jueves, 1 de noviembre de 2018

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario - Año B


XXXI Domingo del Tiempo Ordinario - Año B         Mc 12,28-34


Ahora ya nos encontramos en Jerusalén y Cristo ya ha realizado el gesto fuerte de echar a los vendedores del templo. Después de ser interrogado por sumos sacerdotes, escribas y ancianos sobre su autoridad y sobre la resurrección de los muertos, ahora sufre por tercera vez una especie de interrogatorio. Esta vez, es uno de los escribas, sin duda consciente de que Cristo realizó gestos significativos en el día sábado, para preguntarle cuál es el gran mandamiento, que también observó Dios y por esto se consideraba el mayor de todos los mandamientos, es decir, el primero. O sea, el descanso del sábado.
Pero Cristo responde a un nivel más profundo de lo que el escriba esperaba. Cristo responde a la pregunta más bien en el sentido de cuál es ese primer mandamiento del cual, de alguna manera, todos los demás dependen, de lo que los otros derivan, del que es el primero. Por esta razón, la respuesta de Cristo es, de hecho, sorprendente y es curioso que el escriba hasta cierto punto sea capaz de captar la profundidad de la respuesta de Cristo que, de hecho, se basa en la confesión de fe de Israel.
Los textos del Deuteronomio y del Levítico que Cristo une en su respuesta constituyen dos niveles de acción.
El primero comienza con “escucha, Israel” y apela a la aceptación absoluta de lo que dice el Señor. No olvidemos que la fe comienza a verse en la Biblia con el llamado de Abraham (cf. Gn 12,1-4), Abraham siente el llamado de Dios y parte de inmediato. Escuchar significa acoger a aquel que habla como el epicentro de la propia vida, mirar a sí mismo desde la perspectiva de quien llama, entenderse a sí mismo a partir de quien llama. Toda la parábola de Abraham se describe como el crecimiento y la maduración de una vida vivida absolutamente en relación con la persona que llama. La acogida del Señor será el gesto indispensable para que Abraham comprenda que su vida, sus acciones y su pensamiento encuentran su fundamento y significado en el Señor. En el padre de la fe y de los creyentes es precisamente la parábola de ofrecer el oído. De esto se sigue la acogida. El mismo San Pablo hace explícito que "la fe viene de la escucha y la escucha se refiere a la palabra de Cristo" (Rom 10:17).
La segunda acción, en cambio, amar al Señor, es consecuencia porque la acogida no puede hacerse sino a través de toda la persona. Como dice Vladimir Solov’ev, el amor es la única realidad que involucra e integra a toda la persona. La persona se realiza en el amor, como amor. Esto es lo que el Evangelio de hoy hace explícito, el amor a Dios requiere la participación de toda la persona. Este amor no puede ser separado del amor por el hombre. No hay alternativa entre el amor a Dios o el amor al hombre. El mismo Solov’ev afirma que la división del amor (entre el amor a Dios y amor al hombre) es la fatal consecuencia del pecado. Esto es lo que Cristo ha respondido al hombre rico que preguntaba qué hacer para tener la vida eterna, Jesús contesta: amar al hombre. Cristo ahora enfatiza que delante del escriba está Dios que lo llama, el Verbo de Dios que es el Hijo y que es verdadero hombre. De ahora en adelante ya no será posible crear un tipo de religión hacia Dios y tener una actitud hacia los demás que no comience desde la misma actitud.
La realidad de la cual todo depende es la fe y, por lo tanto, es la acogida que convierte al hombre en expresión del amor. En Gálatas Cap.3, Pablo muestra que la fe antecede a la ley. Hoy se denuncia la incapacidad de los escribas para ver la enseñanza religiosa y la experiencia del amor de una manera orgánica y unida, porque la acogida de Cristo permite al hombre amar según Dios. De hecho, después de este episodio, Cristo se asombra de cómo los escribas se las arreglan para hablar del Mesías como hijo de David y no pueden comprender que este Mesías es su Señor. Pone en evidencia que el título con el cual se dirigen a él, Hijo de David, abre una interpretación sobre él y el tiempo mesiánico reductiva y condicionada por la mentalidad de este mundo. Por lo tanto, no logran comprender que Cristo como Mesías es la manifestación de Dios, quien a través del amor por el hombre da a su Hijo y que, a este Dios, incluso el mismo David se ha sometido, llamándolo Señor.
P. Marko Ivan Rupnik


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