Estamos llegando poco a poco al
final del tiempo pascual, caracterizado por las apariciones de Cristo que hacen
ver a los discípulos cómo es el resultado de quien vive a la manera de Dios, o
sea cómo entrega de sí mismo, como don de sí.
Cristo vuelve al Padre o sea
regresa a la gloria que le había sido dada antes del comienzo del mundo. Por siempre engendrado por el Padre, siempre
coronado por la gloria de Dios, ahora continúa a aparecerse en el mundo en el
cual se ha encarnado haciéndose hombre.
Frente a la convicción de que la
muerte es la última etapa se ve en cambio que quien se ofrece a sí mismo, que
vive como sacrificio de sí no termina con la muerte, sino que vive una vida de
una calidad absolutamente nueva, el Hijo siempre la ha vivido pero ahora, en la
humanidad que Él ha asumido nos hace ver que vive como Hijo, que ha entrado en
una nueva existencia de transparencia como la llamaría Solov’ëv, donde las
cosas se pueden compenetrar unas en las otras porque son transparentes y no
opacas, no cierran el espacio unas a otras.
Estas apariciones terminan y
siguen, en el año B, algunas imágenes.
La vid y los sarmientos hablan de la fuerza de la novedad que ha
acontecido, la unión con Cristo, que es nuestra vida (Cfr. Col 3,3). Nosotros vivimos de su vida y somos capaces
de dar fruto como el sarmiento que vive unido a la vid. Hoy también estas imágenes terminan y se
revela la verdad. Ahora los discípulos
podrían decir con verdad: “ahora hablas claramente”, porque lo dijeron una vez,
pero no en el momento justo.
Hoy se revela el misterio, la
verdad. Ha sido enviado porque ha sido
amado. El “permaneced en mí” (Jn 15,4)
que hemos escuchado el domingo pasado hoy se hace más preciso “permaneced en mi
amor” (Jn 15,9).
Hoy revela todo: “Como el Padre
me ha amado así yo os he amado a vosotros” (Jn 15,9); “Si cumplen mis mandamientos,
permanecerán en mi amor como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su amor” Jn 15,10)
Algunos lo traducen de otro modo,
el Padre me ha demostrado amor y yo también os he demostrado amor. El amor el
Padre lo ha demostrado cuando ha bajado el Espíritu Santo en la hora del
Bautismo (Cfr. Jn 1,32-33) glorificando al Hijo- Ahora Cristo hace esto con
nosotros, el don es el Espíritu que sopla sobre nosotros (Cfr. Jn 7,39) o sea
la misma vida que hay entre el Padre y el Hijo, el amor entre ellos se extiende
a nosotros. En este amor somos envueltos, en este amor somos engendrados, en
este misterio de la existencia somos introducidos. Ahora se clarifica definitivamente que esta
vida que recibimos en Cristo en el Bautismo que nos injerta en Él es la vida
como amor.
El soplo del Espíritu Santo hace
que esta vida pueda ser don de uno mismo en las manos del otro, o sea seguir
los caminos concretos en los cuales vive el amor como don porque “quien ama ha
sido engendrado por Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7) y “nosotros sabemos que
hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14),
esto es una confirmación objetiva de si estamos o no redimidos, si estamos o no
en su amor, si estamos o no en su Cuerpo.
Lo que nos dice este evangelio
tan rico es que si estamos en el amor se ve cuando estamos vivos, o sea cuando
podemos hacer don de nosotros mismos. No se trata de hacer una lista de las
cosas que tenemos que hacer para estar con Dios sino permanecer firmes en
Cristo Jesús (Cfr. Gal 5,4 ss).La tentación perenne de nosotros los cristianos
es buscar lo que tenemos que hacer para estar verdaderamente en Cristo, para
ser de Cristo, para dar gusto a Cristo, para ganarnos su benevolencia, pero
Cristo ha venido a liberarnos de esto.
Él nos ha dado la vida, no un precepto religioso. Nos ha hecho pasar de la muerte a la vida
porque esa vida que el Padre ha dado al Hijo, el Hijo nos la ha dado a nosotros
poniéndose en nuestras manos. Y es en este ponerse en la mano de los hermanos
la única forma de esta vida, tomando lo que la historia nos hace ver como
escenario para que se manifieste la vida del resucitado. Él nos ha dado la vida
que es amor y es nuestro maestro en realizar este modo de vivir. Está muy claro que su mandamiento es el amor.
Si observamos sus mandamientos entonces estamos en el amor, permanecemos en el
amor. Porque es imposible cumplir sus
mandamientos si no es estando en el amor porque son los mandamientos del amor.
Traducir el mandamiento del amor en las varias circunstancias de la vida, estos
son los mandamientos según Juan. Hacer
pasar el amor con el cual Cristo nos ama a los demás, así como Él nos ha dado
el amor con el que lo ama el Padre.
“Permaneced en mi amor” hace
explícito el origen de nuestra actual crisis secular. Hacer del amor una meta y proponerlo como
algo a conquistar. Esto hace que la fe
se transforme en una religión prevalentemente moralista. En cambio el amor es nuestro origen. La vocación cristiana es la manifestación del
amor en y a través de nuestra humanidad.
Esto no va de acuerdo con toda una mentalidad que no tiene su origen en
una ontología de la comunión. No
considera también entonces que en la ontología de la persona humana está el
amor, la relación, la comunión, sino que prefiere otras soluciones,
intelectualmente más fáciles.
El don del Espíritu Santo nos
injertará en este misterio, nos hará capaces de ser don, hasta que no llega el
Espíritu Santo no somos capaces de ser testigos. (cf Lc 12,11; 21,13; At 1,7).
Es fácil partir de uno mismo
pensando que entendemos qué es lo que hay que hacer pero no somos capaces de
revelar a Aquel que nos ha mandado. Aquel que nos ha liberado y que es capaz de
darnos la fuerza para donarnos, más bien hace ver que nosotros estamos
participando en el don de Otro.
Por esto esperamos al Espíritu
que hace connatural al hombre el camino pascual, el camino de la ofrenda de uno
mismo como único camino que tiene como resultado la resurrección.
P. Marko Ivan Rupnik
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