Esos judíos de los que habla el texto anterior, que
en Juan son los que sostienen y se mantienen en la posición oficial de su
tradición, los que murmuraban porque Cristo había dicho que era el pan bajado
del cielo (Cfr. Jn 6,41), hoy discuten duramente “¿Cómo puede este darnos a
comer su carne?” (Jn 6,52). La carne en
el mundo hebraico-semítico, significa la persona humana en toda su realidad,
sobre todo la que se percibe directamente, la más expuesta, más frágil, más
vulnerable. Aquí Cristo, dice prácticamente que todo lo que de él pueden ver y
tocar es el alimento, cierra toda posibilidad de comprender de manera gnóstica (1)
su mensaje y su vida. (Cfr. Jn 6,51-58).
El proceso al que el hombre está habituado
generalmente consiste en enseñar, poner en práctica y después esperar el
premio, que evidentemente se espera recibir. Pero Cristo dice exactamente lo opuesto,
que su misma vida, así como se la ve es esta sabiduría que nutre la vida, es
esta vida/sabiduría.
Cristo tiene un Padre con el cual está siempre en
diálogo, siempre hay una misión, y esta vida humana que Él vive llega a ser la
salvación del mundo, de toda la humanidad, justamente por su relación con el
Padre (Cfr. Jn 14,31). Todo esto es su carne, su realidad humana. Esta es la
historia de su carne: la misión, Aquel que lo ha mandado, la obediencia a Él,
hacer sólo lo que ve hacer al Padre, decir sólo lo que el Padre le manda. Toda
esta vida que se transforma en alimento para el mundo está encerrada en la
Eucaristía, en ese pan que Él nos dejará.
No es una visión ideal sino una historia la que él
vive en su carne, en su verdadera realidad humana, llega a ser alimento para
cada realidad de la realidad humana.
Todo esto está encerrado en la Eucaristía “Quien come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 5,56).
Es curioso este poner de relieve el alimento, se
parte desde el comer con el verbo “fago” o sea comer (Cfr. Jn 6,53) pero se
llega hasta el verbo “trogo” o sea masticar (Jn 6,54) que se usa más bien al
modo de comer de los animales, masticando con los dientes, de esta manera se quiere
resaltar lo concreto, que quita la posibilidad de cualquier idealización, de
cualquier romanticismo o de un devocionismo.
Porque se ve que se trata de un asumir, de una absorción de esta
realidad a través de mi propia realidad humana.
Estamos bien lejos de cualquier intelectualismo
gnóstico o intimismo romántico, se trata de la cuestión de la vida verdadera
del hombre, hay que alimentarse y nutrir esta vida, hay que masticar. Por lo tanto, no basta la Palabra, no basta
explicar y estar con la Palabra de Dios, hay que comer la carne de esta Palabra
que es la vida, porque es fácil caer en el idealismo de la doctrina de las
cosas que hay que poner en práctica de alguna manera. Aquí se trata de lo
opuesto, el comienzo es la práctica,
es la realidad humana, y de allí se parte, no es el punto de llegada. Porque esa es la verdadera vida y esa se
mastica, “de lo contrario no tendréis vida en vosotros” (Cfr. Jn 6,53) porque
la realidad humana, tal y como es, no es la fuente de la vida, necesitamos una verdadera
vida.
Tener vida nos lleva a la expresión de Juan 5,26:
“así como el Padre dispone de la Vida, del mismo
modo ha concedido a su Hijo disponer de ella” y a otra expresión de Juan 6,57:
“Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el
Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí”. Son sólo dos que
tienen la vida en sí mismos: el Padre y el Hijo.
El hombre, al no tener la vida, la busca siempre,
dondequiera la encuentre vive sumiso, vive por aquello que le ha dado la vida y
de esto tenemos una experiencia continua. Donde uno saborea un poco de vida,
ahí se arrima.
Pero ahora la liberación tiene como fondo el
Cordero Pascual, que se come y se bebe. Aquí está la sangre que salva la vida.
La verdadera liberación ahora está en que el hombre ya no tendrá que ir a
buscar la fuente de la vida, porque la misma realidad humana que yo vivo y que
es frágil, precaria y necesitada de fortaleza, justamente la realidad que yo
vivo la encuentro ya asumida en Cristo y es esta que llega a ser para mí el
alimento.
Entonces me transformo en lo que como, o sea que yo
vivo por Él. El don se nutre con el don
y el don nutre al don. Esto es nutrirse de la Palabra. Comer y vivir la
Eucaristía como alimento de la vida me
transforma en una vida que es don, porque vivo por Cristo. Así como Cristo por
el Padre es un don para nosotros, así nosotros nos nutrimos con un don que nos
transforma en don.
Por lo tanto, es muy importante también para
nuestra experiencia cotidiana, porque si tú vives como don por Cristo, no
buscas las cosas para ti mismo, no buscas que te paguen el bien que has hecho. Y
en este ser un don, muchas cosas también pueden estar mal en la vida, pero como
don uno puede continuar ofreciéndose.
P. Marko Ivan Rupnik
36. El gnosticismo supone «una
fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada
experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente
reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la
inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos»[35].
37.
Gracias a Dios, a lo largo de la historia de la Iglesia quedó muy claro que lo
que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad
de datos y conocimientos que acumulen. Los «gnósticos» tienen una confusión en
este punto, y juzgan a los demás según la capacidad que tengan de comprender la
profundidad de determinadas doctrinas. Conciben una mente sin encarnación,
incapaz de tocar la carne sufriente de Cristo en los otros, encorsetada en una
enciclopedia de abstracciones. Al descarnar el misterio finalmente prefieren
«un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo»
Tomado de Gaudete et
exultate
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