viernes, 1 de junio de 2018




Corpus Christi – Año B                                Mc 14,12-16.22-26

El Evangelio de hoy nos vuelve a colocar en el marco pascual. Estamos en el día de la preparación de la Pascua que después a la tarde será el primer día de los panes ácimos. La fiesta de los ácimos y la fiesta de la Pascua con el paso del tiempo de alguna manera se han superpuesto, indicando la misma realidad del paso, de la liberación. Los “ácimos” son el pan de la aflicción y de la esclavitud, pero también son el pan de la verdad, de la vida nueva, del corte con el pasado y por esto el primer día de los ácimos se tenía que sacar de la casa toda la levadura vieja para indicar que se dejaba atrás una mentalidad que es la de los esclavos para transformarse en un pueblo libre, para entrar en una novedad de vida.  Es la exhortación de Pablo de dejar atrás la mentalidad del mundo, la mentalidad del pecado, con todo lo que de alguna manera puede hacer que nuestra vida sea corruptible: un pan leudado se echa a perder mucho más fácilmente que el pan ácimo, pero nosotros somos ya “ácimos” en la sinceridad y en la verdad (Cfr. 1 Cor 5,7) Ya somos esta masa nueva que es Cristo, que es la verdad de la vida, esa divino humanidad que es la humanidad vivida al modo de Dios.
El Levítico en el capítulo 23 nos recuerda que el primer día después del sábado –de los siete días de los ácimos- se celebraba el rito de llevar la primera gavilla de grano recogido en el campo al sacerdote que lo levantaba en alto y lo agitaba para expresar la gratitud a Dios por la nueva vida. Esta gavilla se llamaba la primera de las primicias de la vida.
En el año de la Pascua de Cristo esta fiesta de las gavillas, esta liturgia después del sábado, cae justo en el día de la resurrección de Cristo. “Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que han muerto” (1 Cor 15,23). Cristo es esta primicia, esta humanidad nueva vivida por Dios como Hijo, humanidad que sobrepasa la muerte, que ya hace parte de la nueva creación, que ya hace parte del santuario verdadero y ya no es vulnerable a la levadura vieja, al veneno del pecado, a la tentación, a la muerte, pero es la primicia. Él ha resucitado como primicia, después resucitarán todos los que son suyos, los que son de Él.
Hay muchos paralelismos con la entrada de Cristo a Jerusalén: las mismas palabras, las mismas frases para ayudarnos a entender que en este marco pascual, en esta cena que será la institución de la Pascua, se encerrará el verdadero paso que es el paso a la Jerusalén celeste, al santuario verdadero, al Reino, al eschaton. Este es el verdadero corte con el pasado, con la levadura vieja.  Es la primicia de la resurrección, de una humanidad resucitada que puede entrar en el reino, puede entrar en la plaza de oro porque ya no es de la carne y de la sangre de este mundo.  Esta gran riqueza del paso a un pan nuevo; si ha perdido este sentido en la grande e insuperable distancia que se ha dado entre la eucaristía y la teología que quería expresarla, que, aun queriendo poner el acento sobre la presencia de Dios, no ha logrado insertarla en una visión trinitaria, de comunión, de Iglesia, cerrando el horizonte sobre una relación individual, la eucaristía, en cambio, es la superación del yo individual y es la afirmación de la persona en su sentido teológico, como entretejida en un organismo, en un cuerpo cuya primicia es Cristo. 
El Concilio Vaticano nos invita a reapropiarnos del misterio de la eucaristía porque ella es la vida de la Iglesia, es la articulación de su vida en su interior: nosotros somos lo que somos en la eucaristía que para nosotros es un alimento que nutre al hombre para esta gran novedad que Dios ha realizado para nosotros en Cristo, para este nuestro injerto en la novedad de Cristo. Este paso, este injerto, se da con el alimento y la bebida, no es suficiente contemplar, admirar, adorar.
La Eucaristía nos involucra en este acontecimiento único en el cual se ha dado este paso.  Nos coloca allí, como pueblo de Dios, entretejido en este organismo hecho de muchas moradas que es su Cuerpo, mientras estamos en camino hacia el cumplimiento.  Esto ha de ser recuperado. De aquí se comienza.
Aquí se abre la dimensión eclesial, el Cuerpo de Cristo, su vida, el cáliz, el paso nos ha creado de nuevo, nos ha regenerado, nos ha resucitado como su Esposa, como el Cuerpo del cual Él es la cabeza. La Eucaristía es la vida y el Cuerpo de nuestro Señor, pero también es todo lo que es Cristo con su Cuerpo, con su Esposa, que somos nosotros, la Iglesia.  Es el lugar donde se hunde la tentación, que siempre queda al acecho, de la levadura vieja, de la nostalgia de la esclavitud, las cosas viejas y no resueltas, las venganzas, el perdón no otorgado, no recibido, las heridas que sangran, huelen mal y se transforman en los anteojos a través de los cuales nos vemos a nosotros mismos y a los otros, la historia y todo lo demás…
La Eucaristía es la medicina que cura, sana y nutre con todo lo que es, incluso la Iglesia, en una riqueza de alimento del Cuerpo de Cristo, de su vida filial, y por lo tanto de la vida de hermanos y hermanas.
P. Marko Ivan Rupnik
 

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