En este clima de humanidad no redimida sino
temerosa, con miedo, preocupada por el propio fin. “llegó Jesús cuando las puertas estaban cerradas” (Jn 20,19 “llegó Jesús y poniéndose en
medio de ellos). Es importantísimo que se diga
“llegó” y no se apareció, porque hace ver que es verdaderamente el primer día
de la nueva creación, donde un cuerpo, una corporeidad humana vive una cualidad
del todo nueva, nunca conocida hasta entonces, ni imaginada, ni soñada.
“Llegó Jesús” y este textual “poniéndose en medio”
(Jn 20,19) dice que Él es el centro del mundo, de la historia, de todos y de
todo. También de sus miedos, de los pensamientos y razonamientos de ese preciso
instante. Ellos todavía no han logrado ensamblar toda la visión de la vida y de
la historia a partir del paso, de la Pascua del Señor. Esta es quizás el
desafío principal de la Iglesia también hoy.
Mostrar los signos de su pasión no sirve como una simple verificación de
que es Él, pero es Él porque se ha ofrecido hasta el final, sus manos son el
testimonio de la obra que Dios ha cumplido, su costado permite una mirada que reconoce
que es verdaderamente Dios y por lo tanto también conoce cuando el hombre vive
como hijo de Dios.
Este es el sentido de su “Shalom” (Jn 20,19) que no
es simplemente un augurio de paz, sino más bien la constatación de su situación
de vida a partir de la resurrección: una pacificación total con todos y con
todo, un bienestar que llena la vida de una persona de tal manera que no
percibe ninguna posibilidad de amenaza. Este
bienestar de ellos tiene una estrecha conexión con lo que Él hace, con lo que Él
es. Les hace ver las cicatrices, por un lado testimonio de su entrega, de su
ofrecimiento total y por otro, justamente por esto la denuncia de su fracaso de
su mentirosa amistad: “Entonces todos lo abandonaron y huyeron” (Mc 14,50) como
Él había predicho. Esta historia que
cada uno de nosotros conoce en la vida, sentimientos de culpa, cosas no
resueltas, no haber sabido reaccionar decididamente contra el mal, haber
fracasado. El hombre no puede arreglar su historia, nadie puede. Y ningún
hombre puede ayudarlo, porque nuestra vida se hunde más allá de nosotros mismos
y más allá de los que nos rodean. Las
relaciones son trinitarias, no de a dos, por eso se necesita siempre el tercero
que resuelva el drama de las relaciones.
Todos juraron que no lo abandonarían (Cfr. Mc 14,
29-31) pero bajo la cruz ha quedado solo uno, es por esto que cuando entró en
la tumba vacía “vio y creyó” (Jn 20,8).
Tomás fue el primero en decir de estar dispuesto a
morir por Él, cuando Jesús quiso ir a Betania para ver a Lázaro, cuando los
judíos lo buscaban para matarlo (Jn 11,16) pero no estuvo bajo la cruz, no
resistió. Esta es la historia de Tomás,
él se quedó en el viernes santo, él no estaba allí, él quedó en la experiencia
del mal que es más fuerte. Tenía que descubrir la humanidad que va más allá de
lo que para él era lo máximo, o sea morir.
Es por esto que es tan importante el encuentro con
la Víctima pascual que hace ver las heridas y dice Shalom, muestra cómo termina
el hombre que vive como Dios. Aquel que lo ha mandado, el Padre, lo recogió y
por lo tanto ahora nosotros podemos estar bien.
No se puede ya volver atrás, las puertas están
cerradas, no se puede regresar. La puerta hacia la mentalidad vieja, la del
mundo, está definitivamente cerrada. Nuestra complicidad sólo puede ser
perdonada por la Víctima, por ningún otro.
Por este motivo Cristo entrega de nuevo el Espíritu
(Cfr. Jun 20,22). Nos vuelve a dar la vida filial que nos había dado cuando entregó
el Espíritu desde la Cruz, esa vida que no logramos acoger nos vuelve a ser
donada para hacer lo que Él ha hecho. “Como me ha mandado el Padre así yo los
envío a ustedes” (Jn 20,21). Nos manda
perdonar los pecados, a volver atrás, a eliminar el pasado oscuro de cada uno,
porque todas las veces que en Juan se habla de perdonar los pecados significa
alejar una cosa, separar de un pasado, separarse de un lugar, separarse de un
objeto. Por lo tanto no regreséis, ni ustedes ni los que encontréis. Los que
están dentro de este lugar, este mi Cuerpo, liberadlos del pasado, de una vida
que se realiza en la oscuridad, con las obras equivocadas, con la mentalidad
equivocada. Alejad esto, liberadlos de esto (Cfr. Jn 20,23). En Cristo también
el pasado equivocado y de pecado se transfigura en la luz, porque es
amado. Esta es la misión que la Iglesia
no puede dejar de lado y que ningún otro puede asumir.
La de Tomás es por lo tanto la más grande confesión
de fe, este hombre es mi Señor y mi Dios.
Este hombre con estas heridas, este hombre a quien yo no pude ser fiel,
este es el Dios fiel, este es mi Señor.
Esta es la fe que vence al mundo (Cfr. 1 Jn 5,4).
La fe que nos hace estar más atentos a lo que dice el Señor y a Quien ha
mandado que a nuestra experiencia del mal. Aquí prácticamente se desarrolla el
drama espiritual de cada uno, creer a la propia experiencia del mal o a la
fidelidad de Quien te ha amado, que hace de sí mismo un don que va más allá de
la tumba, más allá de la puerta cerrada.
Es una nueva creación, una nueva historia.
La puerta permanece cerrada y nosotros no la
queremos abrir, nosotros queremos vivir la vida nueva a la cual hemos sido
engendrados a través del costado de Cristo.
P. Marko Ivan Rupnik
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