Estamos de nuevo en el evangelio de Marcos, en el capítulo
de las parábolas del Reino. La parábola
del Sembrador nos había abierto esta visión de la belleza donde como terreno
bello se entiende el terreno que acoge la semilla, por esto la belleza se
presenta como acogida de la vida del Hijo, de la filiación, del Logos que
transfigura la humanidad en la humanidad del Hijo, o sea en la divino
humanidad.
La resurrección, la vida de comunión está en el inicio
de nuestra vida, no es la meta que hay que alcanzar. Este es el Reino de Dios entre nosotros. La creatividad está en vivir mi humanidad
para que permanezca en el amor eterno, como epíclesis del Espíritu Santo para
que hundiéndose en Cristo manifieste el Cuerpo de Cristo.
Es justamente sobre esta vertiente de la divino
humanidad, o sea del Reino de Dios como transparencia de la vida de Cristo en
nosotros y en lo creado que las dos pequeñas parábolas de hoy –de las cuales
una se encuentra sólo en el Evangelio de Marcos- nos dan alguna luz, como dos
faros que iluminan un único misterio, que es justamente el Reino de Dios. La primer dice que el Reino de los cielos es
“como el hombre que esparce la semilla” (Mc 4,26). Es interesante que este
hombre no trabaja sobre la tierra misma, no está continuamente tratando de que
salga el brote, por eso se dice que “la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” (Mc 4,27).
La vida que está en la semilla se desarrolla y tiene
dentro de sí, de modo intrínseco, todo lo que sucederá en su desarrollo, todas
las etapas sucesivas hasta la madurez, hasta la cosecha. Se trata de un crecimiento que se da solo o
sea automáticamente la semilla crece y pasa de una etapa a la otra, tallo,
grano en la espiga… todo esto acontece porque la semilla tiene dentro un código
activo que impulsa el crecimiento. Se trata
sólo de la acogida, la tierra acoge y después la semilla germina.
La segunda parábola pone aún más en evidencia esto
porque usa el ejemplo de la semilla de mostaza que es la más pequeña de las
semillas de esta tierra, algo apenas perceptible que después crece como una
gran planta, es un arbusto y sin embargo tiene ramas tan tupidas que los
pájaros del cielo pueden posarse en ellas.
Cristo está subrayando justamente esta desproporción entre esta planta y
una semilla tan pequeña, diciendo prácticamente que el Reino de los cielos
tiene una fuerza dentro y a pesar de ser tan pequeño y aparentemente invisible,
tiene una gran potencia.
La cosecha nos abre la imagen del juicio, es la imagen
del paso, del eschaton, de la plena realización del Reino.
En la historia hay un ritmo, que se transforma en el
ritmo de la historia porque es el hombre que se pone al día al ritmo de la
Palabra que ha recibido y acogido. Somos
nosotros los que estamos invitados a sintonizarnos con el ritmo y las etapas
del crecimiento. Si somos tentados por
la impaciencia y en la Biblia hay muchísimas imágenes de la impaciencia del
hombre, típica reacción del pecador (Cfr. Ex 32) se termina por crear ídolos en
lugar de Dios. Esto, este deseo de
hacer, de intervenir, de ser nosotros los que gestionamos saca nuestra
mentalidad del ritmo del Reino, pone nuestros discursos en lugar de la Palabra
y se convierte en obstáculo para este crecimiento, incluso hasta el punto de
ponerlo en peligro en este deseo de que brote a toda costa, según nuestros
modos y tiempos. Cristo, de alguna manera va más allá de la profecía de
Ezequiel de la primera lectura. Nos
encontramos en Babilonia, en una depresión generalizada, el pueblo está
exhausto. Y de este enorme cedro, antes de que se seque, se cortará una rama
que se plantará en el monte y brotará un cedro magnífico, estupendo, alto, algo
impresionante, se realizará el Reino de Israel.
Pero este no es el modo de razonar de Cristo. La semilla que llegará a ser una planta digna
de todo respeto y será un vegetal, estará dentro del huerto, no como algo que
impresiona por su grandeza, sino que impresiona por la desproporción y no llama
la atención por ser algo inmenso.
El cansancio del cristianismo muestra que la manera como
nosotros hemos entendido el Reino no dio frutos. Las parábolas de hoy hacen entender que
también hay un arte. Después de la abundante siembra también hay un arte de
dejar al hombre en la paz. De saber vivir en la amistad con este hombre
justamente para acostumbrarlo al ritmo del Reino, que no es nuestro ritmo, que
no puede llegar a ser fruto de nuestra imaginación, de cómo hacer antes y
mejor, de cómo salvar, redimir, con qué eficacia y eficiencia y aumentando los
números.
Es de otra manera que el Reino dicta el ritmo y pide
ojos y oídos atentos para experimentarlo dentro de nosotros y para
experimentarlo en el mundo, en las personas alrededor de nosotros. ¿Cuál es el ritmo de la Palabra? ¿Cuál
es el ritmo del Reino? Lo que es
mentalidad de la carne sigue siendo carne (Cfr. Jn 3,6) ¿Qué es del hombre
viejo que como tal no puede entrar en el Reino? Muchas cosas parecen débiles,
perdidas, se están quebrando, se derrumban, pero quizás nos dicen que tenemos
que poner nuestra atención al brote que germina. “¿He aquí que hago algo nuevo,
ahora brota, no se dan cuenta?” (Is 43,19).
El germinar se puede notar, este es el ritmo de la Iglesia.
Es muy diferente y ciertamente requiere discernimiento
sobre qué sembramos. Porque nosotros sembramos nuestras filosofías, se
sembramos nuestras ciencias, todo lo que en los últimos siglos hemos usado como
evangelización junto co0n nuestras fuerzas y nuestro modo de pensar está claro
que no crece nada y que los campos son áridos. Porque justamente falta la
siembra. Falta la
siembra de la Palabra. Falta la
siembra de la semilla buena, de la semilla bella que es el Verbo, que es la
vida del Hijo, que es la sabiduría divina.
Esto es lo que crece y esto es lo que el mundo espera, la semilla de una
Palabra que es “teúrgica” y que es la
dimensión imprescindible de todo anuncio y de toda evangelización. Precisamente
porque es la siembra del Reino mismo y es el Reino el que determina la forma de
proceder, nos obliga a permanecer en silencio y comenzar a escuchar.
P.
Marko Ivan Rupnik
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