viernes, 29 de junio de 2018

Domingo XIII del Tiempo Ordinario - Año B


XIII Domingo del Tiempo Ordinario - Año B                 Mc 5,21-43

El evangelio de Marcos ya en el segundo capítulo, en el episodio del paralítico que es descolgado del techo hace ver que la cuestión es la curación física sino la salvación. La cuestión no es la muerte sino lo que la produce, o sea el pecado, hay que comenzar por la raíz, partir desde el perdón del pecado para ser readmitidos a la unión con Dios, después se da también la curación, pero no es absolutamente necesaria.  Se hace visible el paso del pecado a la muerte y de la salvación a la curación.  Se puede ser perdonados, admitidos a la unión con Dios como hijos, pero permanecer enfermos.  En el episodio del paralítico Cristo muestra que al ser readmitidos a la unión con Dios se salva la entera vida del hombre, también su carne.  En varios pasajes de los capítulos sucesivos se ve cómo en este juego de muerte ha caído también la religión que aislando y excluyendo todos los que son marcados por el pecado o por la muerte terminará condenando a muerte al mismo Cristo. ¿pero, para qué sirve una religión si no es para kla vida?
En el evangelio de hoy Cristo vuelve a su tierra en el país de los paganos, donde ha comenzado la liberación del demonio. Su regreso está marcado por la manifestación de una nueva realidad, o sea la realidad de la fe, la realidad que se basa y se realiza en plenitud sólo en una relación de confianza total en una persona concreta que es Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre. Es la relación lo constitutivo en la existencia del hombre y por lo tanto salva toda la vida en su totalidad, dice de dar de comer a la hija de Jairo y así hace ver que la vida que recibimos del –y que nosotros en el Bautismo hemos recibido verdaderamente de Él- no es una alternativa a la vida que hemos recibido de nuestros padres, sino que es una vida que absorba a la otra salvándola. No puede evitar la muerte, pero en la unión con Cristo esta muerte es un paso.  Es interesante porque en los dos ejemplos toma el número doce.  La hemorroisa sufre desde hace doce años y doce años tiene la niña: doce es el número de Israel, las doce tribus son la plenitud del pueblo hebreo, de todo Israel. Las dos son llamadas hijas, una lo es, la otra es llamada así cunado ha sido curada.  Esta imagen de Israel dice que estamos hablando de la hija de Sion, alcanzada de verdad por una herida mortal (Cfr. Jer 14,17). Ningún médico logra curarla, más bien a causa de los médicos la hemorroisa ha empeorado sin que sirviera de nada todo lo que tenía para curarse.
Es la imagen del pueblo de Israel, la imagen de la Alianza que ha llegado a una esclerosis religiosa tal que ya no es capaz de dar vida. Que el jefe de la sinagoga esté perdiendo la hija indica que los jefes de la religión no son capaces de salvar al pueblo, tienen a sus espaldas una religión estéril, una religión que verdaderamente no sirve a la vida, sino que lleva a la muerte. Basta recordar a qué marginación llevaban las prescripciones del capítulo 15 del Levítico, sometiendo a la mujer, declarando impuro todo lo que tocaba si ella estaba perdiendo sangre.
Por lo tanto, es necesario una fuerza que irrumpe con fuerza, que rompe, que trasgrede, porque la religión y la fe no pueden convivir.
La mujer con su gesto se arriesga a morir y Cristo se arriesga de ser castigado porque ha tocado un muerto quedando a su vez impuro. La mujer toca a Cristo y no podía tocarlo, Cristo toca a la niña y no podía tocarla, hace falta una trasgresión frente a lo que la religión prohíbe.  En el fondo la cuestión es siempre la de osar una ruptura, osar trasgredir la religión. La decadencia se da en la dirección de llevar la fe al nivel de la cultura humana, a algo que el hombre puede gestionar, a algo en el cual el hombre puede ser protagonista y que inevitablemente abre a una cultura de muerte achatando aquella fe que era la fuente viva.  Se empieza con el Espíritu y se termina con la carne (Cfr. Gal 3,3), con una serie de costumbres y de prescripciones de cosas donde las mismas cosas llegan a ser más importantes que el amor, que la persona y que la comunión, que la unión con Cristo.
Cuando en el primer lugar no está la vida nueva en Cristo, la vida del Cuerpo de Cristo que somos nosotros, entonces se comienza a ver un proceso de esclerosis que nos lleva a una situación donde vencen las cosas que son como esqueletos, no están vivas y formalismos de todas las especies que no dejan experimentar la vida.
 A la mujer le dice “Tu fe te ha salvado” (Mc 5,34) y su fe queda resumida en “si logro sólo tocar el borde de sus vestiduras quedaré sanada” (Mc 5,28).  Este razonamiento ha salvado a esta mujer, porque, como dice Solov’ev, es desde la fe que nace un razonamiento apropiado porque es un razonamiento que ha partido de una relación de confianza y de entrega absoluta.  Es esta confianza, esta entrega, este amor por Cristo como Salvador que hace nacer este pensamiento, este razonamiento conforme a Cristo.  La fe se ve ya sea en la manera de pensar ya sea en el actuar: “vista la fe de ellos” que les hacía romper el techo para bajar al paralítico (Cfr. Mc 2,5).  No tiene sentido pensar que pueda llegar a la inversa, hacer las cosas bien para tener el pensamiento justo y conocer a Cristo, encontrarlo.  Este es el modo equivocado y sobre todo quita la libertad.  A Jairo dice: “No temas, tú sigue teniendo fe” (Mc 5,36), tú sólo confía, tú sigue haciendo como has hecho, te has arrojado a los pies, que es el mismo gesto que ha hecho también un pagano (Cfr. Mc 5,6).  Este es el punto de encuentro entre el jefe de una institución religiosa y un pagano endemoniado, la constatación de la insuficiencia de sí mismo que se abre a la fe, muy diferente de la religión que piensa qué habría que hacer para tener contento a Dios, para ser salvado por las obras buenas que puedo realizar.
El evangelio de hoy abre la perspectiva entre una relación salvífica, que salva también la carne, o una religión, o sea algo que yo creo o me empeño en cumplir para salvarme pero que el final me sepulta a mí y también a los otros alrededor de mí.
P. Marko Ivan Rupnik

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