martes, 6 de febrero de 2018

Segundo Domingo

Segundo Domingo Tiempo Ordinario              Año B



Estamos en los primeros días del evangelio de Juan que siguen con “el día después” (Jn 1,29).  “El día después (Jn 1,35; 1,43).  En el Evangelio del día de hoy Juan Bautista sólo dice “Este es el Cordero de Dios” (Jn 1,36) y los discípulos siguen a Jesús.  Era ese mismo Cordero que el día anterior había indicado como Aquel que quitará el pecado del mundo.
Por lo tanto, como Aquel que abrirá nuevamente el camino hacia el Padre porque el evangelista Juan el pecado es la ruptura con la vida de Dios, es la noche (Cfr. Jn 12, 35,46) falta de luz porque la vida es la luz (Cfr. Jn 1,4).  Juan no dice “pecados” sino en singular “pecado”, que para él significa la condición que hace que el hombre peque, como se ve en su primera carta es ese estado de cierre a las relaciones, una condición del hombre sin amor.  Quien no ama está muerto (Cfr. 1 Jn 3,14).  Cristo abrirá un camino de éxodo, donde Cristo, como Cordero Pascual, será Él mismo que quitará este estado de muerte.  Él morirá por todos a fin de que nosotros podamos vivir.  Él será ese sacrificio sacerdotal que unirá la humanidad al Padre.  El sacrificio de la propia voluntad entregada al Padre.
¿Dónde permaneces? Preguntan textualmente los dos discípulos.  He aquí dónde se queda, dónde vive, dónde está. Es la misma palabra que usan los discípulos de Emaús (Lc 24,29) cuando los dos discípulos le piden que permanezca, se quede con ellos.  Es la palabra que usa Cristo para decir que Él y el Padre vendrán y morarán en quien lo ama (Cfr. Jn 14,23): Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en Él.  De nuevo es Él mismo que dice que va al Padre y que quiere que también ellos estén dónde Él está, por lo tanto, se trata de seguirlo hasta la casa del Padre y entrar en la gloria de la comunión con el Padre, pero al mismo tiempo es Él con el Padre que se queda en el hombre que lo ama, que lo acoge y que así llega a ser hijo de Dios (Cfr. 1,12).  Además, el texto deja entrever que ese “morar” de Cristo nos presenta un no estar solo. Esto es lo que atrae porque su persona hace entrever un misterio que después en Juan 14,9 será explicitado es estas palabras “Quien me ve a mí, ve al Padre” Es esta existencia en comunión, uno en el otro, que Él extiende a nosotros. (nos comunica)
La respuesta supone una experiencia, un estar y ver que Él está en el Padre y el Padre en Él y Él en ellos y ellos en Él.
Esta morada es la nueva existencia que la humanidad comienza a recibir, a través de una experiencia porque también nosotros podemos estar con Él donde Él está (Cfr. Jn 17,24)
Es una experiencia del conocimiento, donde la relación no es algo sociológico, ni sicológico, ni filosófico, mucho menos algo “accidental”.  Es la vida del hombre según el plan del Creador y realizada en el Redentor, la relación. La filiación, la comunión que no es uno al lado del otro, sino uno en el otro.
Este pasaje nos trae una pregunta inevitable. ¿Qué suscitamos nosotros en nuestros contemporáneos? Tenemos personas que nos siguen y ¿qué encontrarán si les decimos “venid y veréis”? ¿Encontrarán una existencia de comunión que fascina y atrae porque está habitada por la comunión divina?  ¿Qué hace entrever nuestra humanidad? ¿O más bien estamos acostumbrados a decir “escuchen y hagan”?
Es particularmente significativo que la primera palabra de Cristo en el Evangelio de Juan sea: “¿Qué buscan?” En griego el verbo está en presente, por lo tanto, estas palabras de Jesús: “les pregunta” son la vez una pregunta que se dirige a todos los que se encaminan tras Él para verificar sus motivaciones.  Se puede buscar a Cristo por diferentes motivos, en Jn 5,40 dice: “pero ustedes no quieren venir a mí para tener la vida”.  Está claro que Cristo quiere extender su vida sobre nosotros, porque nos hace capaces de amar y nos estar sujetos a nuestra naturaleza herida y mortal, la que al fin nos entregará con el último suspiro en la cruz, para que podamos vivir según esa vida nueva que desde ya nos hace participar de la eternidad, porque el amor permanece para siempre, es eterno.

Por lo tanto, Él habita en la filiación, ahí donde también nosotros somos injertados por el Bautismo, impregnados de Espíritu Santo, empapados de la vida filial.  Nuestra forma de vida es bautismal, o sea de éxodo, de paso porque nuestra vida se cumplirá sólo en ese lugar que es la comunión.
Estamos llamados a ayudarnos a descubrir continuamente que vivimos en la relación y de la relación Se nos ha quitado un peso, lo que nos hacía pecar ya no existe, Juan en su Primera Carta nos dice: “Quien ha nacido de Dios

P. Marko Ivan Rupnik

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