martes, 6 de febrero de 2018

Bautismo del Señor

Bautismo del Señor......................Mc 1,7-11

Este acontecimiento tan brevemente relatado por el evangelista Marcos es de alguna manera la síntesis de todo su evangelio y de toda la obra de Cristo. Cristo baja de Galilea por un camino que lo lleva al Jordán, el lugar también geográficamente más bajo de la tierra, (390 m bajo el nivel del mar) y así se hace visiblemente muy claro el anonadamiento del Hijo de Dios.  El río Jordán tiene el color de la tierra.  Jesús entra en esta tierra llena da barro y sucia, imagen exacta de una humanidad hecha de barro que se vuelve así cuando con el pecado se apaga el Espíritu
A estas aguas Cristo da el color de su divinidad, como ha dicho San Cirilo de Jerusalén y algunos otros Padres, y en esas aguas son santificadas todas las aguas del mundo a fin de que puedan santificarnos en la hora de nuestra muerte y resurrección, o sea en nuestro bautismo.  Santiago de Sarug, gran padre siríaco, hace notar que Cristo bajando a las aguas en su bautismo se despojó de la gloria y depuso en las aguas su vestidura de luz y de gloria, de manera que cuando llegara Adán desnudo, verdaderamente hijo de la tierra, hecho de barro, podría revestirse del vestido de gloria que el ángel caído le había robado entre los árboles del Edén.
Marcos registra sólo la salida del agua de Cristo, porque bajar en el agua es la imagen de la muerte, salir del agua es la imagen de la resurrección, del Resucitado.
De estas aguas con barro sale el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, junto con los penitentes.  La solidaridad es el principio de la divinización del hombre: es Dios que se hace solidario con nosotros, basta sólo pensar cuánto énfasis se hace, cuando se habla en la Carta a los Hebreos, de la solidaridad de Cristo Sacerdote con toda la humanidad.  Y este es, según Dios, el principio de nuestra divinización.
Los cielos se rasgan, el término “skizein” deja entrever que es algo irreversible, irreparable.  Es el mismo término que Marcos usa en el momento de la muerte de Jesús, cuando se rasga el velo del templo porque ha perdido su significado.  Cristo ha entrado en la muerte que separaba al hombre de Dios. Son dos momentos de la revelación de quién es el verdadero Dios, o sea Aquel que ofrece su vida por todos, sin ninguna culpa de su parte.  Entonces todo lo que estaba detrás del velo se vuelca sobre el pueblo, ahora somos nosotros los que recibimos como en una lluvia la revelación de Dios, a través de esta ola de gracia que nos llega de lo que estaba detrás del velo.  Según los rabinos había 500 años de camino entre un cielo y el otro, y allí estaban los siete cielos.  Toda esta distancia ahora ha sido anulada y Él es la puerta abierta. (Heb 10,20: por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través de la cortina, es decir, de su cuerpo”.
La paloma que aletea sobre Él da testimonio que él puede hacer este sacrificio de sí mismo porque tiene el Espíritu, porque tiene la vida del Padre y sabe que el Padre lo recogerá, por eso puede ofrecerse (Cfr. Heb 9,14).  Es el espíritu de la nueva creación, la creación verdadera es la divino humanidad, del verdadero hombre y verdadero Dios en una sola Persona.
Se oye una voz, “phoné”, que es el mismo término que Marcos usa cuando dice que el gallo canta y para el grito de Cristo que expira en la cruz, en una perfecta superposición del Bautismo y de la Pascua porque esta voz es también la del Salmo 2 que es el salmo de la entronización del Rey. Gracias a este Rey, que sale del barro en medio de los penitentes, el cielo ya no se cerrará nunca más, ese cielo que tantas veces se había cerrado en la historia de Israel y en el que la literatura rabínica leía un Dios un poco resentido a quien había que calmar de alguna manera, ahora ese cielo está aquí, porque Dios está aquí. Y lo vemos en el hombre, llamado a una manera nueva de vivir, como hijo: “Tú eres mi Hijo” (Mc 1,11; cfr. Sl 2,7).
Él es el rostro del Padre, Aquí se tocan en una única realidad la filiación y la paternidad.  Cristo salido de las aguas es nuestra imagen porque con el bautismo somos injertados en Él.
Todos estos son etapas que vivimos en nuestro bautismo donde baja el mismo Espíritu Santo y la misma voz dice: “Tú eres mi hijo”.  Recibimos la misma vida, la que Él nos ha dado en la cruz, cuando expiró, cuando nos entregó su vida para que pasase a nosotros.
Tenemos la misma vida, somos hijos y somos divino-humanos.  Esta es la verdad del hombre. Aquí conviene permanecer y buscar nuestra verdadera identidad, como hijos, en esta vida que la fe nos hace contemplar y que no se apagará.

P. Marko Ivan Rupnik





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