XVII Domingo del Tiempo Ordinario - Año B
Del evangelio de Marcos se pasa con la liturgia de hoy durante cuatro domingos al evangelio de Juan. El marco de este episodio es la Pascua de los judíos (Cfr. Jn 6,4). Jesús pasa a la otra orilla, no se precisa de cuál orilla se trata, ni cómo pasa sino sólo que lo sigue una gran multitud. Estos dos hechos nos remiten ciertamente al éxodo de Moisés y al pueblo que lo sigue. Aquí el pueblo está siguiendo al verdadero Mesías viendo los signos que Él hacía como el curar enfermos y este Mesías adquiere inmediatamente una dimensión definitiva en el relato, dimensión divina porque viene a la otra orilla, a otro mundo, sobre el monte. Él se sienta con los doce, que es la misma imagen que en Mateo nos da Cristo mismo revelando el cumplimiento escatológico (Mt 19,28) en una visión escatológica de una liberación plena, donde se llega a un mundo definitivo en el cual Cristo toma posesión del poder y del juicio (Cfr. Ap 4, 9.11; 5, 13; 7, 12;14,7), además la escena escatológica se dibuja teniendo como fondo el cordero pascual (Cfr. Ap 5, 7-9; 20, 12). Por lo tanto, queda claro que el éxodo que ahora se realiza por Cristo es el paso a la salvación definitiva.
Cristo, antes de su obra sobre el pan, comienza a
provocar y verificar algo en los discípulos. El término que encontramos es de
hecho el mismo que aparece cuando del diablo tienta a Cristo o cuando los
escribas lo provocan porque quieren ponerlo a prueba, si razonaba bien y si
estaba observando todas las leyes.
“Comprar” es la palabra que resume la tentación que Cristo pone delante
de los discípulos porque esta es la lógica humana, comprar, vender, tener,
poseer.
Cristo está como tentando a los discípulos para
verificar de qué mentalidad son, con qué mentalidad lo siguen, porque este es
el punto, aún si se está con Cristo, si se camina sobre sus huellas, puede
permanecer la mentalidad antigua, la del mundo, la del hombre viejo. Los llamó para que estuviesen con Él para que
pudieran adquirir la mentalidad de los hijos, para pensar según Dios y no según
los hombres (Cfr. Mc 8,33).
Él sabe que para los discípulos no es nada simple
renacer a una mentalidad nueva, no es nada fácil renovar su modo de pensar a
partir de Cristo. Come después precisará muy bien San Pablo justamente
basándose sobre su propia experiencia. (Cfr. Rom 12,2;
Ef 4, 23).
La liberación que Cristo ha traído, el paso, el
éxodo, no lo comprendemos si antes no nos liberamos de la mentalidad que
tenemos dentro. Esta mentalidad vieja
está firmemente basada sobre nuestra naturaleza y por lo tanto está arraigado
en el miedo por nosotros mismos. La
fuente de la mentalidad del hombre viejo es el miedo a la muerte, y el deseo de
salvarse a uno mismo, de asegurarse uno mismo, por esto reacciona según las
necesidades de nuestra naturaleza. Lo más lejano a esa mentalidad es la vida
como comunión.
El evangelista también enfatiza que el evento
ocurre en un lugar de tanta hierba verde, lo que recuerda enseguida los pastos
verdes donde él prepara una mesa (Cfr. Sl 23,5: Sl 78,19), refiriéndose a la
vida y la abundancia (cf. Is 25, 6), es decir, al eschaton.
El término “háganlos recostar” (Jn 6,10) es el
mismo que se usaba para las comidas solemnes de los días de fiesta, como la
Pascua, para la cual se permanecía recostados, porque se estaba libre, se era
amo. Esta costumbre la encontramos
también entre los Griegos y los Romanos. Se podía recostar sólo quien tenía un
siervo, de otro modo se permanecía sentado o de pie. Se está recostado si uno
tenía quien le pudiera servir.
Para poder cambiar la relación hacia los bienes de
la creación y por lo tanto para poder influir efectivamente en las injusticias
que dominan el mundo hay que llegar a ser libre de uno mismo. Hay que acoger a
Cristo que nos hace libres. Hasta cuando tenemos miedo por nuestra suerte nada
cambiará en el mundo porque al fin de cuentas el hombre buscará siempre
salvarse a sí mismo acumulando las cosas para sí. Justamente como en el primer éxodo: “Cuando
el Faraón ya estaba cerca, los israelitas levantaron los ojos y, al ver que los
egipcios avanzaban detrás de ellos, se llenaron de pánico e invocaron a gritos
al Señor” (Ex 14,10). De hecho, Moisés
tenía que liberar antes al pueblo del miedo, ya que de otro modo habrían
atravesado el Mar Rojo como esclavos.
Los discípulos, por lo tanto, son llamados a hacer
que la gente se sienta liberada, salvada y entonces su relación hacia los
bienes de este mundo será una relación de un compartir que tendrá sin embargo
que pasar por Cristo en persona.
Además, nos sorprende una imagen muy fuerte que el
Señor realiza como primera cosa, antes de tocar el pan, nos hace sentir amos,
señores, Él es el Siervo, Él es el que sirve. Hace ver que ha venido para
servir (Cfr. 10, 45; Jn 13, 4-5). Se abre esta dimensión de servicio y de
señorío juntamente. Él se hace siervo
para que el hombre pueda adquirir la señoría que ha perdido. Sólo en el evangelio de Juan se pone en
evidencia este hecho que es Él y no son los discípulos que toma el pan, hace la
oración y los distribuye. No se trata de
una multiplicación sino de una distribución de los panes.
Se abre aquí un importante paréntesis espiritual,
no se trata de distribuir nuestros bienes para resolver el problema del hambre
en el mundo, de la desigualdad. No es posible. La cuestión se resuelve cunado
los bienes de esta tierra pasan a través de las manos de Cristo. Cuando la creación vuelve a Cristo como
nuestra ofrenda. Este jovencito ha hecho
una ofrenda a Dios y no a otro, en las manos de Cristo el mundo, lo creado, los
bienes de esta tierra vuelven a ser lo que eran según la visión de Dios. Y
entonces vuelven a nuestras manos con una calidad y una cantidad distinta,
porque se da un cambio, porque esta es la purificación del mundo, de la
materia. Aquí la tierra es liberada de la posesión que es usada con el pecado y
con la pasión. Por esto nuestras manos se han de vaciar. No simplemente porque
dan a alguien, sino porque lo dan a Cristo.
Es aquí que se abre, en este episodio, la dimensión
eucarística que nos acompañará en los próximos domingos en el discurso de
Cristo. En el sacramento la materia de
lo creado vuelve a ser según los designios de Dios, el alimento que nos nutre,
la comunión con Dios, la unión de unos con otros, nuestro problema es que en
vez de hacer este paso y acoger el alimento nuevo, nosotros buscamos traer a Dios
a este mundo para darnos el alimento de este mundo y no el alimento para el
mundo nuevo, para los cielos nuevos y la tierra nueva.
P. Marko
Ivan Rupnik
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