viernes, 16 de noviembre de 2018

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - AÑO B



XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario - Año B       Mc 13,24-32
El capítulo 13 del Evangelio de Marcos contiene una dinámica compleja en la que la historia, por su aspecto dramático y frágil, es presentada como un parto. "Este será el comienzo de los dolores" (Mc 13,8). La palabra griega odinon significa el trabajo de parto. Es el nacimiento de un mundo nuevo, el cumplimiento de la creación del mundo y de la historia a través de la aparición de Cristo resucitado, que atrae la historia hacia el cumplimiento que está en Él, más bien que es Él.
Los signos de la fragilidad de la creación y de la historia nos permiten vislumbrar el eschaton la ´plaza de oro desde la cual la liturgia atrae hacia sí, de alguna manera, a los hijos de la historia, rompiendo esa corteza que, como muestra San Juan en el Apocalipsis. Impide ver más allá y se vuelve dura, pesada precisamente por los grandes y poderosos, porque están basados en cosas que obstruyen y desvían, ocultando lo que está detrás. El Apocalipsis, por otro lado, revela desde dónde está realmente guiada la historia y libra del engaño de pensar que la historia es conducida exclusivamente por aquellos que se basan en fundamentos erróneos. Se hace evidente que las decisiones de los poderosos de este mundo y su mentalidad oscurecen y hacen impenetrable la verdad que está detrás del devenir del tiempo.
Cuando estas cosas terrenales comienzan a colapsar y la corteza se vuelve más delgada, podemos vislumbrar el sentido de la historia, esta es el apokalypsis.(en griego revelación) Ya la palabra muestra que se está revelando lo que está escondido, es decir, comenzamos a acercarnos a lo que es verdad. Este es el significado de apocalipsis, no tanto una serie de eventos dramáticos en sí mismos, sino más bien la revelación del significado de los acontecimientos y la percepción de su significado.
Habrá un oscurecimiento del sol y la luna (cf Mc 13,24). El sol y la luna son las coordenadas estáticas. El Apocalipsis será el cierre del factor estático que se extingue porque se apagará y, finalmente, un último movimiento en la historia, o sea el fin.  El Deuteronomio distingue muy bien entre Israel y los pueblos que adoran las estrellas, el sol, la luna y el ejército celestial. (Ver Dt 4: 19-20: Y cuando levantes los ojos hacia el cielo y veas el sol, la luna, las estrellas y todo el Ejército de los cielos, no te dejes seducir ni te postres para rendirles culto. Porque ellos son la parte que el Señor, tu Dios, ha dado a todos los pueblos que están bajo el cielo, A ustedes, en cambio, los tomó y los hizo salir de Egipto para que fueran el pueblo de su herencia, como lo son en el día de hoy).  Israel está llamado a una historia de relación, de alianza, mientras que otros se apoyan en otros elementos. El mismo Isaías describe el fin de un imperio: "Se diluye todo el ejército del cielo, los cielos son enrollados como un pliego, y todo su ejército se marchita como se marchita el follaje de la vid, como cae marchita la hoja de la higuera." (Is 34: 4). Cuando la historia se enrolla, caen, es decir, los que se consideran hijos de estas estrellas, hijos del sol. "¡Cómo has caído del cielo, Lucero hijo de la aurora! ¡Cómo has sido precipitado por tierra, tú que subyugabas a las naciones, tú que decías en tu corazón: «iré a los cielos; por encima de las estrellas de Dios erigiré mi trono “(Is, 14, ¡12-13)!
Teológicamente podemos decir que después del pecado el hombre pierde el aliento vital recibido del creador, la dimensión espiritual que Dios ha dado a la creación, el hombre se somete a su naturaleza mortal y extrae de la naturaleza de la creación el poder de la vida, lo que en la creación parece poderoso. Todos estos hijos del sol, de la luna, de las estrellas, son hijos de algo de lo que uno puede extraer su poder, su propia fuerza.
En sus reflexiones, Berdjaev dice que Pablo muestra que el cristianismo ha liberado al hombre de estas potencias, porque nos hemos convertido en hijos de Dios y ya no somos hijos de las estrellas ni de estas potencias del aire, a las cuales nos habíamos sometido. La historia muestra que en cierto momento es la inteligencia la que se convierte en el punto fuerte del hombre, pero esto no cambia de sustancia, el hombre permanece sujeto a aquello de lo que toma la fuerza, ya sea del cosmos o de la ideología.
La fuerza de la vida, en cambio, el hombre solo la puede recibir de Dios, no puede dársela a sí mismo, tiene que ser engendrado. Podemos conocer a Dios solo como hijos, porque Él es Padre. La historia es una generación, un nacimiento del hombre nuevo, del hombre según Dios.
Dios nos está dando vida a través de esta fragilidad de la historia, este comienzo de los dolores, esta corteza que se vuelve más sutil para que podamos ver que lo único que realmente resiste todo y que puede ser la base de todo es la comunión y la comunión que es Nuestro Dios. En la hora de la crucifixión, cuando todo cruje y tiembla, el único punto fijo es la relación fiel Padre-Hijo. Las relaciones de Dios permanecen como la única cosa sólida, todo lo demás colapsa. Ni el cosmos ni las ideas, solo queda el amor.
Desde este amor emerge el Hijo del hombre, es decir, el hombre según Dios, el hombre pleno, perfectyo. Debido a que esta comunión con Dios incluye al hombre y lo hace divino, de otro modo, cualquier intento de volverse divino nace de una nueva ideología y hace que la corteza entre el “ya y todavía no” sea más gruesa y haga más difícil ver el significado de la historia, los acontecimientos, los encuentros, de la vida, allá donde la fidelidad de Dios emerge como el fundamento de todo.
P. Marko Ivan Rupnik



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