pidió que le dieran un rey para ser
como todos los demás pueblos (cf. Dt 17,14). Ahora, Jesús, el rey a quien el
Señor ha escogido (Deut 17,15) ha venido, pero "los suyos no lo han recibido" (Jn 1,11).
De hecho, su
reino "no es de este mundo"
(Jn 18:36). Es decir, no solo "no está aquí", sino que no está de
acuerdo con el ordenamiento de este mundo, es decir, no está de acuerdo con el
poder, la fuerza, el ataque y la defensa que inevitablemente terminan en la
guerra. La misma fiesta de Cristo Rey fue instituida en un momento no de entre
los más felices de nuestra Iglesia, sofocada por la política y los reinos de
este mundo. Un momento en el que el significado de los reyes y los reinados fue
mal interpretado, y sobre todo el significado de la verdad, que había sido entendido
exclusivamente al nivel de la filosofía y de la ley y, gradualmente, solo en la
ciencia experimental.
"Por esto nací y por esto vine al mundo para
dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37). El reino de Jesús, en cambio,
tiene que ver con la historia, pero también coincide con la verdad. El Hijo de
Dios no vino a "enseñar" la verdad, sino a dar testimonio de ella, es
decir, hacer surgir el reino. Esta es su misión: en la historia sacar a la luz
la verdad, que es el cumplimiento de la historia, que es el reino, que es Cristo.
Para los
judíos, la verdad - emet - es
prácticamente la fidelidad de Dios, la adhesión a la palabra que él ha dado, el
juramento de Dios. Para los griegos y los romanos, la verdad es una cuestión más
bien filosófica, en un arden entre el fenómeno y su idea por lo tanto en un
sistema, ideal para los griegos, legal para los romanos, pero siempre un
sistema.
En Juan, la
verdad es la existencia de Dios como Padre que genera y da vida. Es una
revelación de Dios como el amor que genera, que incluye al otro, una existencia
que incluye la vida que se dona. Es la vida como koinonia, como comunión del
Padre, vinculada a la manifestación del Espíritu Santo que "nos guiará a toda la verdad" (Jn
16, 13). Él nos guiará, no será el "profesor" de la verdad. Nos
guiará a toda la verdad, a la comunión plena donde la historia encontrará su plenitud.
Cristo vino para hacer emerger de la historia, que es un trabajo doloroso, como
de parto, una división continua, una vida que es de comunión y que llegará a su
plenitud al fin de los tiempos, cuando todo será una gran armonía. Dios será
todo en todos porque todo habrá sido sometido al Hijo, quien a su vez será
sometido a Aquel que lo ha sometido todo a Él “Y cuando el universo
entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a aquel que le
sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos”. (cf. 1 Co 15:28). Este es el reino de Cristo.
Berdjaev profetizó
un oscurecimiento del mundo cuando la ciencia se convierte en autoridad para el
bien y para la verdad. Muchas veces, el padre Špidlík recordó que Europa nació
de estas tres realidades: el principio religioso judío cristiano de la fe, el
principio griego del conocimiento de la idea y el concepto de ley, que surgió
en la antigua Roma. Pero en el segundo milenio, la idea y la ley eliminaron
totalmente el principio de la fe: prevalece el sistema sobre la comunión y
cuando existe el sistema siempre hay un conflicto. Los sistemas religiosos
generan conflicto religioso. Y así dejamos un espacio vacío para el paganismo en
la vida.
Hay un padre
de la mentira y un padre de la verdad. El enemigo divide, y la historia siempre
está cortada por la división, pero Cristo ha venido a traer la comunión, el
reino de la comunión del Padre. Y nosotros somos su cuerpo. No estamos aquí
para hacer separaciones en la historia, en el trabajo. El trabajo de parto de
la historia causa nerviosismo, urgencia. Someterse a los sistemas de la
historia abre el espacio a lo perverso, al padre de la mentira que ciertamente
también ha marcado nuestra historia.
Pero a la
hora de la pasión, cuando realmente quisieron hacerlo rey (de burla), Cristo
revela su paz, su paz absoluta porque vive de otra vida, arraigada en el Padre
(cf. Jn 16, 15).
P. Marko Ivan
Rupnik

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