Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario - Año B
Mc 1,21-28
Cristo ha
llamado sus primeros discípulos y hoy comienza su misión de Mesías. Es
significativo que comience justamente desde la sinagoga, el lugar sagrado,
privilegiado de la religión judía porque hay allí dentro un demonio, pero de
tal manera solamente insinuado, que nadie se da cuenta hasta que entra Jesús.
Es un espíritu
impuro que habita los lugares de la muerte, tiene que ver con la muerte porque
es un espíritu de desconfianza, espíritu de separación, de
incompatibilidad. Así como también
Moisés hace una lista de las cosas impuras, o sea de las cosas separadas en su
interior que Moisés no ha podido entender como unirlas (por ejemplo el cerdo es
impuro porque tiene pezuña como la vaca, pero no rumia)
Este espíritu
está dentro de la sinagoga y la palabra plural que usa el evangelista explicita
que hablaba en nombre de una mentalidad que en el interior de la sinagoga se
hallaba difundida, compartida por muchos (Cfr. Mc 1,24). Como sabemos los escribas predicaban pero el
espíritu impuro no era mencionado. Ellos
enseñaban con una serie de citas de rabinos anteriores, partiendo de algunas
citas de la Palabra, de la Ley o de los Profetas, de esta manera demostraban
que hablaban con autoridad, porque tenían un gran bagaje de conocimientos. La conclusión era que a partir de esta
claridad de la enseñanza el pueblo debía poner en práctica todo lo que había
oído. Cristo se enoja con ellos porque
ponen sobre la espalda de la gente pesos que no es posible llevar y que ellos
de hecho no llevan. (Cfr. Mt 23,4: “Atan cargas pesadas y las
echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas
Este es el
espíritu impuro, se basa sobre el hecho
de que el hombre está separado de Dios y le hace creer que él mismo con sus
propias fuerzas que puede superar esa separación con lo que le es enseñado y
así puede llegar a Dios, a la relación con Dios, a la unión con Él.
Y este es el
demonio que Cristo va a echar fuera. La misión del Mesías no comienza en los
lugares ‘clásicos’ de los pecadores sino desde la religión misma. Esta tiene que ser purificada, exorcizada.
Serán en verdad los jefes religiosos, los sacerdotes y los expertos o sea los
escribas que no lo aceptarán, más bien lo rehusarán y lo llevarán a la muerte.
Lo peor que le puede pasar al hombre es encontrarse en una estructura religiosa
donde se pueda vivir según el espíritu impuro, o sea según una religión que
expresa este ‘espíritu’, donde tú, cada uno es el epicentro de todo ese
esfuerzo que tengo que realizar para superar el abismo que separa el hombre de
Dios.
Por lo tanto
Cristo toma inmediatamente distancia de la sinagoga, entra en la sinagoga “de
ellos” (Cfr. Mc 1,23) y Marcos subraya que inmediatamente, y usa una palabra
que utiliza con frecuencia, “enseguida” Jesús comenzó a enseñar enseguida, para
hacer ver que no participa en la ceremonia religiosa de ellos. (Cfr. Mc 1,21).
Jesús enseña de
una manera diferente y habla con autoridad, porque este espíritu, del cual
nadie hasta ahora se había dado cuenta, se hace notar (Cfr. Mc 1,22). La autoridad en el horizonte judío era
Moisés, la que le venía dada por su relación totalmente única con Dios que
autorizaba su palabra porque estaba acompañada de la obra que había aprendido
de Dios mismo en esa relación única que tenía con Dios y que él tenía muy en
cuenta.
Ahora viene el
Hijo del Padre, que no dice nada y no hace nada, “sino lo que ve hacer al
Padre” (Cfr. Jn 5,19; 5,39: 12,50; 14,10).
La comunión con el Padre es su autoridad. Él no habla por sí mismo, así también
el Espíritu Santo dice toda la verdad justamente porque no habla por su cuenta (Cfr.
Jn 16,13). Es la relación de amor que es
testimonio de la verdad (Cfr. Jn 8,14). La
comunión perfecta con el Padre, uno en el otro (Cfr. Jn 14,9). Esta es la vida
que está en el origen, es la fuente. Lo
que dice se ve, lo que dice se puede tocar, lo que se dice se gusta, porque es
una comunicación de vida y no es simplemente un pensamiento (Cfr. 1 Jn 1,
1-4). Esta enseñanza regenera al hombre
porque crea la comunión con Dios y con los otros y esto llena el corazón del
gozo según Dios. Este es el verdadero
sentido de toda acción de la evangelización.
Cristo vino a
extender sobre nosotros esta relación filial con el Padre. Está claro que nadie puede llegar a ser hijo
si no es generado. Y la enseñanza de los escribas no ha generado a nadie, no
daba la vida, sólo llevaba a la obligación de realizar la obra prescrita, de
esta manera este esfuerzo produce sólo una frustración perenne que de hecho
tiene que ver con la muerte, por lo tanto es obra del espíritu impuro.
El hecho de que
Marcos coloque este acontecimiento en la sinagoga al comienzo del evangelio nos
pone en guardia sobre un peligro constante para los discípulos de Cristo, esto es
enfrentar el mal de una manera equivocada; o sea transformar la obra de la
redención según el espíritu impuro. Así
como ha decaído la alianza antigua, de la misma manera también puede decaer la
alianza nueva.
Es en la
liturgia que aprendemos una vida donde la comunión es la fuente y no sólo la
meta, no solamente deseada, sino realizada. Ahí vemos a
Cristo como es verdaderamente, Palabra realizada.
La autoridad de
Cristo en la sinagoga era justamente lo que es el sacramento, la realización
plena de la Palabra, de la materia del mundo, de la historia, porque es
manifestación de la vida del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Se escucha
la Palabra, se la explica y después se la come y bebe como Palabra encarnada y
realizada en perfección plena. Esto hace
el sacramento de la eucaristía.
Hay que estar
atentos para no reducir la fe sólo a una enseñanza estéril del saber que
después hay que poner en práctica. Esta es la trampa, el espíritu impuro bien
lo sabe, conoce muy bien a Cristo, tiene una óptima cristología pero su saber
no consiste en la relación y en la comunión con Cristo. Esto es lo que marca la diferencia como
también para Pablo (CFR. Rom 1,21: "porque, habiendo conocido a
Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se
ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció”
P. Marko Ivan
Rupnik
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