En el pasaje del Evangelio de este domingo leemos la solemne profesión de fe del apóstol Pedro: "Tú eres el Cristo" (Mc 8,29) y también escuchamos la respuesta inesperada de Jesús que "les ordenó severamente que no hablaran de él a nadie "(Mc 8,30). Este mandato perentorio, que Cristo dirige a los discípulos, se expresa con el famoso verbo griego “epitimaó” usado muchas veces (por ejemplo, en Mc 1:25; Mc 4,39), por Jesús para expulsar demonios e imponer silencio sobre su persona. Es una palabra de exorcismo que se abre a un asunto muy serio: los demonios no hablan de Jesús de la manera correcta. Por supuesto, ellos saben todo sobre el Hijo de Dios, lo definen con precisión, pero se pierden algo: es decir, la experiencia de una relación de amor con él. Es por eso que Jesús, interviniendo con autoridad, impone silencio a los espíritus malignos que proclaman su divinidad: porque el testimonio acerca de Él solo puede nacer de un encuentro profundo y no puede salir de la boca del malvado que es el padre de la mentira. Y esto también se aplica a los discípulos de todos los tiempos: hablar de Cristo solo sobre la base de lo que se sabe o se supone que se sabe, sin compartir la vida con Él, es peligroso, es algo demoníaco. Por esta razón, el Maestro inmediatamente silencia a los apóstoles y aclara muy bien que "el Hijo del Hombre debe sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los escribas, morir y resucitar después de tres días" (Mc 8, 31).
Al principio, Pedro dijo la verdad sobre la
identidad del Salvador, pero Jesús explica que esta verdad será verdaderamente
poseída solo a través de la experiencia de Cristo, es decir, a través de esa
forma bíblica de conocimiento que comienza a partir de la relación. Solov'ëv
explica muy bien que hay un conocimiento simple y un conocimiento complejo, que
pasa por el camino del amor. El conocimiento de Cristo como una Persona divina,
es decir, como Señor, el único Señor, como Salvador, pasa por compartir su vida
y su misión. Cristo es entendido a través de los pasos de una existencia
realizada en la adhesión a Él precisamente porque Él es el Señor de la vida:
"Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25). La verdadera vida se
conoce solo viviéndola, involucrándose en una relación de amor: solo de esta
manera se puede superar una comprensión puramente humana, siempre expuesto al
peligro de las desviaciones porque toda persona, herida por el pecado, corre el
riesgo de dominar al otro para afirmarse ella misma Jesús explica a sus
discípulos, y a cada hombre y mujer, que no es posible conocerlo antes de la
Pascua, es decir, si él no hace con Él el paso de la pasión a la resurrección,
a través de la muerte.
La expresión de Cristo dirigida a Pedro "No
piensas según Dios", en griego, es mucho más fuerte y prácticamente
significa: tus pensamientos no vienen de Dios, no son parte del mundo de Dios,
sino del mundo de los hombres. Es decir, tus ideas no son de Dios, sino que
están aprisionadas en una forma humana de pensar.
Este pensamiento mundano, que se ajusta a las
dimensiones más terrenales de la naturaleza humana, es la forma de razonar de
un yo que desea poder, que busca estrategias y subterfugios para exaltarse a sí
mismo. Se trata de intereses económicos, religiosos, ideológicos e
intelectuales lejos del pensamiento divino. Pero este es precisamente el
pensamiento de aquellos por quienes el Mesías será rechazado.
San Pablo nos advierte exactamente de esta
conformidad con la mentalidad del mundo, cuyo "mesías" cambia de una
época a otra. “No tomen como modelo a este
mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a
fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo
que le agrada, lo perfecto”. (Rom 12: 2). Es decir, no piensen
como piensa el mundo, sino que vayan más allá, renovándose en el espíritu de su
mente para discernir la voluntad de Dios “Nosotros tenemos el pensamiento de
Cristo" (1 Cor 2:16). Tenemos el modo de Cristo porque tenemos su vida. Elmodo
de Cristo es el don de sí, el convertirse en ofrenda. Ofrecer nuestro cuerpo
como un sacrificio vivo es el culto santo, agradable a Dios y tiene sentido, es
razonable (cf Rm 12,1). El hombre se realiza cuando no hace de su propio cuerpo
un monumento, no utiliza sus propias fuerzas para hacer valer su voluntad, afirmar
su propio yo, sino que se transforma, con el don que ha recibido, y hace de sí
mismo un sacrificio: una ofrenda a Dios y a los hermanos. Este es el
significado de la invitación de Pablo a transfigurarse en Cristo. La mentalidad
común a menudo no capta lo razonable de una vida que se da gratuitamente. Para
el mundo esto es ilógico, no es inteligente no tiene sentido: ofrecerse es una
tontería. Sin embargo, Jesús muestra con su Pascua que "el que quiera
salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mi causa y por el
Evangelio, la salvará "(Mc 8, 35).
Hablar de Cristo sin tener una experiencia de vida
como Él la vivió, es decir como un "don sincero de uno mismo" (GS
24,4), significa caer en la idolatría, desviarse de la realidad de Cristo. Es
por eso que Jesús impidió hablar demasiado pronto, para no hacer caer en
tentación a otros, y llevarlos a otro mesías, a un ídolo, un falso mesías.
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame" (Mc 8, 34), porque "un discípulo no es más grande que su
maestro, ni un siervo es más grande que su señor" (Mt 10.24).
P. Marko Ivan Rupnik

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