jueves, 9 de agosto de 2018

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


XIX Domingo del Tiempo Ordinario - Año B               Jn 6,41-51


Se dice que los judíos murmuraban (Jn 6,41) pero suena extraño porque estamos en Cafarnaúm y allí viven los Galileos. Juan quiere señalar de inmediato que se refiere a aquellos que de alguna manera pertenecen al núcleo duro de la tradición y del régimen religioso, que es, de hecho, el que resiste a Cristo.
El término “murmuran” es el mismo que en la versión de los LXX es usado para expresar la rebelión del pueblo contra Moisés (Ex 16,2) y que más que quejarse, se traduce mejor como criticar que registra la ira y la oposición de quienes lo escuchan al decir que Él es el pan que desciende del cielo. En la tradición judía, en la escuela de los escribas, el pan que desciende del cielo era la Torá y ahora Jesús viene a decir que este pan es Él.  La Torá es para la vida de los hombres, por esto tantas veces leemos, comí el libro, devoré el libro, se come la palabra, como, por ejemplo: “Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (Jer 15,16).  Ahora Cristo se identifica a sí mismo con este pan y dice que desciende del cielo. Y está claro que surja la objeción del versículo 42: “Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: «Yo he bajado del cielo»?” Aquí aparece claramente la dificultad de una mentalidad del orden de la naturaleza, que no logra comprender la mentalidad del orden del Espíritu, que es la comunión, que es la filiación o sea lo que expresa la Persona divina que es la relación con el Padre y no la simple y aislada naturaleza humana.
El problema es la divino humanidad de Cristo, la filiación. La ley es un peso porque es intocable, es de Dios por lo tanto algo sagrado identificado con la autoridad.  Cristo, en cambio, parte de una relación como el único “lugar” en el que se lo conoce a Él. Y se lo reconoce porque se es “atraído por el Padre” (Jn 6,44).  El término “atraído” pertenece al mundo del amor, es del lenguaje amoroso y Juan sólo lo usa en otra ocasión cuando dice: “y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». (Jn 12,32).  Es este amor que atrae el don (Cfr. Jer 31,3; Os 2,16).  El Padre que atrae se contrapone a la autoridad de la ley.  Cristo hace ver un Dios que es Padre, que dona y se dona.  Él es este don que ha bajado del cielo porque el Padre lo ha mandado. Por lo tanto, no se conoce Cristo sin el Padre y no se conoce al Padre sin el Hijo. “«Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre». (Jn 8,19). El conocimiento es la relación de amor.  Fuera de esta relación todo se vuelve problemático, por eso se quejan, critican y no aceptan.  No se colma el abismo cumpliendo la Ley.  El Padre es el que llena la distancia donando a su Hijo que en la encarnación ha asumido toda la humanidad y ha superado el abismo abriendo para el hombre la participación en la vida divina.  Es la persona de Cristo que establece con nosotros lo que le Padre realiza con él.  (cf. Jn 6, 39-40.44). No se trata de hacer algo para volver a Dios sino de acoger a Aquel que el Padre ha enviado y acogerlo a Él que es el pan de la Vida. (Cfr. Jn 6,48). No pan para la vida, sino pan de la vida y cuando lo repite (Cfr. Jn 6,51), en griego cambia el término, así que tendría que traducirse como pan que da la vida, pan viviente, pan que vivifica, pan que está vivo, es vida. Se come entonces un pan vivificante, el pan que es la vida y aquel que lo come asimila la vida del Viviente, la vida como Amor y vive de esta vida. No se usa aquí el término “soma”, cuerpo, como en la última cena, sino que se dice que quien come mi carne, es decir su realidad humana. Toda su realidad humana que tienen delante de los ojos es este alimento, es esta vida, llamada “zoé” que es la vida filial, la vida de Dios.
Está claro que, si entendemos la Eucaristía sólo como una “cosa” sagrada, una presencia de Dios localizada, delante de la cual nos encontramos, y nos ponemos en una actitud religiosa, es un reduccionismo que empobrece terriblemente el Sacramento y toda nuestra vida espiritual y eclesial crecen y se realizan justamente en la Eucaristía.
Cabasilas es insuperable cuando dice que “nos convertimos en carne de la carne y sangre de su sangre”. O sea, su verdadera vida. Pero esto supone una visión trinitaria donde la vida de Dios no es una energía sino es la comunión del Hijo y del Padre en el Espíritu Santo. Nosotros estamos acostumbrados que el alimento nutre el cuerpo, pero la vida divina que es amor, se nutre con el amor.  Cristo nutre, se transforma en este pan y este pan es don. “cuando sea levantado” cuando se entrega en sacrificio.  El cuerpo asume, la vida divina se dona.  El cuerpo para vivir tiene que asumir, pero la vida divina se nutre donándose, llegando a ser don.  Es un pasaje notable y esto es la Eucaristía. De aquí resulta la unidad de las dos mesas, de la Eucaristía y la caridad.  Porque no se puede comer la Eucaristía sin transformarse, si no es transformándose en lo que se come.  Se llega a ser parte de su humanidad reconciliada con el Padre en el Hijo, se entra en la comunión de su Cuerpo. Se conoce al Padre como hijos entretejidos en el Cuerpo del Hijo junto a los hermanos y hermanas. Se conoce al Padre como Iglesia, como comunión de personas.
P. Marko Ivan Rupnik



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