jueves, 2 de agosto de 2018

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario


XVIII Domingo del Tiempo Ordinario - Año B     Jn 6,24-35
El signo del pan que hemos visto el pasado domingo ha sido mal entendido, no ha sido comprendido.
La gente busca a Jesús, pero el verbo que usa Juan es un buscar que siempre encierra una connotación de mal, de alguien que busca una cosa para sus propios fines, o sea sabiendo de antemano qué busca y queriendo encontrar lo que busca. De manera que en el fondo quiere decir no buscar nunca verdaderamente a Jesús, así como Él quiere revelarse y ser encontrado. Este término se usa también en el relato de María Magdalena en Jun 20,15 donde María quisiera retenerlo y es usado entre otras tres veces en Juan 10,39 donde las autoridades quieren prender a Jesús para matarlo.
En todo el Evangelio de Juan esta búsqueda de Cristo tiene una connotación de ambigüedad, de algo que no termina bien. Por eso dice: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse” (Jn 6,26). O sea, no me buscáis por lo que habéis entendido a través de este signo que yo soy sino porque queréis que yo repita los signos. Os habéis saciado y queréis continuar del mismo modo.  Cristo realizó el signo para que ellos pudieran comenzar a entender que la verdadera vida nace en la relación con Él, pero ellos continuaron a leer ese signo sólo dentro del horizonte de las necesidades de la naturaleza humana.
Cristo sale al encuentro del hombre buscando hacerse comprender como alimento, como vida, como comida y nosotros lo buscamos para una utilidad social, política, económica, cultural y por último religiosa, que se expresa en esta sed de satisfacer un sentimiento religioso que lo reduce a un objeto de culto. Partiendo de lo que Él es una realidad vital, personal y comunional (de relación) se transforma en algo externo fuera de nosotros. Y, por lo tanto, no puede cambiar la vida, no se transforma en comunión, no puede transfigurar las relaciones.
Él dice: “Yo soy el Pan de Vida” (Jn 6,35), y esta es “zoë”, es la vida filial, la vida divina, no “bios” que es la vida de la carne.  El paso de lo exterior al interior es muy complicado porque aun queriendo orientarse hacia Dios se ve que no se lo pueda hacer con las propias fuerzas, de hecho, para ser hijos es necesario que alguien te engendre. A Nicodemo Cristo dice que se necesita nacer de lo alto (Cfr. Jn 3,5).
De alguna manera Parece que Cristo mismo los tiente con las palabras “Trabajen, no por el alimento perecedero” (Jn 6,27).  Usa un verbo que tiene la misma raíz de la palabra obra, trabajo, que podría entenderse algo que se ha de hacer, algo que les toque a ellos, pero en el Antiguo Testamento es un término que pertenece sólo a Dios y que siempre está en relación con su obra creadora, excepto en Ex 19,8 y Ex 32,16 donde se dice que tenemos que cumplir la obra de Dios que son las tablas de la Ley.  Por eso cuando preguntan qué obra de Dios tenemos que hacer y qué tenemos que cumplir para hacer la obra de Dios ponen en evidencia la mentalidad de quien espera simplemente una nueva ley o por lo menos algunas cosas nuevas para hacer y que se puedan cumplir.
La diferencia es muy grande, Cristo los ha encaminado sobre esta vía para hacerles entender que ya no es una cuestión externa que sea cumplir algo, sino que Él es la vida filial, que Él es el alimento de esta vida y que esta es la obra de Dios, tanto esto es verdad que al final se comienza a entrever que “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió” (Jn 6,44) y que “Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn 14,6).
Este es un paso decisivo, ya no es que uno se acerque a Dios porque hará algo, sino es Dios que en Cristo se ha acercado tanto que se ha hecho vida para los hombres y alimento para esa vida de manera que esta vida pueda ser verdaderamente dinámica, activa y mover a todo el hombre siempre más íntegramente hacia la paternidad, hacia la vida del Hijo, conociendo al Padre. Este es el alimento.
Lo central está exactamente en pasar de una religión externa a una vida que se da y que se recibe y que es una vida filial, de comunión, que el hombre no puede crear con nada y que no puede ser sustituida con un culto, con un objeto de culto, sino que es lo central de la vida en su interior.  Ningún acercamiento abstracto, ideológico o moralista llega al corazón de la cuestión espiritual.  La mentalidad según el horizonte de la naturaleza humana nunca llega a abarcar la totalidad de la persona. Solamente lo que por medio del Espíritu Santo se abre al hombre en relación a Cristo que es el Hijo, sólo así se abarca el misterio de toda la persona la cual se nutre de la humanidad vivida por el Hijo de Dios que es Cristo. Todas las necesidades que nosotros podemos experimentar a partir de nuestra realidad humana encuentran el alimento apropiado en esta vida filial que Cristo nos ofrece. Si en cambio buscamos responder a estas necesidades a partir de nosotros mismos, aún en nombre de ciertas prácticas religiosas o de razonamientos bien hechos, nos quedamos en nosotros mismos y creyendo que estamos buscando a Jesús no salimos de nosotros mismos y no acogemos lo que verdaderamente nutre al hombre porque lo abre a la acción de Dios. Porque el mismo alimento es el acoger esta vida en el Hijo.
P. Marko Ivan Rupnik




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