Segundo Domingo Tiempo Ordinario Año B
Estamos
en los primeros días del evangelio de Juan que siguen con “el día después” (Jn
1,29). “El día después (Jn 1,35;
1,43). En el Evangelio del día de hoy
Juan Bautista sólo dice “Este es el Cordero de Dios” (Jn 1,36) y los discípulos
siguen a Jesús. Era ese mismo Cordero
que el día anterior había indicado como Aquel que quitará el pecado del mundo.
Por lo
tanto, como Aquel que abrirá nuevamente el camino hacia el Padre porque el
evangelista Juan el pecado es la ruptura con la vida de Dios, es la noche (Cfr.
Jn 12, 35,46) falta de luz porque la vida es la luz (Cfr. Jn 1,4). Juan no dice “pecados” sino en singular
“pecado”, que para él significa la condición que hace que el hombre peque, como
se ve en su primera carta es ese estado de cierre a las relaciones, una
condición del hombre sin amor. Quien no
ama está muerto (Cfr. 1 Jn 3,14). Cristo
abrirá un camino de éxodo, donde Cristo, como Cordero Pascual, será Él mismo
que quitará este estado de muerte. Él
morirá por todos a fin de que nosotros podamos vivir. Él será ese sacrificio sacerdotal que unirá
la humanidad al Padre. El sacrificio de
la propia voluntad entregada al Padre.
¿Dónde permaneces?
Preguntan textualmente los dos discípulos.
He aquí dónde se queda, dónde vive, dónde está. Es la misma palabra que
usan los discípulos de Emaús (Lc 24,29) cuando los dos discípulos le piden que permanezca,
se quede con ellos. Es la palabra que usa Cristo para decir que
Él y el Padre vendrán y morarán en quien lo ama (Cfr. Jn 14,23): Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama,
guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en
Él. De nuevo es Él mismo que dice que va al
Padre y que quiere que también ellos estén dónde Él está, por lo tanto, se
trata de seguirlo hasta la casa del Padre y entrar en la gloria de la comunión
con el Padre, pero al mismo tiempo es Él con el Padre que se queda en el hombre
que lo ama, que lo acoge y que así llega a ser hijo de Dios (Cfr. 1,12). Además, el texto deja entrever que ese
“morar” de Cristo nos presenta un no estar solo. Esto es lo que atrae porque su
persona hace entrever un misterio que después en Juan 14,9 será explicitado es
estas palabras “Quien me ve a mí, ve al Padre” Es esta existencia en comunión,
uno en el otro, que Él extiende a nosotros. (nos comunica)
La respuesta supone una experiencia, un estar y ver que Él
está en el Padre y el Padre en Él y Él en ellos y ellos en Él.
Esta morada es la nueva existencia que la humanidad comienza
a recibir, a través de una experiencia porque también nosotros podemos estar
con Él donde Él está (Cfr. Jn 17,24)
Es una experiencia del conocimiento, donde la relación no es
algo sociológico, ni sicológico, ni filosófico, mucho menos algo
“accidental”. Es la vida del hombre según
el plan del Creador y realizada en el Redentor, la relación. La filiación, la
comunión que no es uno al lado del otro, sino uno en el otro.
Este pasaje nos trae una pregunta inevitable. ¿Qué suscitamos
nosotros en nuestros contemporáneos? Tenemos personas que nos siguen y ¿qué
encontrarán si les decimos “venid y veréis”? ¿Encontrarán una existencia de
comunión que fascina y atrae porque está habitada por la comunión divina? ¿Qué hace entrever nuestra humanidad? ¿O más
bien estamos acostumbrados a decir “escuchen y hagan”?
Es particularmente significativo que la primera palabra de
Cristo en el Evangelio de Juan sea: “¿Qué buscan?” En griego el verbo está en
presente, por lo tanto, estas palabras de Jesús: “les pregunta” son la vez una
pregunta que se dirige a todos los que se encaminan tras Él para verificar sus
motivaciones. Se puede buscar a Cristo
por diferentes motivos, en Jn 5,40 dice: “pero ustedes no quieren venir a mí
para tener la vida”. Está claro que
Cristo quiere extender su vida sobre nosotros, porque nos hace capaces de amar
y nos estar sujetos a nuestra naturaleza herida y mortal, la que al fin nos
entregará con el último suspiro en la cruz, para que podamos vivir según esa
vida nueva que desde ya nos hace participar de la eternidad, porque el amor
permanece para siempre, es eterno.
Por lo tanto, Él habita en la filiación, ahí donde también
nosotros somos injertados por el Bautismo, impregnados de Espíritu Santo,
empapados de la vida filial. Nuestra
forma de vida es bautismal, o sea de éxodo, de paso porque nuestra vida se
cumplirá sólo en ese lugar que es la comunión.
Estamos
llamados a ayudarnos a descubrir continuamente que vivimos en la relación y de
la relación Se nos ha quitado un peso, lo que nos hacía pecar ya no existe,
Juan en su Primera Carta nos dice: “Quien ha nacido de Dios
P. Marko
Ivan Rupnik
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