viernes, 4 de mayo de 2018

VI Domingo de Pascua


VI Domingo de Pascua – Año B                                                      Jn 15,9-17

Estamos llegando poco a poco al final del tiempo pascual, caracterizado por las apariciones de Cristo que hacen ver a los discípulos cómo es el resultado de quien vive a la manera de Dios, o sea cómo entrega de sí mismo, como don de sí.
Cristo vuelve al Padre o sea regresa a la gloria que le había sido dada antes del comienzo del mundo.  Por siempre engendrado por el Padre, siempre coronado por la gloria de Dios, ahora continúa a aparecerse en el mundo en el cual se ha encarnado haciéndose hombre.
Frente a la convicción de que la muerte es la última etapa se ve en cambio que quien se ofrece a sí mismo, que vive como sacrificio de sí no termina con la muerte, sino que vive una vida de una calidad absolutamente nueva, el Hijo siempre la ha vivido pero ahora, en la humanidad que Él ha asumido nos hace ver que vive como Hijo, que ha entrado en una nueva existencia de transparencia como la llamaría Solov’ëv, donde las cosas se pueden compenetrar unas en las otras porque son transparentes y no opacas, no cierran el espacio unas a otras.
Estas apariciones terminan y siguen, en el año B, algunas imágenes.  La vid y los sarmientos hablan de la fuerza de la novedad que ha acontecido, la unión con Cristo, que es nuestra vida (Cfr. Col 3,3).  Nosotros vivimos de su vida y somos capaces de dar fruto como el sarmiento que vive unido a la vid.  Hoy también estas imágenes terminan y se revela la verdad.  Ahora los discípulos podrían decir con verdad: “ahora hablas claramente”, porque lo dijeron una vez, pero no en el momento justo.
Hoy se revela el misterio, la verdad.  Ha sido enviado porque ha sido amado.  El “permaneced en mí” (Jn 15,4) que hemos escuchado el domingo pasado hoy se hace más preciso “permaneced en mi amor” (Jn 15,9).
Hoy revela todo: “Como el Padre me ha amado así yo os he amado a vosotros” (Jn 15,9); “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” Jn 15,10)
Algunos lo traducen de otro modo, el Padre me ha demostrado amor y yo también os he demostrado amor. El amor el Padre lo ha demostrado cuando ha bajado el Espíritu Santo en la hora del Bautismo (Cfr. Jn 1,32-33) glorificando al Hijo- Ahora Cristo hace esto con nosotros, el don es el Espíritu que sopla sobre nosotros (Cfr. Jn 7,39) o sea la misma vida que hay entre el Padre y el Hijo, el amor entre ellos se extiende a nosotros. En este amor somos envueltos, en este amor somos engendrados, en este misterio de la existencia somos introducidos.  Ahora se clarifica definitivamente que esta vida que recibimos en Cristo en el Bautismo que nos injerta en Él es la vida como amor.
El soplo del Espíritu Santo hace que esta vida pueda ser don de uno mismo en las manos del otro, o sea seguir los caminos concretos en los cuales vive el amor como don porque “quien ama ha sido engendrado por Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7) y “nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14), esto es una confirmación objetiva de si estamos o no redimidos, si estamos o no en su amor, si estamos o no en su Cuerpo.
Lo que nos dice este evangelio tan rico es que si estamos en el amor se ve cuando estamos vivos, o sea cuando podemos hacer don de nosotros mismos. No se trata de hacer una lista de las cosas que tenemos que hacer para estar con Dios sino permanecer firmes en Cristo Jesús (Cfr. Gal 5,4 ss).La tentación perenne de nosotros los cristianos es buscar lo que tenemos que hacer para estar verdaderamente en Cristo, para ser de Cristo, para dar gusto a Cristo, para ganarnos su benevolencia, pero Cristo ha venido a liberarnos de esto.  Él nos ha dado la vida, no un precepto religioso.  Nos ha hecho pasar de la muerte a la vida porque esa vida que el Padre ha dado al Hijo, el Hijo nos la ha dado a nosotros poniéndose en nuestras manos. Y es en este ponerse en la mano de los hermanos la única forma de esta vida, tomando lo que la historia nos hace ver como escenario para que se manifieste la vida del resucitado. Él nos ha dado la vida que es amor y es nuestro maestro en realizar este modo de vivir.  Está muy claro que su mandamiento es el amor. Si observamos sus mandamientos entonces estamos en el amor, permanecemos en el amor.  Porque es imposible cumplir sus mandamientos si no es estando en el amor porque son los mandamientos del amor. Traducir el mandamiento del amor en las varias circunstancias de la vida, estos son los mandamientos según Juan.  Hacer pasar el amor con el cual Cristo nos ama a los demás, así como Él nos ha dado el amor con el que lo ama el Padre.
“Permaneced en mi amor” hace explícito el origen de nuestra actual crisis secular.  Hacer del amor una meta y proponerlo como algo a conquistar.  Esto hace que la fe se transforme en una religión prevalentemente moralista.  En cambio el amor es nuestro origen.  La vocación cristiana es la manifestación del amor en y a través de nuestra humanidad.  Esto no va de acuerdo con toda una mentalidad que no tiene su origen en una ontología de la comunión.  No considera también entonces que en la ontología de la persona humana está el amor, la relación, la comunión, sino que prefiere otras soluciones, intelectualmente más fáciles.
El don del Espíritu Santo nos injertará en este misterio, nos hará capaces de ser don, hasta que no llega el Espíritu Santo no somos capaces de ser testigos. (cf Lc 12,11; 21,13; At 1,7).
Es fácil partir de uno mismo pensando que entendemos qué es lo que hay que hacer pero no somos capaces de revelar a Aquel que nos ha mandado. Aquel que nos ha liberado y que es capaz de darnos la fuerza para donarnos, más bien hace ver que nosotros estamos participando en el don de Otro.
Por esto esperamos al Espíritu que hace connatural al hombre el camino pascual, el camino de la ofrenda de uno mismo como único camino que tiene como resultado la resurrección.
P. Marko Ivan Rupnik

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