El signo del pan que hemos visto el pasado domingo ha sido mal entendido, no ha sido comprendido.
La gente busca a Jesús, pero el verbo que usa Juan
es un buscar que siempre encierra una connotación de mal, de alguien que busca
una cosa para sus propios fines, o sea sabiendo de antemano qué busca y
queriendo encontrar lo que busca. De manera que en el fondo quiere decir no
buscar nunca verdaderamente a Jesús, así como Él quiere revelarse y ser
encontrado. Este término se usa también en el relato de María Magdalena en Jun
20,15 donde María quisiera retenerlo y es usado entre otras tres veces en Juan
10,39 donde las autoridades quieren prender a Jesús para matarlo.
En todo el Evangelio de Juan esta búsqueda de
Cristo tiene una connotación de ambigüedad, de algo que no termina bien. Por
eso dice: “Les aseguro que ustedes me
buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse” (Jn
6,26). O sea, no me buscáis por lo que habéis entendido a través de este signo
que yo soy sino porque queréis que yo repita los signos. Os habéis saciado y
queréis continuar del mismo modo. Cristo
realizó el signo para que ellos pudieran comenzar a entender que la verdadera
vida nace en la relación con Él, pero ellos continuaron a leer ese signo sólo
dentro del horizonte de las necesidades de la naturaleza humana.
Cristo sale al encuentro del hombre buscando
hacerse comprender como alimento, como vida, como comida y nosotros lo buscamos
para una utilidad social, política, económica, cultural y por último religiosa,
que se expresa en esta sed de satisfacer un sentimiento religioso que lo reduce
a un objeto de culto. Partiendo de lo que Él es una realidad vital, personal y
comunional (de relación) se transforma en algo externo fuera de nosotros. Y,
por lo tanto, no puede cambiar la vida, no se transforma en comunión, no puede
transfigurar las relaciones.
Él dice:
“Yo soy el Pan de Vida” (Jn 6,35), y esta es “zoë”, es la vida filial, la vida divina, no “bios” que es la vida de la carne.
El paso de lo exterior al interior es muy complicado porque aun
queriendo orientarse hacia Dios se ve que no se lo pueda hacer con las propias
fuerzas, de hecho, para ser hijos es necesario que alguien te engendre. A
Nicodemo Cristo dice que se necesita nacer de lo alto (Cfr. Jn 3,5).
De alguna manera Parece que Cristo mismo los tiente
con las palabras “Trabajen, no por el alimento perecedero” (Jn 6,27). Usa un verbo que tiene la misma raíz de la
palabra obra, trabajo, que podría entenderse algo que se ha de hacer, algo que
les toque a ellos, pero en el Antiguo Testamento es un término que pertenece
sólo a Dios y que siempre está en relación con su obra creadora, excepto en Ex
19,8 y Ex 32,16 donde se dice que tenemos que cumplir la obra de Dios que son
las tablas de la Ley. Por eso cuando
preguntan qué obra de Dios tenemos que hacer y qué tenemos que cumplir para
hacer la obra de Dios ponen en evidencia la mentalidad de quien espera
simplemente una nueva ley o por lo menos algunas cosas nuevas para hacer y que
se puedan cumplir.
La diferencia es muy grande, Cristo los ha
encaminado sobre esta vía para hacerles entender que ya no es una cuestión
externa que sea cumplir algo, sino que Él es la vida filial, que Él es el
alimento de esta vida y que esta es la obra de Dios, tanto esto es verdad que
al final se comienza a entrever que “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el
Padre que me envió” (Jn 6,44) y que “Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn 14,6).
Este es un paso decisivo, ya no es que uno se
acerque a Dios porque hará algo, sino es Dios que en Cristo se ha acercado
tanto que se ha hecho vida para los hombres y alimento para esa vida de manera
que esta vida pueda ser verdaderamente dinámica, activa y mover a todo el
hombre siempre más íntegramente hacia la paternidad, hacia la vida del Hijo,
conociendo al Padre. Este es el alimento.
Lo central está exactamente en pasar de una
religión externa a una vida que se da y que se recibe y que es una vida filial,
de comunión, que el hombre no puede crear con nada y que no puede ser
sustituida con un culto, con un objeto de culto, sino que es lo central de la
vida en su interior. Ningún acercamiento
abstracto, ideológico o moralista llega al corazón de la cuestión
espiritual. La mentalidad según el
horizonte de la naturaleza humana nunca llega a abarcar la totalidad de la
persona. Solamente lo que por medio del Espíritu Santo se abre al hombre en relación
a Cristo que es el Hijo, sólo así se abarca el misterio de toda la persona la
cual se nutre de la humanidad vivida por el Hijo de Dios que es Cristo. Todas
las necesidades que nosotros podemos experimentar a partir de nuestra realidad
humana encuentran el alimento apropiado en esta vida filial que Cristo nos
ofrece. Si en cambio buscamos responder a estas necesidades a partir de
nosotros mismos, aún en nombre de ciertas prácticas religiosas o de
razonamientos bien hechos, nos quedamos en nosotros mismos y creyendo que
estamos buscando a Jesús no salimos de nosotros mismos y no acogemos lo que
verdaderamente nutre al hombre porque lo abre a la acción de Dios. Porque el
mismo alimento es el acoger esta vida en el Hijo.
P. Marko
Ivan Rupnik
No hay comentarios:
Publicar un comentario