
Esta palabra es “dura” (Jn 6,60) es la
constatación. Sin embargo, Él sólo les dijo: “Yo soy el pan vivo, bajado del
cielo. Si uno come de este pan vivirá eternamente y el pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). ¿Qué hay aquí de duro?
Nos ayuda la etimología de la palabra que se usa
aquí “skleros” que no es el término
que se usa para decir que una piedra es dura –porque es lógico que sea así-
sino cuando una cosa es dura cuando se pensaba que fuera blanda. En ese
significado hay algo que te recuerda un insulto, que te defrauda, que te
ofende, porque tú esperas una cosa y encuentras otra. De hecho, la esclerosis es algo que en sí
misma debería funcionar, disolverse, fluir, pero se endurece.
Ellos seguían a Cristo porque “querían hacerlo rey”
(Jn 6,15) y posiblemente llegar a ser los “más cercanos” a este mesías. Pero Él
ha hecho entender que se trata de otra cosa y este cambio de expectativas los
escandaliza (Jn 6,62). Han entendido muy
bien su discurso sobre el alimento, han comprendido que se trata de un cambio
en el hombre que se une de tal modo a Él para llegar a ser como Él, un don en
las manos de los hombres, quien come de esta vida recibe este modo de ser, se
transformará él también en un don. Han entendido bien que una unión así de
íntima determina un cambio esencial, pasar del servir a Dios con las obras
externas a recibir la vida divina, un modo de existir que lleva al don de sí.
La primera lectura abre esta misma perspectiva, servir al Señor o servir a los
dioses del país extranjero en donde se vive (Cfr. Josué 24,15). Pablo lo ha
entendido muy bien explicitándolo definitivamente en el servir a Dios con las
obras o ser partícipes de la vida de Dios en Cristo (cf Gal 5,1-6; Ef 2,8-10). Confiar
en las obras de la carne para obtener de esta manera alguna cosa lleva a la
muerte (Cfr. Rom 7,5; Gal 6,8). En Pablo
“las obras de la carne” son perversiones de una naturaleza humana que no acoge
el don del Espíritu que ofrece el amor como la verdadera vida. Pero entre las
obras de la carne según Pablo, entran también las obras religiosas, por la
cuales el hombre piensa alcanzar a Dios con su propio esfuerzo, de por sí solo
piensa llegar por su propio empeño a la vida eterna. Es el Espíritu Santo que da la vida, que es
la vida, la carne no sirve para nada (Cfr. Jn 6,63). Yo puedo hacer las obras de la carne según un
precepto religioso pero mi vida no cambia, porque la vida no está en mi carne.
Doblegando mi carne a una disciplina religiosa no
llegaré a participar de la vida divina, no llegaré nunca a ser hijo de Dios con
solo mis propias fuerzas. No se llega a ser hijos por sí mismos. Acogiéndolo a
Él como el alimento que me da otra vida y la nutre, esta vida que es el
Espíritu será capaz de mover mi carne hacia las obras que de verdad duran
eternamente, las que Dios no olvida. Cuando el Espíritu me impulsa a ser don,
también mi carne se salva.
El camino es exactamente el opuesto, no funciona a
partir desde mí, desde la carne no se llega al Espíritu, a pesar del esfuerzo
que pueda hacer. El Espíritu penetra, ilumina, vivifica la carne y la dirige,
la acompaña de tal manera que también las obras de la carne se transforman en
don de sí, son expresión del amor, entonces también la carne se salva. Estamos
siempre sobre el horizonte del binomio fe y religión sobre el cual han escrito
con tanta lucidez autores como Berdjaev y Schmemann.
Cristo no pregunta simplemente “¿Quieren irse
también ustedes?” (Jn 6,67) sino que literalmente dice: “¿Será que también
ustedes quieren irse? que tiene un matiz de dolor que es determinante. Cristo mira a la gente que se va y se duele.
¿Es que nadie entiende para qué he venido? No para enseñar una doctrina nueva,
sino a dar la vida, carne y sangre para la vida del mundo. El Señor nos da su vida y después nos enseña
cómo vivirla y lo hace convirtiéndose en comida, o sea esta misma vida
realizada, que nosotros podemos asimilar.
Marko Ivan Rupnik
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